Por Fernando Gutierrez/iProfesional.-
En las anteriores jornadas de protesta, el Gobierno había acusado a Moyano de sostener una agenda reivindicativa que no atendía los intereses de los trabajadores sino de la clase media. Pero la falta de actualización del gravamen hace que la mayoría de los sindicatos se vean afectados.
El éxito del paro parece garantizado: no solamente está confirmado el crucial apoyo del gremio transportista sino que, sobre todo, el "timing" es inmejorable.
Un martes de Semana Santa, con su clima de víspera vacacional y su ritmo a media máquina en la mayoría de las empresas, viene como anillo al dedo para que muchos quieran tomarse un descanso laboral.
Aunque formalmente no haya sido convocado como un paro nacional sino como un conjunto de medidas de protestas sectoriales, lo cierto es que la jornada terminará teniendo el efecto de una paralización casi total de la actividad.
Bien diferente, por cierto, al ambiente en el que se realizó el último reclamo efectuado por Hugo Moyano, Luis Barrionuevo y Pablo Micheli, en agosto del año pasado.
En aquella oportunidad, el Gobierno había logrado que los transportistas no se plegaran a la medida, de modo tal que la jornada derivó en un paro desganado, en el que varias zonas del país tuvieron una actividad administrativa, comercial e industrial casi normal.
Para el Ejecutivo, aquel fue un momento de victoria. No sólo "chicaneó" a Moyano con el argumento de que, de no haber sido por el inestimable servicio de la izquierda piquetera, el fracaso de la convocatoria habría resultado más evidente.
Además, le pegó donde más le duele: cuestionó su legitimidad como representante de los intereses de los trabajadores y lo acusó de estar defendiendo reivindicaciones más propias de la clase media antiperonista.
Para Moyano, fue un momento incómodo, porque era cierto que estaba poniendo mucho más énfasis en el alivio al Impuesto a las Ganancias, en la crítica a la inflación y hasta en temas extra económicos como la delincuencia.
Lo cierto es que líder sindical, cuyo poder reside en el gremio del transporte y afines, no podía desatender a sus bases. Y ahí quedaba en evidencia las disparidades salariales que ha dejado la década K: los camioneros quedaron entre los grandes ganadores, con sueldos tan elevados que sus protestas coinciden con las de la clase media.
Ante esa situación, el kirchnerismo argumentaba que el pedido por Ganancias era, en el fondo, una demostración de falta de solidaridad, dado que afectaba, según la estimación oficial, a sólo un 10% del universo de asalariados.
Y, para peor, lo acusaba al sostener que cualquier cambio en esa política implicaría poner en riesgo la financiación de los planes de asistencia social.
Cambio de clima
Menos de un año después, el clima social muestra cambios sustanciales respecto del que había en el último paro.
La razón es simple: con una inflación que los economistas estiman entre el 30% y el 35%, cada vez son más los asalariados que pasan a estar alcanzados por Ganancias -y muchos de los que estaban tributando en los niveles más bajos pasan a pagar el tributo correspondiente a las categorías altas-.
Según los propios números del INDEC, en Capital el promedio de remuneraciones brutas del sector privado ya se encuentra por encima del límite de $15.000 a partir del cual empiezan a verse afectados los casados con hijos.
En definitiva, la falta de actualización del "piso" -a partir del cual se empieza a pagar- terminó de echar por tierra el argumento de que se trata sólo de un impuesto para una élite de altos ingresos.
Más allá de la polémica respecto de la estadística salarial, hay pruebas que evidencian cómo el tema está en agenda.
Por ejemplo, antes solamente los gremios con ingresos relativamente altos -como camioneros, bancarios y petroleros- planteaban su preocupación por el hecho de que una mejora en las paritarias pudiera luego ser neutralizada por un mayor aporte en Ganancias.
Ahora, en cambio, esa inquietud se ha masificado y alcanza a sectores como los metalúrgicos, del oficialista Antonio Caló, quien sufre cada vez con mayor fuerza la presión interna para endurecer su postura hacia el Gobierno.
A punto tal que tuvo que dejar en libertad de acción a sus afiliados para que implementen "las medidas que consideren convenientes".
"No podemos ser indiferentes al hecho que el mínimo no imponible y el deterioro del salario por Ganancias afecta fuertemente a nuestros compañeros", señaló la central obrera.
Por cierto, es uno de los tantos sectores que padece el tributo.
De las propias estadísticas del INDEC, referidas a los promedios salariales por rama de actividad, queda en evidencia que, fruto de los incrementos nominales, hay decenas de rubros que un año atrás no estaban alcanzados y ahora quedan en situación de pagar el impuesto.
Entre ellos se incluyen sectores como pesca, industria alimenticia, lácteos, bebida, industria química, cemento, metalurgia y empresas estatales.
Esta realidad es de gran ayuda para Moyano y para la dirección sindical opositora al oficialismo, ya que hace más relevante su reclamo y le quita el "estigma" de ser un pedido de los sectores de ingresos altos.
Sin embargo, esto no necesariamente implica que el líder camionero esté en su mejor momento, desde el punto de vista de su influencia política. Más bien, la sensación reinante en este paro es que el protagonista es el reclamo en sí mismo y no tanto el movimiento sindical que lo acompaña.
