Martín Guzmán camina sobre brasas. Espolea el ajuste en un entorno económico, social y político incandescente.
El Banco Central revolea dólares que no tiene para mantener a raya a la paridad oficial. Las reservas líquidas son negativas. Estaría usando divisas de los encajes bancarios. Llegado el caso, podría respaldarlos vendiendo oro o Derechos Especiales de Giro (la moneda del FMI que atesora). Sería un acto desesperado. Y rifaría la reputación que le queda. La inflación del 3,8% en octubre confirma que la escalada del dólar pasó a precios. Encareció insumos importados y productos exportables. Con impacto en alimentos, que suben más que el promedio. Se verificaron además las clásicas remarcaciones por la incertidumbre sobre los valores de reposición de mercaderías.
La inercia inflacionaria mantiene su impulso. Los comercios están recibiendo listas de precios no controlados de hasta el 15% en alimentos y artículos de limpieza.
La realidad fuerza un deshielo paulatino, en el peor momento. Empezó en combustibles, algunos productos bajo el régimen de Precios Máximos y seguirá, desde enero, en tarifas.
La inflación complica el crítico cuadro social cuando el Gobierno quita la red de contención –IFE y ATP–, por falta de financiamiento genuino. El dólar y los precios indican la conveniencia de meterle el freno de mano a la maquinita. Guzmán asumió esa realidad y aceptó discutirla con el Fondo Monetario.
La CGT ensayó una protesta retórica. Las organizaciones sociales no controladas por el kirchnerismo anunciaron un plan de lucha en las calles. Guzmán obtuvo una declaración de un puñado de empresarios y sindicalistas en apoyo a la negociación.
La política es más esquiva. Sólo el ministro y en menor grado el Presidente quijotean una defensa de baja intensidad del giro económico.
Los aliados del Frente de Todos lo toleran por ahora en silencio. Nadie podía esperar que el kirchnerismo duro militara el ajuste.
Pero hay fricciones. Guzmán presionaba para que se cajoneara el “impuesto a las grandes fortunas”, que grava riquezas personales y bienes productivos. Máximo Kirchner, uno de sus mentores, arregló para el martes una sesión especial para debatirlo en Diputados.
El jefe de La Cámpora ya se había rehusado a defender el presupuesto en el recinto. Máximo rompió la tradición parlamentaria que reserva al titular del bloque mayoritario el discurso de cierre.
El ministro de Economía apura la sanción para mostrar respaldo político a la reducción del déficit fiscal. Los enviados del Fondo se irán sin verlo. Ayer lo aprobó el Senado, pero debió devolverlo a Diputados para salvar la omisión de un listado anexo de obras públicas.
Guzmán impulsa el ajuste como puede. Casi en soledad y sin un relato digerible para la militancia y los votantes del kirchnerismo.
“Gobernar es persuadir”, enseñaba el general.