Por Martín Rodríguez Yebra/La Nación.-
Desde hace 10 días Cristina Kirchner encaja medias verdades, conjeturas y pistas falsas para edificar una explicación definitiva de la extraña muerte de Alberto Nisman . Teje el hilo de una historia que se enreda con el paso de las horas y conduce a más confusión. Como Ariadna, pero al revés.
El contenido de sus cartas y discursos podría pasar por la reflexión apresurada de un detective sin suerte. Cobra, en cambio, una dimensión institucional enorme porque ella es la presidenta de la Nación. Porque alude a un caso que conmociona al país. Y porque el muerto es un funcionario judicial que la había acusado de un delito de proporciones históricas.
Ahora se sabe que Nisman no volvió de urgencia de sus vacaciones por Europa antes de presentar la demanda por el supuesto encubrimiento de los culpables de volar la AMIA. Desde el 31 de diciembre tenía pasaje de regreso para el 12 de enero, confirmó la fiscal Viviana Fein.
Aquel último día de 2014, Nisman cambió la vuelta que había sacado en Iberia y acortó su estadía. Lo decidió al enterarse de que la procuradora Gils Carbó había apartado a fiscales incómodos para el Gobierno.
La tesis del regreso de apuro era una pieza maestra del relato elaborado por la Presidenta para esclarecer el caso.
"¿Quién puede creer que alguien que tenía tan grave denuncia institucional (...) se fue de vacaciones y de repente las interrumpe y en plena feria judicial, sin avisarle al juez de la causa, presenta una denuncia de 350 fojas que evidentemente debía tener preparadas con anterioridad?", escribió Cristina Kirchner en su primera carta en Facebook. El lunes teorizó: "Había que presentar la denuncia el 14 (de enero), en el marco de los sucesos y de la conmoción que había en el mundo por los sucesos de París. Por eso también el retorno imprevisto del fiscal".
La versión presidencial sería más o menos así: Nisman era el instrumento de unos agentes de inteligencia que lo habían nutrido de pruebas falsas en la causa AMIA; cuando ocurrió la masacre de Charlie Hebdo, lo obligaron a volver a Buenos Aires para que presentara la denuncia y se amplificara el daño de ligar al kirchnerismo con el terrorismo internacional; el complot se completaba con la muerte del acusador.
El problema es que el atentado en Francia fue el 7 de enero y Nisman tenía cerrada la fecha de su regreso ocho días antes. Si hubiera volado por Aerolíneas, acaso la Presidenta se habría ahorrado el desliz.
Es curioso que desconociera el plan de vuelo de Nisman, pero que estuviera al tanto desde el primer día de un dato cierto pero más íntimo, como era que el día de la vuelta el fiscal dejó a una de sus hijas sola en el aeropuerto de Madrid a la espera de que la recogiera la madre unas horas después.
Ante la frialdad de los hechos, el Gobierno castigó a Fein con su nuevo látigo comunicacional, la cuenta de Twitter de la Casa Rosada.
Argumenta que el propio Nisman escribió a un grupo de amigos que volvería "intempestivamente" de su viaje de placer. "¿Le creemos a Nisman o a la fiscal Fein?", preguntó el canal oficial del Gobierno. Otro giro en el que los que tipean el relato sacrifican la lógica: si sugiere creerle al muerto, ¿habrá que dar por cierto también todo lo que escribió sobre el pacto con Irán?
La tesis kirchnerista chirrió también durante la aparición pública de Diego Lagomarsino, el dueño del arma que lo mató y único imputado en el expediente.
La Presidenta se esmeró en volcar sospechas sobre este empleado de la fiscalía.
Empezó por sugerir que entre él y Nisman había una "amistad íntima" (léase con el correspondiente doble sentido). Lo emparentó con Clarín con datos luego desmentidos. Y dijo que llamativamente había ido a tramitar el pasaporte el 14 de enero, el mismo día en que Nisman presentó su demanda.
Lagomarsino explicó que el turno para sacar el documento se lo había asignado el sistema informático del Ministerio del Interior bastante tiempo antes de que pudiera conocer la fecha en que Nisman sacudiría al poder con su presentación.
Casi en forma simultánea, Fein anunció que no sospecha que este hombre pudiera haber matado a su jefe. Además, aclaró que por ahora no tiene nada contra el misterioso espía cesanteado Antonio Stiusso.
El secretario Aníbal Fernández cumplió ayer con la misión de alimentar la acusación sobre Lagomarsino al referirse a una denuncia que lo retrata como agente de inteligencia. Fiel a esta trama, no aportó pruebas.
Una pena: es el Gobierno el que tiene el acceso a datos concluyentes sobre quién es un espía y quién no.
Pero prefiere difundir indicios imprecisos.
Denuncia conspiraciones inspiradas en Robert Ludlum. Afirma un día que "todos los caminos conducen al suicidio" y al otro sentencia que se trató de un homicidio. Intenta desviar la atención pública con reformas y nombramientos institucionales. El secretario de Seguridad se entromete en la escena del crimen. La Casa Rosada revela datos privados de un periodista que se siente amenazado porque tuvo la primicia de la tragedia de Nisman. Un funcionario al que le pagan por pensar dice que la denuncia del fiscal muerto "construyó bronca cuando la sociedad atravesaba con alegría el verano".
La investigación compite contra esta lógica de poder. En lugar de ayudar a encontrar el camino de la verdad, como la Ariadna del mito griego que Cristina misma utilizó, la Presidenta acusada por Nisman prefirió ejercer una enrevesada estrategia defensiva.