Por Fernando Laborda/La Nación.-
La huida del peso y la sangría de dólares habrían llegado para quedarse por bastante tiempo. Las condiciones externas tampoco ayudan, porque los ingresos por exportaciones, principal fuente de divisas, comienzan a verse afectados por dos factores: la caída de los precios internacionales de las commodities agrícolas y el estancamiento de la economía brasileña.
Decidida Cristina Kirchner a seguir enfrentando a la justicia norteamericana y a rechazar cualquier alternativa que le permita a la Argentina volver al sistema financiero mundial, toda medida que tome su gobierno parece condenada al fracaso. Ni la suba parcial de las tasas de interés ni las presiones a los bancos para que se desprendan de dólares lograron calmar al mercado cambiario. El dólar blue llegó a los 15 pesos y se convirtió en la niña bonita que desafía al cristinismo.
Frente a este escenario, agravado por las suspensiones, los despidos y el contexto inflacionario, el Gobierno continuó exhibiendo una capacidad sin límites para imaginar conspiraciones con las que busca disfrazar la conflictividad social. El último descubrimiento del relato oficial es que si el país está al borde de un estallido hacia fines de año, será por una conspiración imperialista y no por los desaguisados gubernamentales en materia económica.
Axel Kicillof pasó semanas atrás a la historia con su frase "Quédense todos tranquilos; esto está estudiado en profundidad", previa a la presente crisis de la deuda. Frase tan desopilante como comparable con la proverbial "Todo está fríamente calculado" que popularizó el Chapulín Colorado. En los últimos días, el ministro de Economía volvió a sorprender al sugerir que detrás de la suba del dólar marginal estaba el gobierno de Barack Obama. Tanto el canciller Héctor Timerman como la propia Presidenta, que dio rienda suelta a su afición tuitera, criticaron duramente las "impropias" declaraciones del encargado de negocios de la Embajada de los Estados Unidos, Kevin Sullivan, cuyo pecado fue expresar su deseo de que la Argentina saliese pronto del default.
El enojo presidencial fue evidente. Y hasta justificado: Sullivan había conspirado. Sí, había conspirado contra el relato.
La supuesta "intromisión en los asuntos internos" -en palabras de Cristina Kirchner- por parte del diplomático norteamericano fue aprovechada por el oficialismo para continuar por el camino de la épica antes que por el del sentido común.
Con la invención de enemigos internos y externos, el Gobierno pretende justificar el avance del intervencionismo, como se vio esta semana con la sanción de la nueva ley de abastecimiento, cuestionada desde la oposición y desde sectores empresarios, que, además de tildarla de inconstitucional, advirtieron que servirá para perseguir a comerciantes y amenazar a las empresas con indicarles cuánto podrán ganar.
Aunque la andanada de recursos de amparo que en los próximos días llegarán a la Justicia frenarían por un tiempo los efectos de esta flamante ley, su sanción da cuenta de que el cristinismo pretende seguir sustentándose en su mera capacidad para generar daño, valiéndose de la utilización del aparato estatal.
Mientras la dirigencia del oficialismo observa con cierta impotencia cómo la economía real hace, día tras día, añicos las aparentes bondades de su relato, la desconfianza se traslada a sectores del propio peronismo que vienen apoyando al kirchnerismo.
La aparición de Máximo Kirchner en la escena constituyó un desesperado intento por transmitirles a todos -propia tropa y opositores- que la Presidenta no piensa ceder un gramo de poder hasta que concluya su mandato. Un simple globo de ensayo para ganar tiempo frente al irreversible proceso de conversión de la jefa del Estado en el tradicional pato rengo de todo fin de ciclo.
