Por Héctor M. Guyot/La Nación.- Una sociedad en la que el delito que está a la vista de todos queda impune también a la vista de todos está moralmente quebrada. Lo que se vio el miércoles en la Cámara de Diputados fue lisa y llanamente un encubrimiento. No alcanzan para disfrazarlo las apelaciones a la Constitución o a la perversidad del actual gobierno que impostaron aquellos que votaron contra la expulsión de Julio De Vido de la Cámara, que así va camino a convertirse en un aguantadero donde, además del ex ministro de Planificación, buscarán cobijo Carlos Menem, Cristina Kirchner y una lista larga de kirchneristas en apuros.
Son los beneficios de un sistema metódicamente neutralizado por dentro por aquellos que durante 12 años jugaron el juego de la corrupción y el saqueo.
Quienes dieron su voto para salvar a De Vido fueron cómplices de la impunidad. Y lo festejaron, también, a la vista de todos. Eso aquí lo llamamos hacer política. Anestesiados por una dosis creciente de cinismo, después del recuento de votos nos dedicamos a especular sobre quiénes ganaron y quiénes perdieron con la sesión, como si se hubiera tratado de un debate de alto nivel sobre problemas de fondo o como si estuviéramos ante una puja electoral entre dos fuerzas democráticas y republicanas. No queda más remedio, dirán algunos, pues es lo que hay. Pero el espectáculo fue otro. En verdad, asistimos a la comprobación de lo bajo que ha caído el sistema institucional del país, todavía en parte cooptado por un kirchnerismo que se quiso quedar con todo, y que fue ayudado en esta oportunidad por la mayor parte del peronismo (¿no son acaso dos caras de la misma moneda, que gira y gira?) y una izquierda que se ampara en los principios para errar, siempre, con fundamento.
Nunca es triste la verdad. Lo triste es acostumbrarse a ciertas verdades.
Quien haya seguido las alternativas de la sesión del miércoles habrá advertido lo obsoleto que parece esa caravana interminable de discursos (algunos de una precariedad conmovedora) que no llevan a ningún lado y en los que, por lo visto, todo está permitido y puede ser dicho sin grandes consecuencias. Por eso, de algo sirvió la sesión en la que el impasible De Vido mantuvo los fueros: pudimos conocer un poco mejor a nuestros representantes, que no son otra cosa que el fruto -amargo, en muchos casos- de nuestro voto. Lo más importante, sin embargo, es que la votación discriminó claramente entre los que están del lado de la recuperación institucional y aquellos que militan por la corrupción. Una vez más, por si hacía falta.
Ninguno de los que votaron a favor de De Vido habló de su buen nombre y honor. Pero, como siempre entre los kirchneristas, hubo malabaristas del lenguaje que salieron en su defensa. Diana Conti, por ejemplo, dijo que al ex ministro lo quieren "chivar expiatoriamente" (con ese talento verbal sostuvieron un relato que casi se lleva puesto el país). Por su parte, el propio De Vido, procesado en cinco causas e imputado en otras 26 por delitos de corrupción, dijo en su alocución que era víctima de "un plan sistemático de marketing" del Gobierno.
Sin embargo, el marketing parece más bien patrimonio del desvelado Massa, otro exquisito del idioma, que a las tres de la mañana del día de la sesión le escribió a su tropa un mail en donde se preguntaba "cómo carajo podemos transformar lo de hoy en algo que políticamente nos dé un lugar frente a la sociedad". La respuesta la daba él mismo, cuando sugería plantear que son los dos, kirchnerismo y oficialismo, la "misma mierda". Se trata de una equiparación irresponsable con la que, por increíble que parezca, muchos juegan livianamente.
La sesión del miércoles, sin embargo, prueba que es falsa. Lo que se ve hasta ahora es un gobierno que no está dispuesto a amparar la corrupción del gobierno que lo precedió. Aquel pacto inveterado muy parecido a la omertà de la clase dirigente argentina hoy parece cosa del pasado. Es un paso inédito que debería despertar el apoyo de todos los que apuestan por un país distinto, pues ese rumbo no será fácil de mantener: el pasado pesa. Aunque lo intentó, el kirchnerismo no logró colonizar la Justicia, pero la contaminó con sus intereses y sus agentes hasta casi anularla. En la cabeza de la Procuración General de la Nación, en la Cámara Federal, en el Consejo de la Magistratura, en ciertos juzgados, Cristina Kirchner tiene soldados que tratarán de hacerla zafar.
La Argentina se debate entre el pasado que no pasa y un presente que no acaba de afirmarse. Entre la impunidad y la justicia. En agosto y octubre decide la gente de a pie. Será una votación más definitoria que la del miércoles en el Congreso.