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| Los obreros avanzan en el paraje neuquino Bajada del Agrio en la construcción de una estación espacial china. Foto: La Nación.- |
Por Hernan de Goñi/El Cronista.-
El gobierno argentino considera que someterse a las arbitrariedades de los mercados (frase con la que cuestiona las responsabilidades que un país asume a cambio de recibir crédito externo, ya sea de otro Estado o de inversores privados) es más reprobable que contar con un gran socio benefactor, que ofrece financiamiento más barato pero no por ello menos condicionado.
En el siglo XIX, antes de que naciera el expansionismo americano, era Inglaterra la que arrimaba dinero a cambio de materias primas a los países del actual mundo emergente.
Los trenes y los teléfonos fueron ingleses porque además de ser sus principales desarrolladores, la Argentina no podía ni soñar con montar servicios de esa envergadura con sello local.
Perón nacionalizó esos servicios porque abrigó el sueño de una industria propia. Un siglo más tarde, sin embargo, el modelo de inversión extranjera protegida (que era colonialismo cuando lo ejecutaba Gran Bretaña) revive bajo otra matriz ideológica, pero con igual cepo productivo.
Si el nuevo mentor de los ferrocarriles es China, es porque se transformó en la nación que está dispuesta financiar a costo regalado la exportación de sus bienes industriales y servicios, a cambio de alimentos, hierro o petróleo.
Hasta que no se agote el swap chino, el relato industrialista quedará en suspenso.
