Por Jorge Fernández Díaz/La Nación.-
Este gobierno no es de izquierda ni de derecha, sino todo lo contrario, bromea el politólogo Santiago Leiras. Hace pocos días, mil argentinos de todo el país le respondieron al analista Guillermo Oliveto una pregunta de fondo: ¿qué debería hacer Macri, seguir las políticas estatistas del kirchnerismo, abrazar una economía neoliberal o encontrar una fórmula intermedia? Un 13% se pronunció a favor del "modelo nacional y popular" y un 5% adscribió a la apertura irrestricta. El 82% le pide a Cambiemos un sistema mixto (tan lejos de Menem como de Cristina) que equilibre Estado y mercado. A continuación, Oliveto preguntó cuánto de cambio y cuánto de continuidad buscaba el pueblo argentino. Aquí se ve la magnitud de la grieta: un 5% exige que el proyecto cristinista no se toque y un 29% que se tire abajo ladrillo por ladrillo. El 66% reclama, por su parte, que Macri corrija los errores, pero mantenga "las cosas buenas". Leiras advierte que el ajuste apocalíptico que se profetizaba en verdad nunca sucedió, y que si bien han habido hasta ahora algunas medidas de shock (tarifas), éstas se han producido en una dinámica relativamente gradual. "No hay políticas de déficit cero ni de drástica ruptura -describe-. Hay políticas que empezaron con el kirchnerismo y se han preservado, y hasta se han ampliado muchos de los programas sociales. Por eso es difícil todavía pensar en un giro a la derecha."
Las cifras de Oliveto y las conclusiones de Leira explican el rumbo del oficialismo, parte de la furia de los cristinistas (habría que ver cuánta virulencia se agrega por el calvario judicial) y la creciente decepción de los conservadores (esperaban cirugía mayor). También explican de algún modo la frase de Mario Quintana en el Foro de Inversores: "Durante años vivimos una falsa dicotomía según la cual cuidar la economía significaba destrozar a la gente, y cuidar a la gente implicaba destrozar a la economía". Quintana fue allí aspiracional y tal vez algo naíf (habrá que ver si la realidad le cumple sus sueños), pero reveló implícitamente la consigna interna del Gabinete: no somos ni el populismo ni la derecha. Este cuadro se completa con los asombrosos niveles de aprobación popular que tiene la reinserción de la Argentina en el concierto global (74%) y la búsqueda de inversiones en el exterior (70%), datos que desbaratan el intento kirchnerista por asimilar la actual Cancillería a las "relaciones carnales". Esa operación busca instalar la idea de que éste es un viaje necesariamente noventista, pero no se ven por el momento privatizaciones a mansalva (teñidas por la corrupción) ni subordinación militar ni diplomática a los caprichos de la Casa Blanca. Una gran parte de la población piensa que la seducción del capital foráneo debe entenderse dentro de la lógica virtuosa de aumentar el empleo y mejorar la infraestructura, y el endeudamiento, como un salvavidas provisional para eludir la quita salvaje de subsidios y el despido masivo de trabajadores estatales, factores que abrirían una conflictividad social intolerable. Otra muestra señala que el 70% de la gente valora positivamente el vínculo que se ha construido con Barack Obama.
A propósito, sorprendieron los discursos modernos de los nuevos gobernadores peronistas en el mini-Davos. Al final de sus exposiciones, Rogelio Frigerio les agradeció y le dijo al auditorio que si albergaban todavía dudas acerca de lo que vendría luego de Macri aquí tenían una buena muestra. Sondeos realizados en las distintas provincias señalan que el 80% de esas comunidades reclaman que el Presidente y el gobernador trabajen en línea y armoniosamente. No es que Cambiemos y los peronismos territorial, "renovado" y "renovador" se hayan vuelto centristas por súbita convicción. Es que la sociedad no les deja ser de otra manera y les aplica de hecho ese imperativo ideológico. Políticos a demanda, como siempre fue el partido de Perón, todos se desviven hoy por leer correctamente los nuevos vientos de la historia y por trata de cabalgar, cada uno con su montura, este centrismo heterodoxo que se transformó en un mandato. Y que ya se vislumbraba el año pasado dentro del propio electorado del Frente para la Victoria: Scioli les garantizaba esa misma senda a sus votantes, por eso las encuestas lo bendecían y Cristina terminó tragando sapos y aceptando como candidato a su enemigo íntimo. Es que el kirchnerismo puro ya no pasaba de ser una minoría ruidosa y extrema, sin chances de representar a una mayoría nueva, amplia, razonable y pragmática.
Está por verse si esta nueva gestión cumple con su promesa de prosperidad, algo que sólo puede probar el tiempo. Vastos segmentos sociales aguardan los resultados sin principismos, pero también sin divagues. Es dable pensar que, sin una crisis terminal, el pueblo "no vote para atrás": a lo sumo cambiará de jinete, pero no de caballo.
Recordemos que Menem y los Kirchner son resultado respectivamente de dos trágicas anomalías: la hiperinflación y el crac de 2001. Sin graves accidentes macroeconómicos, los argentinos pueden equivocarse, pero no votan bajo emoción violenta a mesías de posiciones radicalizadas y antagónicas. Caminan por el centro, y por lo tanto, promueven artefactos políticos inclasificables.
La Argentina es interesante afuera no por sus reformas económicas, sino porque se ha transformado en un laboratorio: cómo se sale del neopopulismo sin derramamientos de sangre ni situaciones traumáticas, y qué oportunidad tiene en el contexto internacional el relanzamiento del liberalismo político. Es bueno recordar que en muchas naciones está cuestionado precisamente el sistema de partidos que los llevó al progreso y que nosotros nunca logramos poner en práctica con plenitud: la democracia republicana y bipartidista. La madre de todas las batallas, dentro de Occidente, se libra entre populismos de diverso pelaje y demócratas con espíritu republicano; los mismísimos Estados Unidos no son ajenos a esta severa disyuntiva.
El otro elemento que llama la atención es el recambio generacional que se está produciendo en el país, no sólo dentro del oficialismo, sino también en la oposición: Massa es el emergente de una nueva camada y casi todos los gobernadores peronistas vienen con una impronta innovadora y tienen mejor imagen que sus vetustos antecesores.
El fracaso ha sido muy regenerador en la Argentina, así como el éxito anquilosó paradójicamente a otros líderes de la región, como Michelle Bachelet, hoy con imagen negativa muy alta y percibida en general como "parte de lo viejo".
Otro cientista político que acompañó a la comitiva oficial en su periplo por Nueva York señalaba las largas colas frente a Apple Store: quinientas personas de todas las edades aguardaban para comprar su iPhone 7. El celular se ha convertido en el objeto más íntimo del ser humano, su principal y a veces excluyente conexión con los demás. Ese producto casi existencial se cambia, sin embargo, una vez por año, y el hecho revela que nos sumergimos en sociedades de baja cristalización y de pavorosa velocidad, donde crece el sentido de lo perecedero, la demanda de novedad es constante y la oferta está obligada a mantenerse alerta, creativa y flexible. El cientista advirtió que esta nueva cultura ya está modificando el concepto de los productos políticos y obliga a repensar todo. Lo que estaba diciendo, en buen criollo, es que en la Argentina, al que se duerme lo velan. Y ese asunto tampoco es de izquierda ni de derecha, sino todo lo contrario.