Por Martín Rodríguez Yebra/La Nación.-
La revolución no gana elecciones. A medida que se sumerge en la lucha por la supervivencia en el poder, el kirchnerismo reajusta su discurso para exaltar la tranquila épica del conformismo.
La Presidenta y su gobierno apelan de palabra y acción al alma conservadora de los argentinos. El voto cuota, la nueva plata dulce y los subsidios para todos conforman el andamiaje ideológico para la campaña de la fuerza política que dominó el país los últimos 12 años.
Los gremios reclaman por la pérdida del poder adquisitivo de los trabajadores, y Cristina Kirchner les responde que los salarios subieron 32% en un año. Más o menos como la inflación, aunque eso no lo dirá nunca así.
Si los opositores se quejan del cepo cambiario, el ministro Kicillof jura que ese artilugio no existe y que la compra de dólares bate récords. Si los industriales advierten por los empleos en riesgo, les recordará que gracias a los subsidios estatales no han tenido que achicar sus plantillas. Si la Iglesia sufre por el drama de la miseria, le responde que hablar de "pobres" es estigmatizante.
Lejos de la ambición de los maestros que lo inspiraron, Kicillof se aplica en ejecutar un plan semestral. Llevar la actividad económica al límite sin que reviente.
El resto del truco le toca hacerlo a una sociedad acostumbrada a naturalizar lo extraordinario. Que se habitúa a tolerar una inflación superior al 30%; que ve inevitable tener que pedirle permiso a un gobierno para disponer de sus ahorros; que admite el clientelismo como parte del folklore político y percibe la corrupción como un mal de muchos al que más vale resignarse.
El conformismo rinde bien en países que tienen fresco el recuerdo de una crisis. Las recientes elecciones británicas impactaron al mundo por la victoria contra todo pronóstico del conservador David Cameron, líder de un partido denostado en las encuestas y autor de un durísimo plan de ajuste. Cameron siguió los consejos de su asesor estrella, el australiano Lynton Crosby. "Una campaña consiste en descubrir quiénes van a decidir el resultado, dónde están, qué les importa y cómo llegar a ellos -le dijo a la cúpula del partido poco antes de los comicios-. Ignoren las encuestas simplistas que salen en los diarios y concéntrense en conocer a los votantes. No les cuenten por qué ustedes son mejores, sino cuánto peor pueden estar si ustedes se van." Los británicos eligieron cuidar la tibia recuperación económica pese al rechazo mayoritario que despiertan los conservadores. A Cameron le bastó con un 37% y la dispersión de sus rivales para ganar una mayoría absoluta.
En la Argentina, Daniel Scioli se esmera para ser el candidato ideal del cambio inofensivo. Promete cuidar los pilares del modelo económico y sugiere, con sus silencios y medias palabras, que borrará los rasgos autoritarios del kirchnerismo. Da la impresión de que por ahora la Presidenta optó por asfaltarle el camino.
Los opositores enfrentan el desafío de conectar con un electorado temeroso. La aparente mayoría social que rechaza a Cristina Kirchner no les garantiza un triunfo. El problema es que necesitan imponer sus ideas en una campaña cuyo campo de batalla, aceptado por todos, es la vidriera feliz del plató de Marcelo Tinelli.