Por Fernando Gutierrez/iProfesional.-
Junto al gobernador bonaerense, la Presidenta reivindicó la inversión en obras hídricas y aludió al fenómeno climático en la inundación que dejó 10.000 evacuados. En contraste con su reacción indignada de hace dos años tras la tragedia de La Plata, ahora deslindó a Scioli de toda responsabilidad.
Luego de dos semanas de silencio, Cristina reivindicó la inversión en obras hídricas y denunció "campaña sucia" Tucumán, escenario de la próxima batalla entre oficialismo y oposición unificada
Fue una jornada extraña, en la que Cristina Kirchner fue la de siempre, pero al mismo tiempo nunca se había mostrado tan contradictoria.
Quién iba a decirle a la Presidenta, hace apenas dos años, cuando la irritación la embargaba tras la trágica inundación de La Plata, que un día terminaría justificando a Daniel Scioli. Que, más que eso, terminaría justificando su inoportuno viaje a Italia y que les pediría a los militantes de La Cámpora que tuvieran la grandeza de perdonarlo por su “equivocación”.
Qué diferente era el sentir de Cristina hace dos años. En aquel momento, su antipatía hacia el gobernador bonaerense alcanzó su grado máximo. La Presidenta asumió un rol protagónico en el operativo de asistencia a las víctimas, viajó al lugar de la inundación, exponiéndose personalmente a sufrir, ante las cámaras de TV, las recriminaciones de los vecinos.
Encomendó a Andrés “Cuervo” Larroque la tarea de organizar la asistencia junto a los militantes de La Cámpora. Y, sobre todo, dejó bien en claro que si había alguien presente en la emergencia era el Gobierno nacional… y que si había un ausente, ese era Scioli.
Fue allí cuando la Presidenta tuvo las declaraciones más irritadas y agresivas que se recuerden en sus ocho años de peleas.
"Estoy un poquito cansada, pero no cansada de gobernar, sino de que algunos se hagan los idiotas o me tomen a mí por idiota, porque siembre he actuado de muy buena fe", había dicho en aquel momento.
Menos Scioli, que no se dio por aludido, todo el ámbito político interpretó que Cristina estaba hablando del gobernador.
Y lo cierto es que no hubo lugar a dudas, cuando pronunció la frase referida a las diferentes actitudes de cada político ante la tragedia: “No se me ocurrió hacerme la estúpida y mirar para otro lado como hacen otros que siempre se borran y no ponen la cara y dicen que todo es lindo y está bien. Fui y puse la cara donde no tenía que ponerla”.
Pero el panorama político ha cambiado, y puesta ante el dilema de contradecirse o de poner en riesgo la suerte electoral del kirchnerismo, Cristina no dudó.
La alocución de ayer, en su cadena número 32, la mostró en su faz de conductora política. Tras dos semanas de silencio luego de las trágicas inundaciones de Buenos Aires, reapareció munida de argumentos para contestar las críticas.
La sensación que dejó el discurso fue que el mensaje estaba más dirigido a la interna kirchnerista que a la ciudadanía. No se le escuchó una palabra de solidaridad con las familias que perdieron seres queridos ni las que –una vez más- perdieron sus bienes.
En cambio, toda su retórica estuvo puesta al servicio de justificar lo ocurrido.
La cadena para la “patria zocalera”
No le resultó fácil a la Presidenta. Hacía tiempo que no se la veía tan nerviosa e incómoda. Recién después de un largo preámbulo con anuncios de ayuda económica y reiteración de datos conocidos desde 2008 –como la participación estatal en empresas privadas-, llegó al punto que todo el país estaba esperando.
Había transcurrido más de media hora y anunció que hablaría para no dar el gusto a la “patria zocalera” de solazarse en su falta de alusión a la reciente tragedia. Al lado de Cristina, el gobernador Scioli lucía serio y tenso las pocas veces que lo “ponchó” la televisación oficial.
