Por Fabián Bosoer/Clarín.-
Se cumplen 40 años de su muerte
Ideólogo del “pensamiento nacional”, popularizó términos como “vendepatria”. Hoy se lo recupera parcialmente.
Nació con el siglo que nos prometía una gran nación y murió un 25 de mayo de 1974, cuando la otra gran promesa argentina, la de la justicia social y la felicidad del pueblo, se consumía en las guerras sin cuartel que acompañaron la agonía de su líder. Hasta en eso fue Arturo Jauretche un intelectual singular.
Fue pensador, escritor y ensayista, animador y referente principal del revisionismo histórico, fundador de FORJA, mentor del peronismo en el poder y luego desde la resistencia, ideólogo del llamado “pensamiento nacional” y a la vez, consistente crítico de los poderes establecidos y el pensamiento dominante. Su trayectoria permite reconstruir esa tradición, desde la temprana militancia en el radicalismo yrigoyenista a las canteras que tributarían al movimiento gestado detrás de la figura de Perón, aquel militar transformado en el líder laborista.
Jauretche participará de cada uno de sus hitos principales: luego del 17 de octubre del ‘45 y en la primera presidencia de Perón, como presidente del Banco Provincia, de donde lo echaron por haberle dado un crédito al diario La Prensa.
Pero su protagonismo llegará en la segunda mitad de los 50, luego de la Libertadora, a través de sus libros y artículos periodísticos, como polemista e implacable crítico del antiperonismo y sus imposturas. Fundó el semanario El ‘45, se exilió en Montevideo, publicó sus libros más conocidos Los profetas del odio, Política nacional y revisionismo histórico, Forja y la década infame y el Manual de zonceras argentinas.
Fue un cronista de las ideas que la emprendía contra las modas y modos de lo que llamaba “la intelligentzia”. Borges le prologó un temprano texto de juventud. Con Ernesto Sabato hubo fuertes controversias al calor de una amistad. Quienes lo conocieron recuerdan su ironía campechana y su honestidad intelectual. Su propuesta era la integración de la burguesía y el proletariado, cuyos intereses comunes estarían fijados por el desarrollo de una sólida economía nacional. Esta posición le granjearía a la vez la poca simpatía de liberales y dirigentes del justicialismo.
A él le debe el vocabulario político la popularización de otros términos: “vendepatria”, “tilinguería”, “cipayismo”. En 1973, con el regreso de la democracia y el peronismo al poder, fue designado al frente de EUDEBA y llevó con él a Rogelio García Lupo. Desde allí observó el comienzo de otro derrumbe. Murió 36 días antes que Perón, a los 72 años.
La crisis de 2001 trajo consigo una revalorización de aquellas ideas que se creían sepultadas por el neoliberalismo de los ‘90. Los libros de Jauretche volvieron a ser leídos por los jóvenes, dentro y fuera de los ámbitos académicos. El kirchnerismo se sintió llamado, con mayor o menor acierto, a recuperar y dotar de actualidad esa tradición revisionista y nacional-popular. Una universidad lleva hoy su nombre. Muchos se pueden considerar “jauretcheanos”, hasta el veterano ex jefe de gabinete y senador nacional Aníbal Fernández, que quiso emularlo y le rindió flaco tributo pretendiendo un nuevo manual de zonceras argentinas, pero no son muchos quienes lograron cultivar el talante de Jauretche, capaz de mantener la confrontación de ideas y el respeto y hasta la admiración genuina por el contrincante o el adversario.