Por Alejandro Pandra.- Se conjuró con otros coroneles del ejército para clausurar en 1943 la década infame y para redimir la patria y salvar de la humillación a los trabajadores y los desposeídos.
Fue tomado por el pueblo por un hombre providencial, un intermediario con el cielo, un profeta laico y criollo que, como Moisés, lo guiara por el desierto hacia la tierra prometida, le diera de comer cuando tenía hambre y lo protegiera del enemigo interior y exterior.
Dotó a los humildes de dignidad, de doctrina y de organización. Los hizo pueblo, y los consideró lo mejor que tenemos. Hasta que en la jornada del 17 de octubre de 1945 su nombre se hizo bandera y se desató, inconmensurable, todopoderosa, incontenible, jubilosa, imparable, la esperanza popular.
Pronto unió su destino al de una mujer de un carisma inigualado que se iba a constituir en el nervio de su liderazgo, en la llama ardiente de la revolución, en puente insobornable con los débiles y postergados, los desamparados y marginales, los niños, los trabajadores, los humildes, las mujeres, los ancianos.
Desde entonces fue sin discusión, ininterrumpidamente, la primera figura política, excluyente y hegemónica, a lo largo de tres décadas. Presidente de la nación elegido tres veces en forma constitucional, siempre con más de la mitad de los votos, y en la última oportunidad con casi dos tercios de ellos.
Gobernó durante nueve años recibiendo un país colonial, sojuzgado, postergado, devastado, sometido, de rodillas, y lo puso de pie y a la cabeza preeminente de América latina, hasta convertirlo en ejemplo luminoso para todos los pueblos del planeta.
Sin embargo, todavía hoy la magia de su signo alienta a quienes levantan su bandera, y estremece a quienes siguen conmovidos el eco de su historia.
Los que lo conocimos y lo oímos, los que lo amamos y lo seguimos, 40 años después lo llevamos, vivo, vibrante, siempre presente en el corazón. Es que quien ha visto la esperanza no la olvida: la busca. Siempre. Bajo todos los cielos y en toda la gente.
Se llamaba Juan Domingo Perón... Y en la lucha que emprendiera por la justicia y la dignidad de su pueblo, por siglos se seguirán ganando batallas al conjuro de su nombre.
HANNAH ARENDT
En 1951, Hannah Arendt escribió: "El sujeto ideal de un régimen totalitario no es el nazi convencido o el comunista comprometido, son las personas para quienes la distinción entre los hechos y la ficción, lo verdadero y lo falso ha dejado de existir".
jueves, 17 de octubre de 2013
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