Por Eduardo Aulicino/Clarín.-
Cristina Fernández de Kirchner anda casi sin hacer ruido. Ayer, 9 de Julio, evitó estridencias y mensajes de épica propia. Tuiteó un mensaje de tono “ciudadano” llamando a la unidad -contra Mauricio Macri, sin mencionarlo- y unas horas después lo retuiteó, recurso éste, el de replicarse para tratar de ampliar el impacto, que no es muy bien visto en el mundo Twitter.
Seguramente la campaña irá ganando en volumen en el mes que resta hasta las primarias, pero por ahora el juego es claro: cuidar el voto propio, no dar flancos a la disputa por la franja peronista y exhibirse libre de pasado, en el intento de aventar temores sobre su versión más descarnada: un modo de apostar a que el voto más crítico del kirchnerismo no se galvanice en una de las ofertas electorales, llegue a agosto fragmentado. Como siempre, se trata de apuestas en un paño donde también otros ponen fichas. Y eso, sin contar con desacoples propios. Ayer mismo, el turno de los escraches K fue para Gabriela Michetti.
El anticipo de esta estrategia fue la presentación de su marca electoral, luego de dejar de lado al PJ -no al grueso de sus jefes locales- para evitar una interna con su ex ministro Florencio Randazzo. Repitió algunos recursos conocidos, como mostrarse censora de los insultos a sus contrincantes, pero sobre todo puso en escena el diseño para esta etapa bonaerense, con recreación de imagen y de discurso . No habló de modelo, ni de alternativa nacional y popular, ni de sociedad empoderada o pueblo. Prefirió hablar de ciudadanía y se presentó como representante de quienes sufren la situación económica y social.
Un ejemplo más reciente fue su reconvención a los jefes sindicales identificados con el kirchnerismo, que venían motorizando una marcha contra el Gobierno para principios de agosto -apenas unos días antes de las PASO- y recordando marzo, presionaban a la CGT para convocar a una protesta en las calles.
La ex presidenta les advirtió que no era conveniente, es decir, que podía espantar votos o empujarlos como reacción hacia el oficialismo.
Hay quienes creen que tal vez no todos entendieron en su total dimensión el juego electoral de la ex presidenta. Otros piensan que el impulso sindical y el freno de Fernández de Kirchner fueron guionados. Como sea, la señal buscada fue la misma: la nueva versión pública. “Está en modo ciudadano”, ironiza un dirigente del oficialismo.
Son aspectos visibles de un análisis interno que, al menos hasta ahora, sigue la lógica del laboratorio electoral propio, que en términos profesionales sumó un consultor externo al núcleo político dominado por su hijo, jefes de La Cámpora y no mucho más, bajo la decisión única de ella misma. Tampoco la base de esa estrategia inicial es sumamente original : parte de la idea, más o menos aceptada por todo el mundo político, según la cual la ex presidenta cuenta con un voto propio bastante blindado pero con interrogantes sobre si es suficiente. Y se completa, claro, con la idea de que entonces no puede regalar nada -allí encaja Randazzo- y, en lo posible, tendría que sumar algo, además de apostar a que el oficialismo y Sergio Massa se dividan la amplia franja que rechaza, y teme, un ascenso K.
Varios consultores -aún con las fragilidades de las radiografías y pronósticos- coinciden en que buena parte de las adhesiones a Randazzo son netamente peronistas y difícilmente podrían girar hacia Cambiemos o el massismo. Y opinan que, en cambio, una franja de potenciales votantes de Massa podría elegir la opción oficialista en condiciones de tensión frente a una escalada del kirchnerismo.
La ex presidenta, entonces, debería evitar flancos de debate con el ex ministro y eludir el discurso más duro para no generar condiciones que alienten la condensación de votos anti K en una sola opción.
Ese consenso de coyuntura entre consultores y encuestadores también sostiene que el tema de la corrupción no es un elemento corrosivo para el kirchnerismo, al menos para su núcleo electoral. En otras palabras, que por supuesto cierra la proyección de la ex presidenta hacia franjas significativas, pero no esmerila su voto duro. Es una hipótesis que está a prueba, pero por si acaso, Fernández de Kirchner mantiene el silencio frente al sonoro caso de Julio De Vido. Y no sólo eso: mandó a callar a Fernanda Vallejos, su primera candidata a diputado, que había defendido a Amado Boudou y había dicho que la corrupción pasada es un puro invento mediático-judicial.
El caso del ex ministro de Planificación representa, de todos modos, un problema para el kirchnerismo. Lo expresa su reacción pública: la defensa estuvo a cargo de la conducción del bloque de diputados kirchneristas, de los que no son candidatos. Los demás, por indicación o lectura de su propio frente, siguieron el ejemplo de la ex presidenta.
El oficialismo y el massismo han decidido mantener en pie el tema, que en la Justicia, según el caso, transita entre el retardo y la inacción.
Discuten sobre todo quién es visualizado como el mayor interesado en el combate a la corrupción, aunque algunos operadores no ocultan que difícilmente desencante votos kirchneristas y se consuelan con que tal vez clausure las chances de la ex presidenta fuera de su techo actual.
Por supuesto, se trata de un juego de competencias múltiples. Y lo es, en definitiva, por la fragmentación política que arrastra la sociedad y que, más allá de su medición en números porcentuales, se expresa en zonas de disputa y también compartidas según se mida el enojo con el macrismo, el rechazo al kirchnerismo, la división entre quienes aún se reconocen por algún lejana o cercana posición partidaria.
El punto, por ahora, es que los movimientos tienen referencia más o menos acotada al círculo de la política, con dependencia notoria de encuestas y laboratorios de campaña. En el mes y monedas que resta hasta las primarias, habrá que ver si alcanza con este juego inicial de imágenes. No hay dos ex presidentas, sino una que en vísperas de campaña formal prefiere el silencio. Habla de lo que considera su fortaleza, y también de su debilidad.