HANNAH ARENDT

En 1951, Hannah Arendt escribió: "El sujeto ideal de un régimen totalitario no es el nazi convencido o el comunista comprometido, son las personas para quienes la distinción entre los hechos y la ficción, lo verdadero y lo falso ha dejado de existir".

viernes, 4 de diciembre de 2015

BRONCAS Y PATALETAS FINALES DE CRISTINA


    Por Julio Blanck/Clarín.- Eran cerca de veinte. Ministros, secretarios, diputados, asesores. Cenaban en la Costanera, noche del miércoles, brisa del río. Muchos de ellos transitaron juntos los doce años de poder kirchnerista. Era, de algún modo, la cena de despedida. Informal y nostálgica. Sonó un teléfono, el de un ministro. Diálogo breve, más asentimientos que palabras del ministro que escuchaba. Terminada la llamada, expectativa de los comensales, momento de trasladar el mensaje recibido: “¿Muchachos quién tiene llegada a los clubes de futbol...? Los que tengan, llamen de parte de la Señora y asegúrense de que no voten a Tinelli”. “¿Esto es joda?”, preguntó uno de los presentes, que no se enteró en qué momento el Gobierno terminó alineado con Luis Segura en la interna caliente de la AFA. “Hablen con los gobernadores amigos y que se pongan a trabajar ya mismo” dijo el inesperado emisario de la Señora. Los que tenían contactos en el fútbol, o conocían a quienes los tienen, se pusieron a fatigar sus celulares. “En Olivos le tienen más miedo a Tinelli que a Macri”, dijo a Clarín uno de los presentes. Los 20 ó 30 puntos de rating intimidan. Tinelli ya mostró que puede usarlos para el daño o la caricia política.
“¿Macri qué está haciendo?”, preguntó otro, tratando de conocer el juego del presidente electo en la AFA. Nadie supo contestarle. Uno se paró y encaró para la salida: “Que se preocupe Macri, nosotros ya fuimos”. La batalla futbolística de última hora planteada por Cristina terminó disimulada en el bochorno enorme de la votación de anoche entre los 75 dirigentes de la AFA. Pero es útil para mostrar cómo hoy, cuando falta menos de una semana para que abandone el poder, la Presidenta sigue desatando sus pataletas y sus broncas, consiguiendo todavía imponer su voluntad y su carácter sobre el rebaño de funcionarios y gobernadores temerosos, que no se atreven a contradecirla. Algo así ya había sucedido el martes, cuando ella reunió en Olivos a los gobernadores oficialistas salientes, entrantes y reelectos. Al comienzo fue todo idílico. El almuerzo empezó con Cristina anunciando el decreto que extendía la devolución del 15% de coparticipación a todas las provincias, después que un fallo de la Corte Suprema le diera la razón en ese reclamo a Santa Fe, San Luis y Córdoba. Es dinero que desde hace más de veinte años se destina a financiar el sistema de jubilaciones. Fiesta para las provincias, problemas para Macri, pareció haber sido el cálculo lineal de la dueña de casa. Ayer, fuentes de la propia Corte deslizaron que ese decreto era erróneo y fácil de derrumbar en la Justicia. Pero sirvió al menos para endulzar el comienzo del encuentro de la Presidenta y los gobernadores. Hasta que tronó el escarmiento. 


 Furiosa porque el peronismo había desobedecido su orden de elegir a Aníbal Fernández para presidir la Auditoría General de la Nación, Cristina le apuntó directo al jujeño Eduardo Fellner, a quien la estructura peronista impulsaba en lugar de Aníbal para la AGN. “¿Vos adónde querés ir ahora? Perdiste tu provincia. No podés pedir nada”, le estampó. “Yo fui candidato porque ustedes quisieron”, atinó a defenderse Fellner. Y agregó: “Encima me la tuve que aguantar a esa Milagro Sala”, el chaleco de plomo que el kirchnerismo le endosó al gobernador ahora derrotado. Cristina no escuchó razones, subió el tono de su enojo hasta que Fellner salió un rato a los jardines a tomar aire y recuperar compostura. Enseguida la Presidenta le apuntó al sanjuanino José Luis Gioja. Es gobernador saliente, aseguró la sucesión en su provincia y llega como diputado nacional. Pero cometió el pecado de ser la cara visible de la oposición peronista a la continuidad de Juliana Di Tullio en la comandancia del bloque, como ordenó Cristina. Para Gioja también hubo azote. Los demás asistentes callaban o miraban asombrados, como varios debutantes en esas tertulias tormentosas que ahora serán gobernadores. Testigos del incómodo momento aseguran que Daniel Scioli intentaba componer, en vano. Y que el chaqueño Jorge Capitanich arremetió con su consabido discurso acerca de que “hay que cuidar a Cristina”. 

