HANNAH ARENDT

En 1951, Hannah Arendt escribió: "El sujeto ideal de un régimen totalitario no es el nazi convencido o el comunista comprometido, son las personas para quienes la distinción entre los hechos y la ficción, lo verdadero y lo falso ha dejado de existir".

sábado, 13 de octubre de 2012

ARGENTINA SE MIRA EN VENEZUELA


Quizá nada sea políticamente más revelador que la forma en que las dos partes de la Argentina demediada contuvieron la respiración mientras Venezuela votaba. De repente, para entenderse a sí misma, Argentina mira a Venezuela. Como si allá estuvieran las claves de lo que ocurre y ocurrirá en el país. Quizá nada sea políticamente más revelador que la forma en que las dos partes de la Argentina demediada contuvieron la respiración mientras Venezuela votaba. Como si se jugaran el futuro en aquellas urnas lejanas o como si el sufragio venezolano fuera un oráculo que le vaticina al país lo que vendrá. No hay forma de probarlo, pero la sensación que flotaba en la atmósfera indica que, si hubiera ganado Henrique Capriles, mucha gente hubiese salido a la calle en Argentina.
Uno de los dos países que habitan este país hubiera festejado la derrota de Hugo Chávez de manera eufórica y espontánea, por entender que esa derrota debilitaba al cristinismo, además de demostrar que el modelo chavista no es eterno. Es cierto, la caída de Chávez en las urnas hubiera erosionado fuerzas al gobierno de Cristina. ¿Implica esto que la contundente victoria del líder bolivariano fortalece a la Presidenta? Es seguro que no la fortalece en la misma proporción que la hubiera debilitado la derrota, y es probable, incluso, que el efecto sea negativo. ¿Por qué la afectaría negativamente? Por demostrarles a los sectores no kirchneristas de clase media que la votaron en la última elección que la pregonada profundización del modelo político no incluye puerta de salida. Como fuere, lo indiscutible es que fue revelador lo que hicieron aflorar en Argentina los comicios venezolanos. Por primera vez, el núcleo ideológico del Gobierno se identificó de modo explícito con el chavismo. Hasta aquí, el kirchnerismo hasta se ofendía cuando lo llamaban chavista (una versión atenuada y elegante de chavismo, pero chavismo al fin). Pero, esta vez, ya con La Cámpora como expresión ideológica del cristinismo, la identidad política fue expresada sin complejos pequeñoburgueses. Es obvio que hay diferencias significativas, pero están en la encarnadura del liderazgo, no en la matriz ideológica. Por caso, entre Chávez y las mayorías populares hay una profunda identificación social, cultural y hasta racial. Consideran que el líder protector es uno de ellos. No existe tal identificación entre Cristina y la clase baja, que la apoya pero la percibe como una protectora que habita otra dimensión social y cultural. Ella misma se encarga de marcar esa distancia. Lo hace desde la ropa de marca hasta el discurso intelectual, pronunciado con la fonética nasal que se escucha en barrio Norte de la Capital Federal. El punto en común es, principalmente, el viejo método de construir poder sobre la grieta con que el liderazgo dividió la sociedad y en la que inoculó odio social mediante un discurso sectario. También, la búsqueda de una mirada totalizante de la historia y del presente, degradando y estigmatizando al que piensa diferente, 
para justificar su exclusión 
política. Oposición. Venezuela no es sólo el espejo que refleja rasgos y proyectos de la Presidenta, La Cámpora y la intelectualidad orgánica que elabora el relato oficialista. También la oposición debiera mirarse en el país caribeño, para entender lo que pasa cuando se tarda en entender la guía ideológica con que el caudillismo (o monarquismo latinoamericano) construye en estos tiempos un poder único, indivisible y eterno. Henrique Capriles es el reflejo inverso de la dirigencia local. Él lideró y movilizó en Venezuela a la masa disidente que, en Argentina, está huérfana de líderes y debe movilizarse por sí misma. Y si Capriles pudo convertirse en el más arduo desafiante que ha enfrentado Chávez, dejando en pie a una oposición inteligente y fuerte, fue por haber comprendido varias cuestiones clave. Primero, que el chavismo no es producto de un demagogo megalómano, sino la consecuencia de una desigualdad obscena y de una oligarquía socialmente mezquina, políticamente obtusa y económicamente inútil. Segundo: que la masiva política asistencialista a los sectores más débiles, que Chávez organizó a través de las “misiones”, constituye un aporte importantísimo en la lucha contra la pobreza y ha mejorado de modo significativo indicadores sociales que fueron alarmantes. Entender eso le permitió a Capriles ser el primer líder opositor que, en lugar de pararse en la derecha y usar el discurso reaccionario que amenaza poner fin a las misiones que dan alimentos, educación, buenos planes de salud y posibilidades de consumo a los más pobres, se paró en una centroizquierda racional, que entiende que sin equidad social no puede haber desarrollo ni pluralismo ni Estado de derecho. Eso lo tiene claro la dirigencia opositora argentina. Lo que no tiene es la cultura política con la que hubiera podido visualizar un proceso de reciclaje ideológico que explica el proyecto que llevan adelante Cristina y La Cámpora. Mediante ideólogos como el alemán Hans Dietrich, miembro de la Nueva Escuela de Bremen, y otros autores que se valieron de Carl Schmitt, ideólogo alemán que inspiró al nazismo contra el pensamiento liberal, se reciclaron en populistas y se valen de Antonio Gramsci para justificar la construcción de la hegemonía cultural, pero no universalizando valores sino imponiendo pensamiento único. Entre otras cosas, ese proceso deberían entender los caciques opositores que deambulan perdidos en la niebla, por obstinarse en ser candidatos antes que dirigentes. 

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