Por Fernando Gonzalez, Director Periodístico/Cronista.-
El que quiera oir que oiga. Los ocho años de crecimiento de los últimos doce; la soja a más de 600 dólares la tonelada; los 17 millones de planes asistenciales que paga el Estado y los 10.000 millones de pesos que se llevó el Fútbol para Todos no pudieron evitar que en la Argentina haya chicos que todavía sigan muriéndose de hambre. El martes le tocó al preadolescente Oscar Sánchez morirse pesando 11 kilos en un hospital pediátrico del Chaco. Y no es el primero ni será el último en un país donde se registra una muerte por desnutrición cada diez horas.
La Presidenta podrá decir lo que se le antoje. Y Daniel Scioli, Mauricio Macri o Sergio Massa dirán lo que mejor se adapte a sus campañas. Pero nada de lo que digan los administradores del poder importa frente a la inmensidad de la muerte del que no tiene para comer. Frente a la foto piel y huesos del chico qom, aquella ironía de Aníbal Fernández sobre una Alemania más pobre que la Argentina se convierte en una metáfora dolorosa, patética e insensible.
Los candidatos deben asumirlo. Al próximo presidente le será muy complejo renegociar la deuda en default; bajar la inflación y reducir el déficit fiscal. Pero nada será más difícil que terminar con la pobreza. Con esta pobreza extrema que sufre un tercio de la Argentina, que mata niños y que el Gobierno ya no quiere medir por temor al número escalofriante con el que se pueda encontrar. Es la deuda más grande de la democracia y el país adolescente no tendrá destino hasta que no empecemos a honrarla.
