A la búsqueda de enemigos que distraigan del ajuste
El aplastante triunfo de CFK en las urnas el 23 de octubre pasado modificó de tal modo el mapa político, que dejó al gobierno prácticamente en soledad. A sus pies se desmoronaron el peronismo disidente en sus dos ramas -Eduardo Duhalde y Alberto Rodríguez Saá- y también la UCR, sacudida por el fracaso del neoalfonsinismo, además de Elisa Carrió.
Quedaron en pie, entonces, dos fuerzas opositoras: el Frente Amplio Progresista y el PRO. Sin embargo, con estilos distintos, tanto Hermes Binner como Mauricio Macri eludieron cuidadosamente plantarse frente al gobierno y se esmeran en mostrarse como opositores light, silenciosos ante el avance oficial sobre las libertades de comercio y de prensa, entre otros hechos graves. Esta situación, aparentemente ventajosa para la Casa Rosada, en realidad dejó al cristinismo sin uno de sus principales recursos para ejercer el poder: la polarización de la sociedad contra enemigos a los cuales es “indispensable” derrotar para afianzar el mito de la invencibilidad del gobierno. O sea, una saga detrás de otra, mientras se sigue acumulando cada vez más poder para enfrentar nuevas supuestas amenazas. Después de octubre, sólo Clarín quedó disponible para este juego dialéctico que CFK heredó de su difunto marido.
En diciembre pasado, se insinuaron en el horizonte nuevos enemigos. Por ejemplo, Guillermo Moreno y otros acusaron a Jorge Brito y otros banqueros cercanos al poder de promover la corrida cambiaria y bancaria. Días después, Hugo Moyano rompió relaciones diplomáticas con la Casa Rosada, instalando la probabilidad de la confrontación entre la CGT y el gobierno. Contra lo que muchos esperaban, Cristina no recogió estos guantes. La pelea con un grupo de banqueros no le resultaba políticamente rentable a CFK, especialmente cuando su hijo Máximo estaba comprándole al mismo Brito un lujoso departamento en el Madero Center de Puerto Madero. Y con relación a Moyano, el gobierno no sólo evitó la confrontación sino que siguió una línea de extraordinaria prudencia. No contestó las acusaciones de diverso tipo que hizo le hizo el líder camionero, por ejemplo, negando que el gobierno fuera peronista, sino que enfrió la situación todo lo que pudo.
Es que, a diferencia de Duhalde, Clarín o antes el FMI, Moyano sería un enemigo políticamente no rentable y altamente peligroso. Es obvio que atacando frontalmente a Moyano el gobierno no sólo conseguiría fortalecer el liderazgo sindical de éste sino además que una ola de conflictos sindicales salvajes podría ser extenuante para el cristinismo. Es cierto, por otra parte, que en las últimas semanas los emisarios van y vienen entre Olivos y la CGT con la idea de que Moyano se siente en las próximas paritarias retomando su anterior rol de hábil negociador y omitiendo la confrontación política.
Con la CGT no
Esta carencia de enemigos rentables cobró aún mayor importancia a partir de que un mes atrás empezó el proceso de eliminación de subsidios de los servicios públicos y se puso en marcha un prearmado del ajuste, por ejemplo, a través del Decreto 324, que habilita a la revisión de todas las bonificaciones y suplementos que cobran los empleados públicos. El gobierno se enfrenta así a la probabilidad de caer en el peor escenario, que sería hacer del ajuste el eje de su gestión. Dispuesto casi a cualquier cosa para no convertirse en el gobierno del ajuste, el cristinismo empezó el año con un caso emblemático. La Cámpora, supuestamente con aval presidencial, avanzó contra el gobernador de Santa Cruz, Daniel Peralta, tomando como pretexto las medidas de ajuste que éste había decidido. Pero el bautismo de fuego de las huestes de Máximo Kirchner terminó en una derrota, porque Peralta consiguió aferrarse a su sillón y además el ajuste provincial se está ejecutando.
Con la cuenta regresiva de las paritarias y el ajuste en marcha, el cristinismo desempolvó entonces la vieja pulseada con el Foreign Office por la soberanía de las Malvinas. Por su legitimidad y consenso, esta causa sería en principio suficiente como para distraer a la opinión pública. Pero tiene una seria limitación: sólo con hechos muy resonantes el gobierno conseguiría malvinizar la realidad política. Y parece claro que la Argentina carece de instrumentos para presionar a Gran Bretaña y menos todavía si se habla en términos de desplegar poder militar.
El actual episodio de tensiones con Londres, más allá de los fuegos artificiales mediáticos, es probable que termine en la nada. Pero sí es, en cambio, una clara demostración de que el gobierno está a la búsqueda de algún enemigo rentable que sirva de cortina de humo para un año signado por el bajo crecimiento de la economía, la pérdida del poder adquisitivo del salario y los recortes presupuestarios.