HANNAH ARENDT

En 1951, Hannah Arendt escribió: "El sujeto ideal de un régimen totalitario no es el nazi convencido o el comunista comprometido, son las personas para quienes la distinción entre los hechos y la ficción, lo verdadero y lo falso ha dejado de existir".

miércoles, 30 de diciembre de 2015

LOS COSTOS DE UNA "REVOLUCIÓN FERROVIARIA" QUE TERMINÓ EN TRAGEDIA.


     Por Diego Cabot/La Nación.- En los primeros días de Néstor Kirchner en la Casa Rosada se empezó a gestar la tragedia de Once; todos sabían que iba a suceder. Y entonces esperaron pacientes, arropados por la complicidad, la corrupción y la mansa resignación de los pasajeros. El fallo es la culminación de un proceso que identificó los ferrocarriles como una caja de dinero discrecional y no como un lugar para mejorar la vida de los argentinos. Fueron años de desidia y millones de pesos con los que se construyó una gran mentira que sólo la muerte evitable de 51 argentinos logró desmoronar. Aquel sistema ferroviario se basaba en dos pilares. El primero era una tarifa a precio de monedas; el segundo, compensar con subsidios llenos de ceros a los empresarios para que repartieran y operaran los trenes. Fue en 2003 cuando Kirchner detectó el transporte como una caja para la financiar la política y a los políticos. Entonces tomó la primera y trascendental decisión: colocó sobre esa montaña de dinero a uno de sus alfiles, Ricardo Jaime, supervisado por su gerente favorito, Julio De Vido. Así llegó Jaime a manejar el transporte, un agrimensor y ex funcionario de Santa Cruz en épocas de Kirchner como gobernador. El cordobés, experto en artes marciales, y De Vido fueron los teloneros de la fiesta que duró hasta esa mañana en Once. Más tarde se sumó Juan Pablo Schiavi, ingeniero que abandonó a Mauricio Macri para sumarse al kirchnerismo. Desde la tribuna se declamaba la revolución ferroviaria y en la Casa Rosada se anunciaba la fábula del tren bala o el soterramiento del tren Sarmiento. Las obras a veces se iniciaron, pero pocas se terminaron. Los trenes eran los mismos y a veces los pintaban. La inversión y los planes a largo plazo fueron los grandes ausentes.
El trípode compuesto por Kirchner, De Vido y Jaime (o Schiavi) no estuvo solo. Los gremios acompañaron, matizados por fondos públicos y beneficios para sus afiliados que se canalizaron mediante los subsidios. Los concesionarios, pieza fundamental en el esquema, mantuvieron la distancia que pudieron o quisieron del núcleo del poder y del dinero. Las concesiones se desvirtuaron y las empresas quedaron como gerenciadoras de los pedidos -de todo tipo- del Gobierno. Claro que en ese universo algunas fueron más prolijas que otras. Sergio Cirigliano fue el mejor alumno del credo ferroviario que dictó el kirchnerismo. A Néstor lo sucedió Cristina Kirchner y todo siguió igual. Las cuentas fueron poco claras y los millones se multiplicaron. El dinero del ferrocarril sirvió para pagar jets privados, viajes, lujos, casas y hasta terminó en alguna cuenta suiza en la que todos los meses al menos un ferroviario se encargaba de fondear. Las compañías corrían los trenes como podían mientras alzaban oraciones para que no pasara nada. Pero pasó, y con una formación abarrotada de gente, como sucede a diario. Y allí quedaron 51 vidas. Click Aqui Entonces llegaron el silencio y el cambio. 


La ex presidenta jamás condenó a sus funcionarios por la tragedia, pero le sacó a De Vido la manija del transporte y se la dio a Florencio Randazzo. El nuevo ministro jamás miró para atrás, quizá fue ésa su mayor virtud, y se puso al frente de la renovación de trenes, estaciones y vías. Había pasado un año desde aquella mañana de febrero y la ex presidenta ya había pronunciado 98 discursos y 464.584 palabras. El fútbol fue mencionado en 28 oportunidades y los medios, 101. A Once se refirió dos veces; al accidente ferroviario, apenas en un par de ocasiones. Fue una muestra de la atención que le prestó al asunto y que terminó ayer con dos secretarios de su gobierno condenados y con un pedido de investigación a Julio De Vido, otro de sus ministros en sus ocho años en la Casa Rosada. La Justicia hizo lo suyo y la memoria de los pasajeros que terminaron con su vida en Once quedó más tranquila después de la sentencia. Hay una deuda más con ellos: no permitir nunca más que la corrupción y la desidia se apoderen del Estado como lo hicieron durante años con el transporte. Será una manera de honrarlos.

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