Por Hernán de Goñi, Subdirector Periodístico/El Cronista.-
El proyecto de presupuesto para el 2016 no está pensado en función del próximo gobierno. Su texto simplemente coronará el relato de una gestión económica que se divorció hace tiempo de la realidad. Sucede que, como en años anteriores, fue concebido bajo la idea de que la política gobierna a la economía, una proposición que no puede ser comprobada empíricamente porque violaría su propia naturaleza. Ese axioma, sin embargo, contiene un riesgo: la diferencia entre los datos "reales" y las metas "políticas" traduce una suerte de desobediencia civil frente al relato. Esa brecha traduce la debilidad de quien no logra encorsetar las variables más rebeldes como el dólar.
La paradoja es que es el Gobierno el primero en incumplir los objetivos incorporados, como cuando promete una moderada suba del gasto pero ejecuta aumentos superiores a 40%, o cuando asegura que la inflación será de 15% pero los relevamientos en cualquier supermercados duplican ese porcentaje.
Ninguna evidencia revela que el equipo de Daniel Scioli, el candidato que debería ejecutar este presupuesto en la visión del Gobierno, participó en el diseño de este proyecto de ley. Es que haber incluido una reforma del Impuesto a las Ganancias o una baja de las retenciones a las economías regionales, por ejemplo, hubiera demandado una explicación oficial de por qué esas medidas no fueron impulsadas con anterioridad. Queda claro que el objetivo prioritario aún es defender al relato.
