Casi en el momento en que parte del Gobierno irrumpía por la fuerza en Repsol YPF y conminaba a los directivos a abandonar el edificio, Roberto Baratta, subsecretario del Ministerio de Planificación, llamó por teléfono a otras petroleras, en algún caso dos veces, para dejar un mensaje tranquilizador. El problema es sólo YPF, transmitió, y agregó que el resto de la industria no tenía por qué temer. Es cierto que el mensajero no suscita ya la garantía de otros tiempos. Baratta tendrá además que explicar, si es que aquí realmente importan la verdad y las ideas, las razones por las que le aprobó todos los balances, con excepción del último, a una empresa a la que el Gobierno entero acusa ahora de vaciamiento. Pero su sola intención de disipar la inquietud corporativa sirve para vislumbrar el estado de ánimo y la lógica que prima entre los hombres de negocios. Lo supo el lunes José Ignacio de Mendiguren, líder de la Unión Industrial Argentina (UIA), mientras esperaba las confirmaciones para la reunión de comité directivo que la entidad tenía previsto hacer al día siguiente, como todos los martes. Por lo general, los lunes por la tarde está más o menos claro quién va. Pero esta vez fue distinto. Acababa de terminar el anuncio sobre YPF y la secretaria de la UIA empezó a recibir excusas de todos lados. Casi nadie podía ir. Mendiguren esperó hasta la mañana del día siguiente y, ante la falta de quórum (necesitaba al menos 13 ejecutivos), canceló el encuentro. Ver más
Un sondeo de este diario dejó entrever al respecto dos elementos relevantes. Primero, que esas reuniones ya no son lo que eran. Como las posturas internas de la UIA son múltiples, quien alce ahí la voz debe saber que sus palabras serán siempre auscultadas por pares que pueden hacerlas llegar al periodismo o, peor aún, al Gobierno. Eso cohíbe a casi todos. La otra conclusión es más abarcadora: el avance sobre YPF provoca en las corporaciones más adhesiones que las que se sospechan.
Quedó claro también el jueves, en la última reunión de la Asociación Empresaria Argentina, circulaba el comunicado sobre la expropiación, texto cuya difusión no terminaba todavía de convencer a todos. Hagan lo que quieran , dijo alguno, y se fue a su casa. Había, con todo, un núcleo atendible entre los partidarios de darlo a conocer que finalmente se impuso el viernes por la tarde: Paolo Rocca, Héctor Magnetto, Gustavo Grobocopatel, Jaime Campos.
El problema es que algunas de estas entidades tienen también en su seno el germen del respaldo. Varios de sus miembros quisieran ahora asociarse con la petrolera o, por lo menos, convertirse en proveedores. "Si hay negocios, no se preocupe que muchos van a ir por la carroña de YPF", dijo el N°1 de una cámara. En las últimas horas, hombres del Departamento de Estado norteamericano confirmaron que no todos los sectores del gobierno de Obama eran tan críticos con el proyecto estatizador.
Por lo pronto, el Gobierno busca mostrar que nada cambió. Su reunión del jueves con la francesa Total fue difundida sólo por YPF, pero la comunicación seguramente mejore para la próxima, con Exxon Mobil. Son conversaciones. Hasta que no se discuta el precio del gas, nadie sabrá quién está en verdad dispuesto a invertir.
En realidad, sólo a los efectos de informarse en una Argentina cada día menos propensa a hacerlo, no hay nada más provechoso que una expropiación. Hubo que esperar años, hasta la esclarecedora conferencia del martes en Madrid, para saber lo que Antonio Brufau pensaba del país. Hace un año, en la misma ciudad, durante la presentación anual de resultados, el catalán había calificado el crecimiento del PBI como "espectacular" y sorprendido con un elogio: "Está alentando el retorno de los inversores externos".
Tal vez sea hora de preguntarse si, en su afán por mostrarse como actores necesarios para la institucionalidad y el desarrollo, algunas entidades empresariales no se han extralimitado al defender valores genéricos como la libertad, la Justicia, la propiedad privada, la lucha contra la pobreza y la inseguridad, la libertad de prensa o el bien común. Es probable que, en adelante, salvo excepciones, la tendencia general sea que cada compañía se defienda en soledad y sólo si es atacada. Porque la expropiación ha tomado a todos con pocas ganas de quedar expuestos. Una encuesta encargada por empresas consignaba el viernes un 80% de aceptación de la ciudadanía hacia la "recuperación del petróleo". Guste o no, el argentino medio es estatista, partidario del subsidio y desdeñoso del mercado.
Otro asunto será qué es lo que parte de la clase política quiere mostrarle a un establishment que, aunque sobreactúa y se esconde, prefiere un país sin sobresaltos. Un caso testigo fue Daniel Scioli, que acaba de cancelar un viaje a Venezuela. La provincia de Buenos Aires tiene relación con Caracas por la construcción de buques para Astilleros Río Santiago. El gobernador estará esta semana en Colombia, país cuyo modelo de seguridad lo cautiva. Pero, ¿qué imagen daría codeándose con Pdvsa en plena cruzada petrolera nacional?
Su otro motivo de prudencia está dentro del kirchnerismo. Scioli nunca ha querido entrometerse en asuntos que lleva la Casa Rosada. Justo cuando parece haber aflojado la presión de La Cámpora, parapetada desde las unidades de atención y gestión del PAMI y la Anses en cada municipio. Bases de operaciones que le permitieron a la agrupación, que en la provincia encuadran José Ottavis y Gabriel Mariotto, involucrarse en las comunas, hasta ganar lealtades unívocas en dos partidos -Avellaneda y Lanús- y cierta ambigüedad en casi todos los intendentes. Entre "lo que falta", como les gusta decir a los kirchneristas, está la consolidación de un líder territorial. Un sondeo para la Universidad de La Matanza le acaba de dar a Máximo Kirchner 15% de imagen positiva. La mitad de lo que su tía Alicia cosechó según Poliarquía.
Pero, hace 20 días, con el escándalo de Boudou, llegó la orden de una tregua con Scioli. Como para no pelearse con tantos a la vez. Es probable que la epopeya de YPF y sus cargos concentren bastante de esa energía por un tiempo.