Cristina no quiere ser el pato rengo
A horas de la reasunción de CFK, el cristinismo resolvió instalar en la agenda política la reforma constitucional y, obviamente, la posibilidad de un tercer mandato de ella. La interpretación más obvia desde el análisis político es que se trata de un operativo para cohesionar el frente interno del gobierno y bajarles el precio a los candidatos a la sucesión, empezando por Daniel Scioli.
Sin embargo, no se puede dejar de analizar el grado de viabilidad de un proyecto que, por otra parte, sólo tiene como justificación la instauración de un oscuro sistema parlamentarista, ajeno a la cultura política nacional. Es dudoso que el oficialismo presente un proyecto de ley para declarar la necesidad de la reforma de la Constitución. El artículo 30 de la misma exige el voto de al menos las dos terceras partes de sus miembros. Hoy por hoy, el Frente para la Victoria no suma más de 140 diputados y 38 senadores nacionales, o sea, un poco más de la mitad de los 329 legisladores nacionales. Está, entonces, muy lejos de los dos tercios. Para la nueva cúpula de la UCR presidida por Mario Barletta y también para Hermes Binner -que podrían facilitarle al gobierno los votos restantes- sería lisa y llanamente un suicidio político habilitar hoy por hoy el camino para un tercer mandato de CFK. De ahí que los dos tercios se hagan realmente muy difíciles de conseguir. Con este cuadro, el kirchnerismo debería por lógica escaparle a cualquier debate legislativo sobre la reforma, que podría llevarlo a una derrota en el recinto, hecho que hasta generaría condiciones para la resurrección de la oposición. Distinto sería el panorama si, por ejemplo, el año que viene el FpV consiguiera un gran triunfo en las elecciones legislativas capaz de derrumbar literalmente la voluntad opositora de resistirse a una reforma.
En un dilema
Desde ahora y hasta las próximas elecciones, hay elementos para pensar entonces que la instalación de la reforma tendrá para Cristina el mismo sentido que la “rere” tuvo para Carlos Menem entre el ‘96 y el ‘98. O sea, intentar hacer creíble algo que es altamente improbable y evitar así que la presidente se convierta en el célebre pato rengo, como llaman en Estados Unidos a los presidentes que se debilitan porque ya no pueden ser reelectos. La figura del pato rengo tiene su origen en el campo de la náutica. La peyorativa denominación, utilizada por los marinos a finales del siglo XVIII para designar a los barcos averiados que no podían llegar a buen puerto si no eran ayudados por otras embarcaciones mayores, se hizo popular entre los políticos de EEUU alrededor de 1830.
Como es obvio, la instalación de la reforma en la opinión pública tendría en este contexto serios riesgos. Por ejemplo, que el proyecto reformista se desgaste por falta de concreciones, agudizándose entonces el síndrome del pato rengo. En realidad, CFK empieza a luchar contra una realidad política inexorable, que es la costumbre política argentina de instalar candidatos presidenciales cuatro años antes de las elecciones. De acelerarse entonces los síntomas del pato rengo, el cristinismo tal vez se vea obligado a intentar alguna alquimia para conseguir los deseados dos tercios, aun al precio de crispar al máximo los ánimos.