Las demostraciones de inconformismo social, que se dieron en forma simultánea en distintas ciudades argentinas, produjeron un sacudón en las entrañas del poder. Hay algo que quedó claro: aunque con efectos diversos, el mensaje llegó a destino. Las demostraciones de inconformismo social, que se dieron en forma simultánea en distintas ciudades argentinas, produjeron un sacudón en las entrañas del poder y marcaron un cambio de clima y expectativas políticas en el país. Ningún análisis de escenarios presentes o futuros, cualquiera sea su origen, podrá obviar ahora una referencia a lo sucedido.
Tanto es así, que en los últimos días en las sedes diplomáticas de los principales países representados en Buenos Aires se trabajó a destajo. Los embajadores debieron informar a sus gobiernos los motivos por los que se vieron sorprendidos por una reacción callejera que no esperaban, menos de esa dimensión.
La explicación más coincidente –según confiaron en forma reservada varios de ellos– no estuvo centrada en la situación económica de la Argentina ni en el surgimiento de algún liderazgo opositor. Atribuyeron el desconcierto, en cambio, a las contradicciones que se observan entre la realidad y el discurso oficial, construido casi exclusivamente en términos de propaganda.
Tanto es así, que en los últimos días en las sedes diplomáticas de los principales países representados en Buenos Aires se trabajó a destajo. Los embajadores debieron informar a sus gobiernos los motivos por los que se vieron sorprendidos por una reacción callejera que no esperaban, menos de esa dimensión.
La explicación más coincidente –según confiaron en forma reservada varios de ellos– no estuvo centrada en la situación económica de la Argentina ni en el surgimiento de algún liderazgo opositor. Atribuyeron el desconcierto, en cambio, a las contradicciones que se observan entre la realidad y el discurso oficial, construido casi exclusivamente en términos de propaganda.
Los gestos. El ámbito para el intercambio de impresiones de los diplomáticos fue nada menos que la residencia de la embajadora de Estados Unidos, Vilma Martínez, la noche del jueves pasado, cuando se presentaron los nuevos consejeros económicos de ese país.
Allí recibieron otra sorpresa: la presencia del polémico secretario de Comercio Guillermo Moreno que asistió mandado por la Presidenta. Moreno no fue para conocer a esos funcionarios sino para llevar una señal de acercamiento del Gobierno argentino, justo antes del viaje de Cristina a Estados Unidos, país con el cual las relaciones no pasan de buenas.
Para la política doméstica, las cacerolas siguen sonando con fuerza en la interna gubernamental, protagonizada por los exponentes del cristinismo duro que no ahorraron exabruptos para calificar la protesta, y los silenciosos que prefirieron mirar con más serenidad lo sucedido.
Igual, ambos sectores tomaron debida nota de que el panorama se modificó, al tiempo que obliga al Gobierno a dar respuestas con actitudes menos confrontativas que las que ha tenido hasta ahora.
El mutis público que guarda la Presidenta sobre la movilización y el tono más cordial de sus últimos discursos indican la intención de amortiguar el golpe hasta retomar plenamente la iniciativa política. Lo que está en debate con marcadas diferencias internas es la manera de salir hacia adelante, tratando de recomponer lazos con sectores de la clase media y soportando el menor costo político posible.
Los sociólogos apuntan que lo específico del populismo –y la acción de Cristina tiene esa característica– es percibir que las masas se mueven más por pasiones y creencias que por intereses y cálculos. Por eso la jefa del Estado se apoya en la fuerza de la palabra, capaz de resucitar imágenes cargadas de deseos y aspiraciones.
Sin embargo, al menos con una importante porción de la sociedad, esa forma de relacionarse desde el poder exhibe un visible agotamiento. De allí la necesidad presidencial de evitar un mayor deterioro del vínculo, e intentar reconstruirlo con quienes hasta no hace mucho podían considerarse aliados.
Si bien el deseo del oficialismo de reformar la Constitución para poder conseguir la re-reelección presidencial choca en forma abierta con aquella intención, el Gobierno prepara sus herramientas de seducción. Confía en que serán efectivas, porque todas tienen un tentador componente económico.
Las dudas. La mayoría de los especialistas que analizan las variables de la macroeconomía coincide en que el año próximo puede ser mejor que el actual. Consideran que son favorables las perspectivas de la producción de soja y de las otras materias primas que exporta el país.
Estiman, además, que los niveles de crecimiento que prevé el Gobierno –un 4,4 por ciento– son razonables y por tanto habrá otra vez, gracias al cepo cambiario, una fuerte apuesta al consumo interno.
“Habrá plata en la calle y gente que la gaste”, deducen, y advierten que si bien la inflación jugará su papel, no existirá malestar económico.
También así imagina el Gobierno el año en que deben renovarse los legisladores. Pero lo imprevisible todavía es el nivel de agitación que presentará el escenario político. Las luchas internas en el oficialismo, el avance de los sectores juveniles de La Cámpora en la gestión y la conformación de un aparato electoral que prácticamente prescindirá de las estructuras tradicionales del peronismo pueden generar errores que se pagan con votos.
Eso sin contar el cambiante humor de una sociedad que, ahora, se anima a expresarlo.