La oposición y los caballos de Sibaris. El pensamiento único y la crítica permanente nunca han dado buenos resultados, ni en la Argentina ni en ningún otro lugar del mundo. Sibaris era una antigua ciudad griega caracterizada por el refinamiento de sus habitantes. Conocidos por su gentilicio como “sibaritas”, aseguraban que sus extraordinarios y únicos caballos de guerra bailaban al son de la música. Según la leyenda, cuando entraron en conflicto con Crotona, esta última contrató flautistas para que hicieran sonar melodías en plena batalla. Los caballos efectivamente comenzaron a bailar en plena refriega y los ilusos sibaritas fueron fácil presa de sus enemigos. Desde entonces, Sibaris dejó de existir. Al igual que los caballos de Sibaris, la oposición política en la Argentina baila al compás del kirchnerismo, que no sólo impone la agenda en aquellos temas que la presidenta Cristina Fernández y su grupo de adláteres consideran “grandes problemas nacionales”, sino que los pone en marcha con la fuerza de un tsunami, sin discusión e imponiendo el número y argumentos en el Congreso de la Nación.
Una sola voz. Mientras eso ocurre, las bancadas opositoras, cuando no logran ser cooptadas por medio de oscuros acuerdos de cuyo contenido el ciudadano común jamás podrá enterarse, miran con asombro los hechos consumados, sin que se les ocurra alguna mínima estrategia que evite que desaparezcan aún más del escenario político, y que se sienta sólo la voz del oficialismo. Lo que por cierto, y más allá de los aciertos o errores del gobierno de turno, es muy grave para una república.
La reforma de la Carta Orgánica del Banco Central es un ejemplo de ello. Todo lo que se había logrado en los últimos tiempos en cuanto a la sana intención de dar autonomía real a una entidad que maneja nada más y nada menos que la política monetaria del país, uno de los brazos principales que tiene la economía para preservar el valor de la moneda y llevar adelante políticas anticíclicas que impidan la inflación en tiempos de bonanza y la depresión en épocas de vacas flacas, parece desbordado.
De ahora en más, el directorio del Central, entre otras cosas, podrá estimar cuáles son las reservas necesarias para cubrir la base monetaria, lo que en la práctica lo habilita a disponer de una buena parte de ellas, y podrá financiar al Gobierno nacional en un porcentaje mayor al autorizado hasta la fecha para cubrir su déficit.
Cuestionar las reformas no implica oponerse a que el Banco Central coadyuve al crecimiento, sino pedir, con la responsabilidad de ciudadanos, que en problemáticas tan sensibles haya acuerdos que incorporen a la mayoría del espectro político, y que sean pensadas a mediano y largo plazo, con una mira prospectiva, que garantice por ejemplo que la entidad no va a ser botín de guerra de nadie; ni de este gobierno ni de los próximos.
Usar el argumento de algunos obsecuentes, de que las reformas deben aprobarse a libro cerrado y que no denotan ningún riesgo porque el actual es un gobierno popular que las va a usar en beneficio del país es un sofisma de una solemnidad pueril.
Si así fuera, aceptando el infantil argumento de que el Gobierno estuviera formado en su totalidad por verdaderos patriotas, por prohombres que sólo buscan la felicidad del pueblo, la pregunta es: ¿qué puede pasar en el futuro, cuando el gobierno cambie de manos y se hagan cargo del poder hombres y mujeres “normales”, con virtudes y defectos, ambiciosos o asépticos?
¿Qué ocurriría si estos también tomaran la decisión de modificar la Orgánica del Central para utilizar la totalidad de las reservas con la excusa de poner en marcha nuevos proyectos productivos?
Grave olvido. Parece que los argentinos hemos olvidado la inflación de los últimos 50 años, que tuvo como causa principal el desorden y la irresponsabilidad en el manejo del gasto por parte del Estado nacional, de los estados provinciales y de los municipios, lo que llevó, primero, a generar una elevada deuda pública y, posteriormente, a la emisión espuria de dinero.
Hoy por hoy, la situación parece sólida, los niveles de reservas son importantes, la demanda interna y externa es sostenida y el porvenir aparece como promisorio, pero hay que aprender de las lecciones del pasado.
A la Presidenta le gusta repetir que las bondades del modelo deben llegar a los 40 millones de argentinos y este es el deseo de todos aquellos que deseamos lo mejor para nuestro país y para quienes habitan en él.
Lo que no queda tan claro es por qué oficialismo y oposición no asumen su cuota de responsabilidad y se lanzan con generosidad a buscar caminos de encuentro que pinten los grandes trazos hacia un futuro previsible, comprendiendo que la alternancia en el poder es inmanente a la democracia.
El pensamiento único y la crítica permanente nunca han dado buenos resultados, ni en la Argentina ni en ningún otro lugar del mundo. Seamos inteligentes.Autor: Daniel Gattás (Docente de la UNC y la UCC)- Fuente: La Voz