Por Fernando Gonzalez, Director Periodístico/El Cronista.-
Mauricio Macri decidió que su proyecto de gobierno no fuera leído como una coalición el día en que rechazó la posibilidad de hacer una acuerdo electoral con Sergio Massa. Y el resultado de los comicios le dio la razón. Jamás quiso que el frente Cambiemos, que conformó con la UCR y Elisa Carrió, fuera visto como una confluencia partidaria. Extraño porque tuvieron hasta una elección interna que alumbró su candidatura presidencial. Pero en el PRO, en definitiva el espacio dominante del nuevo oficialismo, prevaleció siempre el temor a ser comparados con la Alianza del Radicalismo y el Frepaso que terminó en el primer desastre político de este siglo.
Más allá del marketing con el quiera vestirlo, Macri está experimentando en esta semana (la primera de su tercer mes de gobierno) todos los síntomas de una coalición en crecimiento. Ayer, el jefe de gabinete Marcos Peña se reunió con los líderes del Senado para impulsar la sanción de las leyes más urgentes del tramo inicial de gestión. Lo mismo deberá hacer en los próximos días con los jefes de la Cámara de Diputados. Y el propio Presidente tendrá hoy su bautismo de fuego con las tres conducciones sindicales de la Argentina. La reducción del impuesto a las Ganancias y las paritarias del 2016 serán los ejes de un acuerdo más profundo que debe sellar con el complejo entramado gremial de origen peronista.
Siempre pareció que la dificultad mayor de Macri como presidente estaría en poder gobernar sin controlar el Congreso y sin tener una pata sindical propia. Pero los primeros indicios dejan traslucir la posibilidad de que el Gobierno pueda contar con las leyes esenciales y un horizonte laboral víable. En cambio, detrás del fantasma inflacionario emerge un iceberg inesperado en la relación con los hombres de negocios. Nacido en una familia de empresarios, Macri sólo nota incomprensión en la política de aumento de precios que ensayan en estos días muchos de aquellos a los creía sus mejores amigos.
HANNAH ARENDT
En 1951, Hannah Arendt escribió: "El sujeto ideal de un régimen totalitario no es el nazi convencido o el comunista comprometido, son las personas para quienes la distinción entre los hechos y la ficción, lo verdadero y lo falso ha dejado de existir".
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