HANNAH ARENDT

En 1951, Hannah Arendt escribió: "El sujeto ideal de un régimen totalitario no es el nazi convencido o el comunista comprometido, son las personas para quienes la distinción entre los hechos y la ficción, lo verdadero y lo falso ha dejado de existir".

martes, 9 de febrero de 2016

YIRA, YIRA.


     Por Ernesto Tenembaum, Periodista/El Cronista.- Gerardo Martínez es el poderoso secretario general de la Unión Obrera de la Construcción. Martínez fue mimado por Cristina Fernández de Kirchner durante sus dos mandatos, a tal punto que era recibido en la Casa de Gobierno y exhibido en cadena nacional, pese a sus antecedentes como empleado de inteligencia de la dictadura militar. Hace dos semanas, Alicia Kirchner intentó comunicarse con él para pedirle que desactivara los cortes de las rutas de acceso a las principales ciudades de su provincia, que eran realizados por obreros de la construcción, despedidos por el empresario kirchnerista Lázaro Báez. Martínez no le atendió el teléfono a la gobernadora. No se trata de un episodio secreto, de una infidencia o un chisme: fue la propia Alicia quien lo contó en el reportaje que concedió la semana pasada a La Opinión Austral, el diario de Río Gallegos. Esa pequeña anécdota permite percibir el clima que se vive en estos días en el kirchnerismo. Al cortarse el chorro del Estado, el empresario de confianza de la familia despidió a 1800 trabajadores, nada menos que el 20 por ciento de los despidos de toda la administración pública nacional. Los obreros tomaron las rutas. Alicia Kirchner se enojó y le pidió a Mauricio Macri que castigara a Báez, como si fuera el único responsable de su situación. Luego trató de comunicarse con Martínez. Pero el teléfono llama y Martínez no atiende. Las señales de la desolación están por todos lados. El niño mimado Diego Bossio es otro de los que no pulsa el botón verde cuando suena su celular: en solo seis semanas, pegó un portazo y se llevó con él la posibilidad de que el kirchnerismo le trabara el funcionamiento del Parlamento a Macri. Bossio y Martínez no son los único que ponen distancia. En su última columna, en un tono sumamente despectivo, Horacio Verbitsky le recriminó a Cristina Fernández la manera absurda en que reglamentó los decretos de necesidad y urgencia y la torpeza al elegir a Bossio como un encumbrado colaborador.
Solo sesenta días bastaron para percibir la fragilidad de la organización que respaldaba a Cristina Fernández. La inmensa mayoría de los gobernadores y líderes sindicales peronistas ha decidido, como mínimo, dejar hacer a un Presidente que, en un breve período devaluó, despidió miles de empleados, eliminó retenciones, aumentó tarifas, y está a punto de cerrar un acuerdo con los fondos buitre. Son todos movimientos que apuntan contra el corazón de las supuestas convicciones que definían al kirchnerismo. Sin embargo, los líderes territoriales que sostenían a Cristina, ahora callan o se muestran felices con Mauricio Macri como si se tratara de lo más normal del mundo. O no le atienden el teléfono a Alicia. No es raro. El 22 de diciembre de 2001 un Parlamento de pie ovacionaba al presidente Adolfo Rodríguez Saa cuando anunciaba su decisión de no pagar la deuda externa con el hambre del pueblo. Eran los mismos que habían respaldado todas las barbaridades de la década del noventa. Lo que disfrutó Cristina cuando los duhaldistas se fugaban en masa hacia el kirchnerismo, ahora lo está sufriendo. Son las reglas. En ese contexto, el panorama más complicado lo enfrenta la gobernadora Alicia Kirchner. 


