Alberto Fernández en su departamento de Puerto Madero Fuente: LA NACION - Crédito: Ricardo Pristupluk |
Por Martín Rodríguez Yebra/La Nación.-
Cristina Kirchner eligió a Alberto Fernández como cabeza de su boleta presidencial para que la ayude a conquistar votantes que desconfían de ella.
En ese artilugio de jerarquías cambiadas radica el conflicto central del candidato que aspira a suceder a Mauricio Macri. El viaje a la moderación lo empuja a renegar del legado del gobierno cristinista que terminó en 2015. El respeto a la fuente de la que emana su poder lo ata a un pasado que criticó con inclemencia hasta hace muy poco.
Fernández zigzaguea en esa contradicción. Puede mantenerse en su rechazo al cepo al dólar y a la "invisibilización de la pobreza" en el kirchnerismo tardío, pero ensalzar al mismo tiempo al ministro que ejecutó esas medidas, Axel Kicillof. Nada menos que su candidato a gobernador en Buenos Aires.
El viaje a la moderación lo empuja a renegar del legado del gobierno cristinista que terminó en 2015.
Esquiva hablar de la corrupción sin negarla. Admite un "desliz ético" de Cristina al haber tenido como inquilino de sus hoteles al mayor contratista de la obra pública en Santa Cruz. Su argumento para desestimar que hubieran existido coimas consiste en que lo que cobró la familia Kirchner por los alquileres de Lázaro Báez alcanzó los 29 millones de pesos en 10 años, mientras que los contratos estatales que recibió el empresario superaron los 4000 millones de dólares. Es una defensa que incomoda.
Visita a Lula en la cárcel (no a los kirchneristas presos), como una forma elíptica de avalar la tesis del cristinismo duro de que existe una conspiración internacional contra los gobiernos de la izquierda latinoamericana que tuvieron su apogeo la década pasada.
El caso AMIA lo persigue. Dijo y escribió que el pacto con Irán apuntaba a encubrir a los responsables del atentado y que "la no resolución de la muerte de Nisman", ocurrida en 2015, era "deplorable". No se retracta de su oposición al tratado con Teherán, pero lo limita a un error político de la expresidenta (a quien exculpa de cualquier responsabilidad respecto de lo que pasó con el fiscal).
No se siente a gusto con los militantes que piden una Conadep contra periodistas ni con los que fantasean con eliminar el Poder Judicial. Toma distancia del chavismo. Le fastidian los tontos ejercicios de violencia que festejan algunos de sus compañeros de ruta
Enfrenta el ajuste de Macri y promete incentivar el consumo, pero considera que el equilibrio fiscal es un objetivo primordial; demoniza el acuerdo firmado con la Unión Europea (UE) mientras propone insertar el país en el mundo "de manera inteligente"; advierte a los jueces que investigan la corrupción kirchnerista de que se van a "revisar muchas sentencias" para después prometer que el Poder Ejecutivo no tiene en carpeta echar a nadie de los tribunales.
No se siente a gusto con los militantes que piden una Conadep contra periodistas ni con los que fantasean con eliminar el Poder Judicial. Toma distancia del chavismo. Le fastidian los tontos ejercicios de violencia que festejan algunos de sus compañeros de ruta, como el video que publicaron dos jóvenes en Ginebra que increparon a Macri después de hacerse pasar por sus fans.
Alberto Fernández convive como puede con la sombra de un pasado que lo llevó a alejarse de Cristina. Sus esbozos de autocrítica quedan ensombrecidos cuando Cristina y los sectores más leales a ella convierten la campaña en una celebración de aquellos años que precedieron la instauración macrista.
El comando de campaña tendrá que plantearse si enfrenta en algún momento la discordancia y explica qué fue lo que pasó.
¿Alberto se retractó de la visión crítica que lo enfrentó a Cristina o fue ella quien entendió que gran parte de su gestión presidencial estuvo equivocada?
Por el momento se atienen al relato humano de una reconciliación: dos amigos que vuelven a juntarse después de una larga separación y se juran no volver a pelearse.
El "vamos a volver" que se oye en los actos del Frente de Todos interpela a Alberto Fernández. La primera persona del plural no lo incluye del todo.
¿Alberto se retractó de la visión crítica que lo enfrentó a Cristina o fue ella quien entendió que gran parte de su gestión presidencial estuvo equivocada?
Es un sentimiento muy diferente del que une a los gobernadores e intendentes del PJ, un conglomerado de dirigentes que hubiera preferido dar la vuelta a la página del kirchnerismo y responder a otro liderazgo.
Fernández los contiene, algo que a Cristina se le revelaba imposible en los últimos tiempos. Les habla de un futuro posible que ellos miran con algún escepticismo. Sospechan que, en caso de ganar, la dinámica de ese eventual gobierno conduce inevitablemente a un choque entre el presidente y la vice.
Pragmáticos, conocen de sobra el destino de las amistades sometidas a la competencia política.