Gualeguaychú (Entre Ríos), 11 Dic. 09 (AICA)
“Separados por 20 años y un mes, ambos acontecimientos, la caída del Muro de Berlín y la Cumbre de Copenhague, están unidos casi como causa y efecto”, expresa el obispo de Gualeguaychú, monseñor Jorge Lozano, al afirmar que los “sueños de paz universal, fin del hambre y la pobreza: un mundo para todos, una sola familia humana”, surgidos tras la caída del muro, “muy pronto quedarían atrás” porque “la aparición en el escenario mundial de la arrogancia del neoliberalismo con aires triunfadores, en lugar de hacer del mundo una aldea global, ha procurado construir un gran mercado”.
En un articulo publicado en La Nación, cuyo título es “Consumismo y depredación”, el prelado advierte que “el modelo de vida no es ‘pienso, luego existo’, sino ‘consumo, luego existo’”, y sostiene que “más que libertad de comercio hubo y hay hegemonía de los mercados. Para afianzar esta dinámica, se instituyeron los tratados de ‘libre’ comercio (TLC), que buscaron más bien proteger al mercado interno de los Estados Unidos y garantizar las ventas de los productos elaborados por sus empresas y las de vecinos amigos”. “Esta hegemonía de mentalidad mercantilista que promueve el hiperconsumo de algunos y el hambre de inmensas mayorías”, se sostiene “por una cultura hedonista y egoísta. El clima narcisista imperante introduce la indolencia ante el sufrimiento de muchos, mientras que el imperio de la injusticia es sostenido con la prepotencia del dinero”. Subraya además que “en estas dos décadas, se ha expandido también un relativismo escéptico -que deriva en ironía y en nihilismo- y tirano: despótico, sordo y ciego, pero no mudo” y señala que “la falta de cohesión social nos lleva por el tobogán de la fragmentación, que alienta la disgregación y el individualismo, mientras que casi sin darnos cuenta nos encierra en la soledad”. El pastor gualeguaychense denuncia que “la hegemonía del neoliberalismo, la sobreproducción de artículos innecesarios ha llevado al uso de fuentes de energía más allá de lo sostenible”, y que “el consumo exacerbado, casi lujurioso, se ha impuesto como único camino para sostener el ‘desarrollo’ de los países occidentales del Norte”. “También aquí -prosigue- se percibe la brecha cada vez más profunda entre pueblos pobres y pueblos ricos. Queda esto graficado en los números de las Naciones Unidas: un 25% de la población mundial consume (devora) el 80% de los recursos naturales del planeta, muchos de los cuales son no-renovables”. En ese sentido expresa: “Pobreza, hambre, desnutrición, muerte ¿No es esto, acaso, un muro de violencia?” El obispo advierte que “el calentamiento terrestre es resultado de un modelo social, cultural y económico que ya no va más y estamos en el límite del agotamiento” y destaca la necesidad de “hacer algo para detener el proceso”, porque “los efectos negativos del cambio climático son sufridos por los países más pobres del planeta, aunque su origen es el modelo productivo de los países más ricos. Revertir el cambio climático implica combatir la pobreza, y viceversa. El hombre y el ambiente inseparables son creación de Dios. El nos puso en el jardín para que lo cultivemos y lo cuidemos”. Tras la caída del Muro, no todo ha sido beneficio para los países del Este y tampoco para los del Sur. Entramos en la dinámica producción-consumo occidental y se zanjó la herida mortal del calentamiento terrestre para el planeta y para su gente. Con dolor para muchos, otros muros y abismos se profundizaron como divisiones infranqueables. La frontera entre Estados Unidos y México, entre Israel y Palestina son ejemplos de que hoy los capitales y los intereses pueden circular sin fronteras, pero las personas, no. Pero es el muro de la arrogante ignorancia el peor de los ejemplos, que no deja ver la verdad de los hechos”, concluye.