Cristina Kirchner en febrero, cuando tuvo que presentarse en los tribunales federales de Comodoro Py. Foto AFP |
Por Eduardo van der Kooy/Clarín.- Fue un error político de la ex presidenta la manipulación de la enfermedad de su hija Florencia.
La política argentina transita por un desfiladero. A ocho meses de las elecciones se advierte una fotografía elocuente: Cambiemos, la coalición oficial, cruje ante la adversa situación económico-social. Afloran desacuerdos internos, en especial entre macristas y radicales, como nunca antes habían sucedido. La principal oposición, en todas sus vertientes, atraviesa también dificultades ahora insalvables. Le ocurre a peronistas y kirchneristas. La desorientación parece de tal magnitud que, al menos en el ámbito del PJ, Marcelo Tinelli, un reconocido conductor de espectáculos de TV, se animó a irrumpir para intentar ordenar piezas de la oferta electoral para octubre que prescinda de Mauricio Macri y Cristina Fernández.
Aquella irrupción de Tinelli resulta, sin dudas, legítima. Aunque desnuda la orfandad de la clase dirigente para armonizar propuestas que tengan, a través de ellos mismos, un puente con la sociedad. Tampoco el mayor problema de la política sería ese. Hay otro que atemoriza. Ni Cambiemos ni la principal oposición tienen alguna idea esbozada de cómo podrá gobernarse la Argentina a partir del 2020, con la persistencia de la crisis.
El oficialismo ha exprimido su creatividad en campañas anteriores. Asoma atado al acuerdo que celebró con el Fondo Monetario Internacional (FMI). El Presidente adjudicó a la incertidumbre electoral los grandes males de la economía. Difícil creerlo. El Banco Central debió ejecutar otro torniquete en la política monetaria y disponer de nuevas remesas para intervenir en el mercado a fin de evitar la disparada del dólar.
El kirchnerismo no está nada mejor. Imposible descubrir allí una propuesta de futuro que no ancle en un pasado que fracasó. El pejotismo ensaya ciertos lugares comunes –el fomento de la producción y el empleo- aunque ignora el sendero que debería transitar. Exhibe dos limitaciones serias: no demuestra una evolución intelectual acorde con los vertiginosos cambios que la tecnología producen en el mundo; la sucesivas derrotas electorales inyectaron además incertidumbre acerca de cómo reconectar con sus bases sociales históricas y cautivar a núcleos de la clase media que siempre requirió para apropiarse del poder.
Por otro carril transcurre el dilema del liderazgo. Cristina continúa siendo su figura taquillera. Beneficio y pérdida al mismo tiempo porque representa el motor de la fragmentación opositora. La estrategia de la ex presidenta tampoco empieza a ser funcional dentro de sus filas. Pablo Moyano, el hijo del líder camionero Hugo, de nuevo sostén sindical de la mujer, lo advirtió desde el Vaticano: “Cristina debe acabar con su silencio porque confunde”, aseguró. Dicho silencio estimula dos cosas. El enigma sobre si, finalmente, enfrentará a Macri. También, el florecer de candidatos que especulan con esa posibilidad. El diputado ultra K, Agustín Rossi; el empecinado Daniel Scioli, que se relanzó la semana pasada; el reconvertido Felipe Solá. Ninguno, a priori, garantiza un éxito electoral.
La ex presidenta afronta dificultades en tres planos. El político, el judicial y el personal. El kirchnerismo, bajo su conducción, no ha logrado ampliar ni un centímetro la dimensión de su comarca. La reciente jugada de convocar a una interna a Sergio Massa amaga con caer en un vacío. El jefe del Frente Renovador declaró que Cristina ha dejado de ser una opción electoral. Pero no clausuró ninguna puerta. ¿Qué haría si la mujer, como empezaron a insinuar sus portavoces, no se presentara?
La ex presidenta se encamina a una sucesión de juicios orales y públicos por causas de corrupción que derivan de sus años de gobierno. El primero arrancará en mayo y se vincula con la adjudicación arbitraria de la obra pública en favor de Lázaro Báez. Una incomodidad en medio de la campaña. A menos de dos meses del cierre de las alianzas y las candidaturas. No sería la causa central de su nerviosismo y angustia presente. La agobian, sobre todo, los procesos de Hotesur (a cargo del juez Julián Ercolini) y Los Sauces (a cargo de Claudio Bonadio). Hotesur remite a la administración fraudulenta de una cadena de hoteles propiedad de la familia Kirchner. Los Sauces, a operaciones inmobiliarias con dinero proveniente de la obra pública. En ambas figuran procesados sus hijos, el diputado Máximo Kirchner, y la cineasta Florencia. El primero tiene la protección de los fueros. La segunda permanece a la intemperie.
