EMPIRISMO POSIBILISTA
El falso debate entre la profundización del populismo y el regreso a los mercados.
Se trata de un gobierno que primero mira la política, mide costos y beneficios y luego opera en la economía.
En el mundo de los negocios se especula sobre el rumbo que tomará Cristina después de su reelección, para enfrentar los problemas de la economía. La discusión simplifica dos supuestos modelos en pugna: un profundización populista con estatización de obras sociales, petróleo o comercio de granos; frente a un giro liberal con eliminación de subsidios y regreso a los mercados. Porqué se trata de una discusión con trampa.
Descontada la reelección de Cristina Kirchner, el debate político perdió atractivo y los actores del poder empezaron a concentrar la mirada en el futuro de la economía. Despejada la duda sobre quien seguirá al comando del país, lo que importa ahora es tratar de anticipar que hará la Presidenta en su segundo mandato. En ese marco son evidentes las inconsistencias que acumula el denominado “modelo” que hasta los economistas más kirchneristas discuten abiertamente. No es casual la proliferación –y el éxito- de congresos, seminarios y charlas de economistas heterodoxos que se encadenan por estos días. Como se trata de la mirada de aquellos que comparten el modelo –y en muchos casos lo operan directamente desde sus cargos públicos-, lo que dicen y proponen, adquiere una importancia que trasciende el debate académico. Permite pulsar posibles cursos de acción, o al menos conocer las opciones en debate. El sector más desordenado, pero al mismo tiempo desfachatado y acaso con mayores grados de libertad en su discusión, lo lidera la agrupación La Gran Makro, que conduce el viceministro de Economía Roberto Feletti y que tiene en la Universidad de San Martín, uno de sus anclajes académicos, que edita la muy atractiva revista “Argentina Heterodoxa”. Frente a esta tribu, se ubica la Asociación de Economía para el Desarrollo de Argentina (Aeda), que lideran el persistente director del Banco Nación, Matías Kulfas y el ascendente economista de La Cámpora, Iván Heyn. Este nucleamiento muestra una organización más aceitada y una búsqueda de purismo académico, que prefiere apartarse dos pasos del entusiasmo militante de La Gran Makro, diferencia que se observa ya desde el nombre.
Pero los debates que atraviesan a ambos grupos y toda la red de organizaciones e individualidades –como Eduardo Curia, Roberto Frenkel o Miguel Bein, que con sus infinitos matices, rescatan el actual proceso-, son los mismos.
Esta claro que el modelo está amenazado en su base, esto es la existencia de los famosos superávits gemelos de cuenta corriente y balanza de pagos. En el congreso de Aeda de esta semana, el ministro de economía bonaerense, Alejandro Arlía, acaso el más kirchnerista del equipo de Scioli, lo dijo con toda claridad: “mantener el superávit es mantener el corazón de la soberanía política”. Curiosidades del credo que dejó Néstor Kirchner, que desde la heterodoxia se apoya en dos pilares del neoliberalismo más extremo: superávit fiscal y política de desendeudamiento. Mucho más cerca de Hayek que de Keynes, pero bueno, la Argentina tiene su historia y la mirada de Kirchner en ese sentido parece enfocar con claridad el origen de las crisis que entorpecieron el desarrollo del país.
Es sobre esa base de ortodoxia que Kirchner desplegó una política neodesarrollista, si se toma la calificación que acuñó en su momento Julio Godio, que dicho sea de paso, dejó un vació en el análisis del movimiento obrero que aún sigue vacante.
Como sea, el déficit de cuenta corriente de julio y los amenazantes desequilibrios de la balanza comercial, se suman a un contexto que ya venía acumulando inconsistencias: una inflación “estabilizada” en el orden del 20 por ciento; un atraso cambiario que golpea a la producción; y una fuga de divisas que ya hizo caer las reservas por debajo de los 50 mil millones.
“La ausencia de Kirchner se nota sobre todo en el debilitamiento de los números importantes”, confió a LPO un actor del mundo económico k, que extraña al ex presidente. “La interacción de Kirchner con Redrado, Cavallo, Blejer y otros con los que hablaba mucho más de lo que trascendía, le daba en la trastienda al modelo una capacidad de operación en el mercado y anticipación que hoy no está”, agregó la fuente.
Falsos debates
Lo que hace particularmente interesante al momento actual, es que la Argentina por primera vez en décadas enfrenta una situación económica con problemas, con una interesante variante de opciones a la mano. Por eso el debate es tan rico. No se trata de la calle sin salida del fin de la Convertibilidad.
Se puede tocar el tipo de cambio, bajar el gasto, eliminar subsidios, cerrar mas la economía, sustituir importaciones, estatizar sectores de alta renta como el comercio de granos o el petróleo, volver a tomar deuda; en fin un amplio menú que llevó a simplificar el análisis en dos caminos posibles: la profundización del populismo o un giro neoliberal con ajuste y regreso a los mercados.
En esa simplificación se ubica a Boudou como el abanderado del neoliberalismo en su versión k y a Feletti como el que propone un chavismo a la argentina, para conseguir los recursos que le están faltando al modelo. Porque en definitiva la pregunta central es esa: ¿De dónde saldrán los dólares que empezaron a faltar?
Sin embargo, una mirada en retrospectiva del kirchnerismo indica que se trata de un debate falso. Más allá de los esfuerzos intelectuales que los economistas heterodoxos están haciendo por darle un marco conceptual a la experiencia de los Kirchner, esta tuvo como eje –al igual que en las relaciones exteriores- una mirada de costos y beneficios políticos, más que la búsqueda de un purismo económico.
Fue así que dos años atrás Julio de Vido suspendió un tarifazo que buscaba reducir los subsidios a los servicios públicos, ante el reclamo de los consumidores que amenazaba traducirse en castigo político. Lo mismo ocurrió con la suba de las retenciones, y en sentido contrario avanzó sin problemas la estatización de las Afjp y de Aerolíneas Argentinas, dos políticas que despertaron consenso.
Es decir, se trata de un gobierno que primero mira la política, mide costos y beneficios y luego opera en la economía. Por eso Cristina, que se da un baño industrialista en Tecnópolis, ordenó a Marcó del Pont que no ceda a las presiones de la UIA y evite toda devaluación brusca que mejore la “productividad” del sector. Y tanbien leyó a la sociedad, que con sólo acelerar un poquito el ritmo de corrección de la paridad, desató una corrida hacia el dólar, como se ve por estos días. No grave, pero si persistente y preocupante.
De manera que lo razonable, sería esperar que en su próximo mandato la Presidenta repita el posibilismo que caracterizó al ciclo kirchnerista. Es decir, se tomará deuda cuando se pueda –esto es tratando de pagar tasas inferiores a los dos dígitos para evitar cualquier comparación odiosa con el Megacanje-; se eliminarán subsidios cuando no despierten una indignación gravosa; y acaso se avance en la estatización de algún bolsón de fondos frescos, como las obras sociales, si el consecuente choque con los gremios se mantiene dentro de parámetros manejables.
O sea, una sucesión de ensayo, prueba y error sin mayores pretensiones modélicas, que de ninguna manera ofrece garantías de éxito, como tampoco las ofrecieron las más sofisticadas conducciones económicas que vivió la Argentina. Más bien, todo lo contrario.
Se trata de un empirismo que lejos de merecer una mirada despectiva, acaso tenga mucho de valorable. Un blend particular, que ya sin la figura de los super ministros de antaño, coloca el costo -y los beneficios- de sus aciertos y errores, en cabeza de la Presidenta.