HANNAH ARENDT

En 1951, Hannah Arendt escribió: "El sujeto ideal de un régimen totalitario no es el nazi convencido o el comunista comprometido, son las personas para quienes la distinción entre los hechos y la ficción, lo verdadero y lo falso ha dejado de existir".

sábado, 5 de septiembre de 2009

LAS QUEBRADAS Y LA RAMBLA DEL SALADILLO

Populosas piletas y del arroyo Saladillo en Rosario, construidas durante el segundo gobierno de Perón. Se hallaban inmediatamente después de las también concurridas y muy pintorescas Quebradas, y sobre la curva de la calle Lucero, a metros de la Mandarina, o mejor dicho, el monumento a Eva Duarte de Perón. Multitudes de familias y jóvenes concurrían a este paseo balneario que aprovechaba el paso del arroyo en su carrera hacia el Paraná. Tenía vestuarios masculinos y femeninos, casilleros para la ropa, un importante buffet y daban la “chapita”, esa especie de salvoconducto piletero que uno se colgaba en la malla y a la vista de los bañeros. El viejo supo llevarnos de chicos. Tan de chicos que era la época del gorro de goma obligatorio para las mujeres. Una anécdota famosa de nuestras juventudes, era la charla de tres aparatos rosarinos acerca del origen del peronismo. “¿Quién inventó el peronismo?” preguntó uno. “¡Perón!” le contestaron a coro los otros dos. “¡¡Que Perón, ni que Perón!! ¡¡Fuimos YO y dos vagos más, con el agua hasta acá (seña en la pera) en las piletas del Saladillo!!” El paso del tiempo fue deteriorando las instalaciones de este espacio municipal. Quizás algunas malas administraciones de la vieja Rambla, la precipitaron a un abandono terminal. Se solían hacer algunas reuniones políticas que terminaban con alguna parrillada. En 1975 los amigos de Saladillo, de la “Isleta” para ser más precisos, organizaron la despedida de soltero de un compañero que se casaba al otro día. Gratarola consiguieron la Rambla. En los parrilleros, que eran muy grandes, los expertos cocineros del barrio prepararon una “amarilleada”. Cientos de amarillitos asándose en hileras. Un verdadero espectáculo. Cuando se los daba vuelta, se les agregaba una salsa picante con tomates. ¡Que sabroso pescado y que manera de prepararlos! Todo fue una maravilla, pero al terminar no sabíamos que se iba a iniciar, al menos para cinco de nosotros, una larga noche. Al terminar la reunión nos vamos con el novio y varios más en su Citroen 3CV. Tomamos Lucero hasta Caseros y doblamos (en ese tiempo era mano) como para tomar Tupungato. No llegamos. En forma sorpresiva un cerrojo policial nos cortó el paso. Eran como tres móviles y el nutrido personal de “operaciones” estaba muy “enfierrado”. Nos hicieron bajar del auto y nos pusieron cara a la pared con los brazos extendidos hacia adelante y con el dedo índice de cada mano apoyado contra la pared. Las piernas separadas y sin hablar. Un cana, gratuitamente y muy consustanciado, fue pasando y uno a uno le pegaba un culatazo con el fusil en los tobillos. En fila india nos llevaron a la comisaría de la trece (once, a posteriori), que está a dos cuadras. No preguntamos nada porque eran tiempos bravos y nosotros andábamos en política, así que un operativo no era raro. Pero igual nos llamaba la atención. Estando en la guardia esperando por averiguación de antecedentes, más una libretita de “anotaciones” que le encontraron a uno de los nuestros, solitos nos dimos cuenta de que se trataba. ¡Era la madrugada del 22 de agosto! Aniversario de la masacre de Trelew, fecha conmemorada por los grupos guerrilleros con todo tipo de acción. Por lo tanto había controles, rastrillos y cerrojos en todo el país. ¡Pero nosotros cinco, en un Citroen y a la salida de una comilona que seguramente habían estado vigilanteando! Obviamente estaban justificando el operativo con unos “perejiles” fáciles y para nada en “esa joda”, como nosotros. Se ve que no todos los policías pensaban en hacer mérito con nosotros. Tiempo después y antes que se desencadenaran los terribles acontecimientos del 24 de marzo del `76, en un colectivo de línea me encuentro con un cana raso de la “13” que estaba de guardia esa noche. Al reconocerme se acercó y me dijo que el no había tenido nada que ver con la detención de “la Rambla” y, es más, hasta le caían simpáticos los “guerrilleros”. El hombre se estaba cuidando, equivocadamente, conmigo. Le aseguré y reaseguré que no teníamos nada que ver con eso, y una suerte de paz inundó su rostro. ¡Qué épocas! De la encanada, terminó todo bien al otro día. Apareció el viejo rastreándome por la seccional ante mi ausencia y el aviso de mi mujer. Al tomar estado público las detenciones, el trámite se aceleró y en horas salimos todos. Salvo una incomodidad, todo fue tranquilo. En medio de la noche, en la larga espera en la guardia, a uno de los nuestros se le ocurre decir fuerte “¡hasta cuando vamos a esperar, yo tengo que ir a trabajar, viejo!” A lo que el oficial le respondió “¿así que vos tenés que ir a trabajar? Bueno, pero antes ¡todos al calabozo, mierda!” Juan Carlos Caminos - VIÑETAS ARGENTINAS - Editorial Emiliano

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