El plan general defensivo, diseñado por su hábil abogado, Carlos Beraldi, apunta a la dilación de todos los trámites. En ese contexto podría anotarse el viaje de Cristina a La Habana motivado por el deficiente estado de salud de su hija Florencia. Nadie puede dudar de su enfermedad. Aunque su forma de manipularla avivó suspicacias. Eduardo Valdés, ex embajador en el Vaticano, habló de un ataque de pánico. De un caso se suma gravedad. No existen ninguna de esas cosas.
Florencia padece de un linfedema, una acumulación de líquido en sus piernas. Doloroso e ingrato. Su tratamiento podría realizarse en La Habana, como se hará, o en Madrid o Buenos Aires.
Cristina confeccionó un video con la novedad en el que adjudicó el trastorno a la presunta persecución judicial que padecería la familia. Una clara maniobra de victimización que ha formado desde el comienzo eje de su estrategia. Nadie conoce la existencia de un vínculo científico comprobable entre ambas situaciones. Una acusación similar formuló cuando se produjo el lamentable fallecimiento por cáncer del ex canciller Héctor Timerman, que estuvo implicado en la causa por el Memorándum de Entendimiento con Irán. Quizá la víctima sea de verdad Florencia, pero no por la actuación judicial. La ex presidenta debería interpelarse por qué razón permitió que metieran a su hija en negocios oscuros.
Todo aquel entramado estaría siendo responsable de las dudas que invadirían a Cristina ante el tiempo electoral. ¿Podría ser en esas condiciones candidata? ¿Lograría derrotar a Macri? ¿De lograrlo, cómo haría para derrumbar una tras otra sus causas sin provocar una hecatombe en el Poder Judicial y un escándalo en la opinión pública? En tales condiciones, ¿qué margen poseería para ordenar un país en profunda crisis sin terminar decepcionando, incluso, a sus fieles? De mínima, continuaría contando como senadora ante los jueces con la protección de sus fueros y la condescendiente –hasta ahora- conducta peronista. En este punto podría plantearse otro interrogante: ¿Se mantendría esa condescendencia si otro postulante del PJ llegara a destronar a Macri? La ex presidenta no confía en casi nadie. Cuando la interrogan únicamente menciona a Axel Kicillof.
La aparición de Roberto Lavagna en la escena tampoco la ilusiona. Puede que el ex ministro de Economía, si al final se convierte en candidato, dañe a Macri arrastrando una porción de desencantados con su gestión. Pero también arrearía al pejotismo y a otros núcleos, como el socialismo, de algunos de cuyos votantes pudo haberse beneficiado en su momento. Suma cero.
Lavagna avanzó en el terreno más de lo que pudo suponerse cuando empezó la aventura. Ha tomado el desafío con entusiasmo y seriedad.
Hay una anécdota que lo corrobora. Hace pocas semanas visitó a su médico personal que trabaja en el CEMIC. Le preguntó cómo veía su salud para embarcarse en una dura campaña y en un supuesto gobierno de cuatro años. Su objetivo tendría esa fecha de vencimiento. El profesional le brindó, con los debidos recaudos, una respuesta favorable.
El trazado que le queda por recorrer al ex ministro no resulta sencillo. Pero cuenta en términos personales con una ventaja. No le teme a un retroceso si no se dieran las condiciones que pretende para su candidatura. Tal retroceso carecería de costos políticos porque esa actividad, hasta por motivos etarios, no figura en su horizonte.
El gran desafío continúa siendo la arquitectura de esa alternativa. Lavagna insiste con una coronación que no contemple internas. Para que las PASO constituyan un trampolín directo a octubre. Massa y el salteño Juan Manuel Urtubey sostienen lo contrario. Hurgan consenso entre los mandatarios del PJ para doblegar la postura del ex ministro. Los postulantes miran una novedad con inquietud: la aparición de Lavagna, según las encuestas, estaría ahora taponando el crecimiento del líder del Frente Renovador y del gobernador de Salta.
El dilema mayor sería para Massa. Quizá por esa razón el vínculo con Lavagna, antes su numen económico indiscutido, transcurre en una época de tensión y frialdad. Aún distanciado de su mejor momento de popularidad, el líder del Frente Renovador parece dispuesto a no dejar pasar el turno del 2019. Menciona el compromiso asumido por Alternativa Federal. Tampoco se priva de otear qué ocurre en el campamento K. Exhibe como garante a Miguel Angel Pichetto. El senador del PJ dejó por ahora su posible candidatura en un segundo plano. Trabaja a destajo con sus nexos en la Corte Suprema en vísperas de los fallos que definirán si Jorge Casas y Alberto Weretilneck tienen derecho para reelegir, respectivamente, en La Rioja y Río Negro. Un fallo adverso pondría al PJ en problemas: en el Norte ante Cambiemos; en la Patagonia frente al kirchnerista Martín Soria.
Massa también desoye propuestas para destrabar el empinamiento de Lavagna. Por ejemplo, que en nombre de ese espacio le dispute Buenos Aires a María Eugenia Vidal. Riesgo doble. La gobernadora es la dirigente de mayor ponderación. Nadie desde ese sillón, por otra parte, llegó jamás hasta la Casa Rosada.
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