De hecho, no fue de Moyano la iniciativa para esta nueva jornada de protesta.
Además, no puede obviarse que se está en medio de una campaña electoral. Salvo el kirchnerismo, todos los candidatos han dedicado un lugar destacado de su discurso a este gravamen.
En este contexto, un paro cuyo eje es un pedido de actualización por inflación del mínimo no imponible cuenta, de entrada, con el apoyo (o por lo menos con la complicidad silenciosa) de casi toda la dirigencia política.
Fisuras en el discurso K
Acaso el síntoma más evidente de cómo Ganancias le está haciendo pagar un alto costo político al Gobierno es la contradicción en las declaraciones públicas de los funcionarios.
Es una situación rara en el kirchnerismo, donde la tónica suele ser la adhesión sin fisuras a un discurso único.
Sin embargo, ahora se está notando cierta incomodidad por parte del ala más preocupada por el humor de los votantes.
Por caso, el jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, admitió que se trata de una situación que el Ejecutivos quisiera revertir pero en la que encuentra la limitante de una caja fiscal exhausta.
"Nadie puede dudar de que ni los camarógrafos, ni la Presidente ni los ministros están de acuerdo con no subir el mínimo no imponible. Todos estamos de acuerdo, pero la realidad es que hay que ajustarse a las posibilidades del momento", expresó ante periodistas en la puerta de Balcarce 50.
Y justificó con un argumento que muchos ponen en tela de juicio: que un alivio en el impuesto puede conspirar contra una mejora en los niveles de empleo.
"Las posibilidades están íntimamente ligadas con el hecho de que cada vez que usted sube el mínimo no imponible, genera un freno, cierra puertas a aquellos que están por ingresar al trabajo registrado".
En todo caso, la postura representada por el jefe de Gabinete expresa un punto de vista radicalmente diferente del que manifestara el ministro de Economía, Axel Kicillof, para quien "se ha armado una especie de fetiche con el Impuesto a las Ganancias". Y hasta alegó en su defensa que había sido creado por el ex presidente Juan Domingo Perón.
"No parece un reclamo universal de los trabajadores, afecta a una porción reducida, que son los que más ganan. Es un problema de un subconjunto, de un grupo pequeño", indicó en relación con el paro convocado para hoy.
Un impuesto imprescindible
La especulación sobre un alivio en Ganancias está planteada desde hace tiempo.
Y la verdad es que no pocos economistas y politólogos daban casi como un hecho consumado que Cristina Kirchner haría algún anuncio orientado a un alivio para esta altura del año.
Una suba del mínimo no imponible implicaría, por un lado, un factor clave para descomprimir las demandas salariales en las paritarias -con lo cual se restaría presión a la inflación- y, por otra parte, la reversión de un alto costo político.
Una mejora haría que el tema que hoy es una piedra en el zapato para el kirchnerismo y que le da argumentos a la oposición, de pronto se transformara en una "buena noticia", en línea con las recientes iniciativas de la Presidenta para fomentar el consumo.
Sin embargo, Cristina se sigue negando a revisar el tema. Y lleva a plantear el interrogante: ¿tanto valora el aporte de Ganancias como para estar dispuesta a sufrir semejante costo político?
La respuesta, a juzgar por los números fiscales, es un sí rotundo. Tal como diera cuenta este medio, mientras la recaudación total de AFIP el año pasado creció a un ritmo de 36%, Ganancias subió un 45 por ciento.
De esta manera, se ha transformado en el único impuesto -junto con las retenciones a la exportación, que es menos importante en volumen- que crece a una mayor velocidad que la inflación.
Hasta dejó muy atrás a otros grandes rubros de ingresos, como el IVA o la Seguridad Social, cuya performance estuvo muy por debajo de la suba general de precios.
Lo que, en definitiva, dicen estos números, es que no sólo crece a un ritmo fuerte, sino que hasta lo hace por encima de la inflación, siendo el único tributo cuyo ingreso real no disminuye, aun en un contexto recesivo.
Como Ganancias depende de los niveles nominales de ingresos y no del ritmo de actividad de la economía, en un contexto inflacionario está "condenado" a crecer siempre.
En términos de peso relativo respecto de la recaudación total, ahora representa casi un 23% de lo que entra a las arcas fiscales, mientras que hace cinco años su participación era del 18 por ciento.
Pero eso no es todo. Cuando se analiza la evolución de su composición interna, se llega a otra conclusión más inquietante: la proporción que corresponde a los asalariados está creciendo en importancia respecto del mismo tributo que pagan las empresas.
En 2007, cuando Cristina Kirchner asumió la presidencia, el rubro de la cuarta categoría -es decir, la parte de Ganancias pagada por personas físicas- representaba un 30% del total del impuesto. Pero hoy esa cifra subió hasta significar un 45 por ciento.
Ironías de la política argentina: hoy la Presidenta, a quienes sus rivales cuestionan por su tendencia al gasto, mostrará su cara menos simpática al negarle un alivio a los asalariados.
Y ella, que suele acusar a sus adversarios de estar pergeñando un ajuste fiscal, argumentará que no puede prescindir de un impuesto que se ha transformado en un pilar del "modelo".