HANNAH ARENDT

En 1951, Hannah Arendt escribió: "El sujeto ideal de un régimen totalitario no es el nazi convencido o el comunista comprometido, son las personas para quienes la distinción entre los hechos y la ficción, lo verdadero y lo falso ha dejado de existir".

viernes, 10 de junio de 2011

LA VERDAD QUE NO SE DICE

Por Myriam R. Chávez de Balcedo
Directora del diario Hoy

A lo largo de las últimas semanas se han escuchado acusaciones y disculpas en torno al escándalo por el caso Schoklender. Sin embargo, entre todo lo que se afirma, el oficialismo mira para otro lado y la oposición sigue sin animarse a decir toda la verdad.

Hebe de Bonafini, a la cabeza de Madres de Plaza de Mayo, metió en su casa a un asesino de sus padres. Hasta ahí se trata de un acto privado que no merece ser debatido, pero después -con la llegada de los Kirchner al poder- lo metió de lleno en el manejo de la cosa pública, administrando discrecionalmente más de $ 760 millones que salieron del Estado, es decir, de los bolsillos de todos los ciudadanos. Y eso es inadmisible porque se trata de un claro ejemplo de los negocios de los amigos del poder con la obra pública, que se multiplican por cientos y que nadie controla, ya sea construcción de viviendas o concesiones de rutas. Y a ello se le suman los miles de millones de pesos en subsidios a empresas privatizadas, de transporte, ferroviarias y Aerolíneas Argentinas, entre otros sectores, que son verdaderas cajas negras de la política oficial.

Prácticamente, nadie se animó a cuestionar a esta mujer, que aún tiene la total anuencia de la Casa de Gobierno. Hebe de Bonafini parece ser intocable y no es así. No hay que olvidarse que padece serios problemas de conducta, ya que no le tembló la voz cuando atacó a la Corte de Justicia más independiente de las últimas décadas: los llamó “turros” y varias cosas más. ¿Por qué supone ahora que puede subirse a un pedestal y dictar sentencia?

Es lamentable lo que le ocurre a esta señora, que debe tener en el fondo de su alma un remordimiento muy profundo por no haber podido parar a sus hijos de la locura de sangre y fuego de la guerrilla en los años ‘70.

Pero hay que recordar que los guerrilleros se armaron para combatir contra la figura indiscutible para las masas populares de aquel tiempo, como lo era Juan Domingo Perón, planteando que estaban intentando liberar al país de no se sabe qué.

La dictadura llegó de la mano de la violencia alocada que ejercieron los propios guerrilleros, con total desprecio por la vida humana. Fueron absolutamente cómplices y funcionales a los intereses económicos de Martínez de Hoz. Se atrevieron a enfrentarse al propio Perón, en momentos en que el fundador del justicialismo había vuelto al país totalmente descarnado, luego de un largo exilio. El sabía que era necesario un gran consenso nacional entre las principales fuerzas políticas para sacar adelante al país, para no perder todo lo que se había conseguido en décadas de lucha.

Así fue como la izquierda y la derecha se unieron, y con el brazo ejecutor de algunos sectores de las Fuerzas Armadas, que violaron el legado sanmartiniano de defender los intereses nacionales, hicieron desaparecer a 30 mil personas e impusieron el modelo económico neoliberal que aún hoy padecemos.

Cuando en el año 1974 el general Perón echó a los Montoneros de la Plaza de Mayo y los trató de “imberbes”, lo que quería era decirles a esos jóvenes que estaban absolutamente equivocados. El “viejo” entendía que no se estaban dando cuenta de la grave situación geopolítica a nivel mundial, causada por la crisis del petróleo, que había desembocado en un modelo económico a tono con los intereses de los grandes capitales transnacionales que no dudaban en voltear gobiernos, como había ocurrido con el socialista Salvador Allende en Chile.

En lugar de defender la institucionalidad y el orden democrático, cuando faltaban seis meses para las elecciones que hubiesen servido para que el pueblo eligiera un sucesor de la limitada Isabelita, estos sectores jugaron decididamente al golpe en 1976. Se sintieron “tan superiores e iluminados” que consideraron que los “cabecitas negras”, los “grasitas”, como los llamaba Evita, eran incapaces de elegir a quien debía conducir el destino de la Patria.

Ellos, que se llamaban idealistas, consideraban que había que matar a otra persona por el solo hecho de no pensar igual. En La Plata ocurrió uno de los hechos más resonantes, como fue el secuestro y posterior asesinato del empresario periodístico David Kraiselburd, para obtener plata para comprar armamento. Algo similar ocurrió con el dirigente radical Arturo Mor Roig, cuya familia vive en nuestra ciudad, quien fue asesinado en un restaurante de San Justo por parte de integrantes de Montoneros, el 15 de julio de 1974. Si ese tipo de acciones no son un acto de delincuencia, no sé qué lo será.

La señora Presidenta tampoco es ajena a todo lo que sucede. Tal vez quiera pagar culpas por no haber estado durante el proceso militar. Su supuesta militancia en los ‘70, de ella y su esposo, no era conocida por nadie. Después del golpe, se fue a vivir al sur, donde hizo una fortuna de la mano de la especulación inmobiliaria. La que aquí suscribe, en cambio, tuvo que esconderse junto a su familia porque su marido estaba perseguido por la dictadura, con precio por su cabeza, mientras que la guerrilla alocada, por el solo hecho de que era gremialista, consideraba que era de derecha y también buscaba dañarlo.

Lo terrible de esto es que los jefes guerrilleros llevaron a la muerte a cientos de jóvenes que, con la experiencia que sólo dan la vida y una preparación adecuada, hubieran sido dirigentes de primera línea.

En cambio, muchos de estos cabecillas y sus secuaces, que provocaron esta tragedia social, siguen en libertad como si nada hubiese pasado, como es el caso de la actual ministra de Seguridad, Nilda Garré, y de su exmarido, el señor Abal Medina, que vive en México haciendo negocios con el hombre más rico del mundo, mientras su hijo está acomodado en el Gobierno. La lista de guerrilleros reciclados, que jamás hicieron un mea culpa por lo ocurrido en los años de plomo, es mucho más larga.

Entiendo que la señora Hebe de Bonafini tenga ese odio por no haber podido parar a sus hijos y salvarlos. Lamento también que ese odio de clases la haya llevado a cometer este desastre con Schoklender. Pero si no está lo suficientemente instruida o preparada, no tiene ningún derecho a manejar mi dinero, el dinero de todos ustedes, de los que pagamos religiosamente nuestros impuestos. Se trata, además, de recursos que tendría que haber estado destinados a respetar los derechos humanos de sectores socialmente postergados, que hace 35 años dejaron de tener trabajo y se encuentran fuera del sistema.

Llegó el momento de actuar en consecuencia, llegar al fondo de la cuestión y que los responsables sean condenados por la Justicia.
Que así sea.

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