Por Carlos Tórtora/El Informador.-
La clave es si el resultado de las primarias marcará o no una tendencia irreversible.
Los equipos de campaña del cristinismo trabajaron esta semana en el ajuste de la sintonía fina de una campaña electoral que pasará a la historia por su intrascendencia y, sobre todo, por la marcada indiferencia de la mayor parte del electorado. Así las cosas, el oficialismo hizo desaparecer de los medios a Amado Boudou, símbolo de la corrupción oficial, y tanto Guillermo Moreno como Ricardo Echegaray habrían recibido instrucciones superiores para que bajen su perfil. Del mismo modo, las palabras “reforma constitucional” y “reelección” ya no figuran en el vocabulario oficial.
Otro ajuste en la estrategia de campaña K es que la presidente y todo su staff dejaron de criticar a Sergio Massa para pasar a ignorarlo, habida cuenta que mencionándolo sólo conseguirían potenciarlo. Y a partir de ahora, la etapa final de la campaña oficialista se concentraría en despertar sobre todo en la clase medida el miedo a que una derrota del Frente para la Victoria dispare un proceso de inestabilidad económica que agrave la actual situación. En punto a esto último, los consultores del gobierno apuestan a que, una vez más, se imponga una vieja premisa que dice que la gente protesta contra la corrupción y la inseguridad, pero termina votando en función del bolsillo. A lo largo de los últimos diez años, esta receta se cumplió casi al pie de la letra.
No es casual que el ojo de la tormenta sea la diferencia de puntos entre Sergio Massa y Martín Insaurralde. La guerra de números en torno a ellos tiene un sentido claro. Si Massa gana por menos de 10 puntos, se atenuarían las posibilidades de una corrida de dirigentes del PJ en dirección a Tigre y entonces se evitaría, o al menos pospondría, el estallido de una crisis interna en el PJ. Tal como están las cosas, el principal objetivo del gobierno es que no se produzca un “efecto 12 de agosto”, que podría empezar a licuar el poder presidencial. El Frente para la Victoria renueva menos bancas que la oposición, porque están en juego las del 2009,cuando el kirchnerismo hizo una mala elección. Este dato tranquiliza al gobierno en cuanto al mantenimiento de la mayoría en las dos cámaras. En Olivos también se alegran porque es Hermes Binner y no Miguel del Sel el que encabeza las encuestas en Santa Fe, aunque no le encontraría la vuelta a cómo evitar que Daniel Filmus salga tercero en la Capital.
Al borde de la caída
Si el 11 de agosto, entonces, la brecha entre Massa e Insaurralde no es demasiado grande, se le abriría al kirchnerismo cierto espacio para intentar salir del atolladero y remontar la cuesta hasta el 27 de octubre. El 14 de agosto del 2011, en las primeras primarias que se realizaron, CFK obtuvo el 51% y este resultado fue tan aplastante que convirtió las elecciones generales del 23 de octubre en un mero trámite. Se impuso entonces el “Cristina ya ganó”, que derivó en el posterior 54%. Ahora el gobierno intenta que las primarias funcionen casi a la inversa. O sea, como un resultado provisorio que no marcaría una tendencia definitiva. A favor de esta posibilidad hay que considerar el hecho de que estamos ante una elección legislativa, en la cual es más probable la dispersión de los votos. En contra de que la tendencia pueda revertirse a favor del gobierno juegan, en cambio, la alta inflación y la escasez de indicadores económicos positivos. El anuncio de la presidente por el cual el sueldo anual complementario correspondiente a diciembre “no jugará” a los fines del cálculo del impuesto a las ganancias, para muchos tuvo sabor a poco y es una señal de la extrema dificultad del gobierno para dar buenas noticias económicas. Por su parte, los dos escándalos de corrupción que sacudieron al gobierno en plena campaña electoral, es decir, los casos de Ricardo Jaime y César Milani, no parecen, por otra parte, destinados a tener una influencia importante en el resultado de las primarias. Todo indica, por el contrario, que el capítulo final de la campaña será tan anodino como su inicio, a menos que ocurran imponderables de extrema gravedad.