El 25 de octubre, en medio de la debacle electoral, Santa Cruz le dio un respiro a Cristina Fernández. Aun cuando fue gracias a la trampa de la ley de lemas y se produjo conjuntamente con la derrota de Máximo como candidato a diputado, el kirchnerismo logró retener la provincia y colocar a Alicia como gobernadora. Fue por un pelito, pero ese pelito permitió que la catástrofe no fuera completa. Lo que nadie calculaba era que Alicia iba a tener que convivir con la presidencia de Mauricio Macri. Así las cosas, aquel alivio fue efímero. O peor que eso: se transformó en una tortura. Santa Cruz ha sido el experimento que más representa al kirchnerismo. En ningún lugar gobernaron tanto tiempo, con tanto dinero y tanta acumulación de poder. En Santa Cruz no existía ni el diario Clarín ni la mesa de enlace. Tuvieron el Gobierno durante 24 años ininterrumpidos. En la primera mitad, gozaron de un aporte extra de 500 millones de dólares, gracias al apoyo a la privatización de YPF. Y en la segunda mitad, recibieron una asistencia fabulosa de los gobiernos de Néstor y Cristina. Con todo eso a favor, no pudieron hacer magia. El sistema de salud es tan malo, que Máximo Kirchner debió viajar de urgencia a Capital para una simple operación de rodilla. Toda la obra pública depende de los aportes del gobierno nacional. Y Alicia necesita apoyo urgente de la Casa Rosada para poder pagar los sueldos. El kirchnerismo ha sabido siempre echar lastre cuando las cosas se ponen complicadas. Ese talento se ha desplegado antes y después de la salida del poder. Cuando Tiempo Argentino dejó de pagar salarios, dos líderes de la Cámpora se atrevieron a participar de una manifestación frente a las oficinas de Sergio Szpolski, a quien habían financiado generosamente hasta el mismísimo mes anterior. Cuando Lázaro Báez decidió despedir trabajadores, la gobernadora lo denunció ante Mauricio Macri, como si no hubiera sido Báez el socio de la familia, el constructor de la bóveda donde reposa Néstor Kirchner. Ese mecanismo se reprodujo, cuando Cristina aún gobernaba, con personajes tan disímiles como Sergio Schocklender, Jaime Stiusso, o la familia Cirigliano: los financiaban con cientos o miles de millones, les daban poder y les soltaban la mano, para salvarse ellos mismos, cuando aparecían los problemas. Pero no servirá en Santa Cruz: ¿a quién echarle la culpa de lo que ocurre? ¿quién podría ser el Schocklender o el Cirigliano de Santa Cruz? 

El laberinto de Alicia tiene dos salidas, ninguna de ella muy agradable. La primera es negociar con Macri a cambio de ayuda financiera, como lo están haciendo los demás gobernadores. El problema para ello es que le van a pedir apoyo en el Parlamento, por ejemplo, para el acuerdo con los fondos buitre. Ante una situación semejante, en la década del noventa, Néstor Kirchner ordenó a sus diputados que aprobaran las privatizaciones y no cuestionaran ni siquiera el indulto a los responsables de la represión ilegal. En la Legislatura porteña, el kirchnerismo negoció muchas leyes claves con el macrismo. Además, los barquinazos no están precisamente prohibidos en el manual de conducta K, como bien lo demuestra la rápida respuesta frente al ascenso de Jorge Bergoglio de cardenal a Papa. Aun así, es difícil imaginarse a Axel Kicillof, Máximo Kirchner y Andrés Larroque votando la derogación de la ley cerrojo. La segunda salida es mucho peor: consiste en convivir con una crisis terminal, siempre al borde del abismo, con el riesgo de la caída libre. En uno de sus últimos manotazos, Daniel Scioli difundió en noviembre un aviso en el cual comparaba a Macri con Fernando De la Rua y pronosticaba un final en helicóptero. Esa sombra puede oscurecer el destino de cualquiera. En medio del derrumbe general, al kirchnerismo solo le queda Santa Cruz. Cosas de la vida: depende de Mauricio Macri para que su final no sea trágico. Tal vez esa situación permita entender por qué Juan Cabandié anunció ayer que hará una "oposición responsable", explicó que el peronismo "siempre apostó por la gobernabilidad" y hasta consideró que "hay cosas a favor del pueblo". En 1929, Enrique Santos Discépolo escribió lo que sucede cuando se secan "las pilas de todos los timbres que vos apretás". "Verás que todo es mentira, verás que nada es amor, que al mundo nada la importa... ¡Yira!...¡Yira!". Era un gran poeta, realmente.

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