La larga relación de obras realizadas incluyó ítems que no estaban directamente relacionados con las obras preventivas de inundaciones –por ejemplo, las plantas potabilizadoras- y fue notorio el intento por abrumar con una catarata de datos.
Hasta mencionó las obras realizadas en La Plata, allí donde hace dos años mostraba toda su indignación.
No conforme con ello, les pidió a sus colaboradores que mostraran las fotos de las obras, a modo de que sus palabras pudieran contar con una confirmación que alejaran las sospechas.
Estuvo, claro, la “acusación” al clima, apoyada en un gráfico sobre lluvias promedio y su comparación con la tormenta hace dos semanas. Y, naturalmente, no hubo explicaciones respecto de por qué la provincia se inunda regularmente todos los años aun cuando no aparezca la maligna corriente de El Niño.
En definitiva, lo que traslució fue, más que el pesar por lo ocurrido, la necesidad de “bajar línea” a la militancia. La Presidenta nutrió con datos numéricos a sus defensores, tales como los $26.000 millones que invirtió Aysa o las dos millones de hectáreas recuperadas para el sector agrícola en la provincia.
Pero, sobre todo, el argumento más fuerte fue la crítica a los opositores y su “obscenidad de disfrazarse de día de lluvia e ir al barro a juntarse con los pobres”.
Argumentos para la “tropa” propia
Tanto en su alocución oficial como en el “plus” de tres discursos que dio a los jóvenes de La Cámpora en los patios de la Casa Rosada, Cristina dejó ayer traslucir un temor. Como nunca antes, se la vio insegura sobre el triunfo electoral del Frente Para la Victoria.
En consecuencia, su continua apelación fue al mantenimiento de la unidad del “espacio popular” y a evitar que los enojos por el viaje de Scioli en plena inundación pudiera implicar una fuga de votos por izquierda.
Más que a ponderar a Scioli, Cristina se dedicó a las consecuencias que podría traer un país gobernado por “los cachivaches” de la oposición.
Y no ahorró calificativos. En una actitud que no se le veía desde que hace un año denunció una conspiración golpista tras una suba del dólar blue, la Presidenta calificó a Mauricio Macri como miembro de un sector que tumbó el gobierno de Raúl Alfonsín.
Y, en una comparación de alto riesgo, puso las críticas hacia su gobierno en la misma categoría los movimientos de protesta contra los gobiernos de Nicolás Maduro en Venezuela y de Dilma Rousseff en Brasil.
Quedó en evidencia que no será fácil remontar el golpe de las últimas semanas. Tras dos horas de discurso, debió salir otra vez en defensa de Scioli cuando los jóvenes que estaban en uno de los patios gritaron algo alusivo al viaje del gobernador a Italia.
Allí, la Presidenta tuvo una mezcla de protección y de advertencia hacia su candidato. Por un lado, pidió clemencia a sus militantes: “Cualquiera se puede equivocar. Lo importante no es que se fue sino que volvió”, dijo.
Pero, además, advirtió que aquellos que mantenían dudas sobre si Scioli mantendría las banderas del proyecto deberían quedarse tranquilo, porque “nadie sería tan necio de quedar en la historia como un traidor”.
Igual, por las dudas de que el propio Scioli no estuviera tan convencido, antes se había asegurado que la participación del Estado en los directorios de empresas privadas quedara fijada por ley. Y que una comisión parlamentaria –que, presumiblemente, estará dirigida por Axel Kicillof- hará un monitoreo permanente sobre cómo se comporta el próximo gobierno en ese aspecto.
Al cabo de más de dos horas y cuatro discursos, rodeada de gobernadores amigos y de la dupla Scioli-Zannini, la Presidenta se retiró satisfecha.
Había desplegado su arsenal retórico para asegurarse que “el proyecto” tuviera la reelección. El precio que pagó fue alto, pero en su ponderación personal valió más la continuidad política que la coherencia.