 La puesta en escena terminó con un punto intermedio impuesto por la Presidenta, quien también debe aceptar que sus deseos originales ya no eran cumplidos a la carrerita por el peronismo oficial. Así, van Ricardo Echegaray a la Auditoría, Héctor Recalde a la jefatura del bloque de diputados y Gioja, con suerte, a la vicepresidencia segunda de la Cámara de Diputados. Algo peor le fue en el Senado, donde el robusto bloque que comanda el rionegrino Miguel Pichetto resolvió votarle uno solo de los 96 proyectos que llegaron aprobados desde Diputados con sesión de escándalo la semana anterior, porque una docena de legisladores oficialistas se declararon cansados de hacerle caso a todo, todo el tiempo, justo ahora que la puerta de salida está abierta y muy cercana. El sainete en la reunión con los gobernadores tuvo un solo ausente: el salteño Juan Manuel Urtubey, convertido en el crítico más ácido de este kirchnerismo postrero en el poder. Otros asistentes apuntaron que siempre fue más fácil criticar sin Cristina delante. Un modo de reclamarle a Urtubey presencia más activa allí donde el fuego arde. Pero el salteño hace su juego. Ayer dijo, por Radio 10, que “tratar de complicarle las cosas” a Macri, ensuciando el proceso de transición, es “no asumir que se perdió” la elección. Remató fuerte: “Me duele que se le falte el respeto al pueblo argentino”. 

 Argumentos como los de Urtubey podrían extenderse en el universo peronista durante los tiempos que vienen. Cierto espíritu de razonable colaboración que muestran ministros del Gabinete nacional y de la Provincia; la limitada pero llamativa continuidad de algunos funcionarios propiciada por Macri y María Eugenia Vidal; elogios fuera de programa como el del camporista José Ottavis al designado jefe de Gabinete Marcos Peña; son expresión de una corriente que propicia espacios de cooperación con el nuevo gobierno, en busca de beneficios mutuos, políticos y de gestión, a la salida de una etapa traumática para casi todos. El mejor ejemplo de esa inusual racionalidad fue ayer la actitud del bloque peronista de senadores, que aceptó elegir al macrista Federico Pinedo como presidente provisional del Senado colocándolo en la línea de sucesión. Pudieron haber impuesto a un candidato propio con la fuerza de sus votos. Prefirieron la sensatez democrática. Pero todavía, y no se sabe por cuánto tiempo más, el temperamento volcánico de la Presidenta sigue llevándose por delante a muchos de los que sin ella presente, por lo bajo, prometen la construcción de un peronismo diferente que pueda plantearse a mediano plazo la recuperación del poder. Siguiendo por el camino que vienen sólo vislumbran nuevas derrotas. 

 El punto de discordia en la transición es Cristina. Con sus obsesiones, trascendentes o menores, valiosas como su defensa de la política de derechos humanos hecha el miércoles en la ESMA, o patéticas como la preocupación por conseguirle a su hijo Máximo el mejor despacho en la Cámara de Diputados, incluso desplazando a quien lo tenía adjudicado, como comentó con asombro un notorio legislador oficialista. El entorpecimiento de la ceremonia de transición es quizás el punto extremo de esa mala predisposición de Cristina, que tanto revela su verdadera naturaleza. Un funcionario de Macri que interviene en esas negociaciones tan complicadas dice haber escuchado de su contraparte kirchnerista una explicación sencilla al capricho de Cristina de hacer toda la ceremonia en el Congreso, incluida la imposición de banda y bastón presidencial a su sucesor, sin trasladarse a la Casa de Gobierno para ese último acto protocolar: “Ustedes no entienden. Ella jamás va a entrar ni a salir de la Casa Rosada sin ser la presidenta”. Nunca menos.

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