Por Sergio Crivelli/La Prensa.-
Las idas y vueltas del gobierno, más la puja entre piqueteros, intendentes y “camporistas” en el corazón del territorio de CFK pusieron en evidencia problemas de rumbo, autoridad y liderazgo
Aunque son récord los contagios y las muertes, el coronavirus pasó a segundo plano. La crisis económica, también. El primer lugar de la agenda fue ocupado por las tomas de tierras, que la ministra del Seguridad Sabina Ferederic había considerado inicialmente un problema inmobiliario. Sergio Berni la refutó y la cuestión escaló hasta el punto de que la funcionaria tuvo que desdecirse.
La marcha en zigzag es una marca registrada del gobierno. Ocurrió algo similar con Vicentin. El jueves en el Senado el bloque oficialista aprobó la anulación de la intervención. Lo hizo con argumentos favorables a la intervención, porque a sus oradores no los arredran cuestiones nimias como la incoherencia.
Muchas veces los cambios de rumbo suelen ser positivos para los gobiernos porque si bien no resuelven los problemas, al menos son una señal de que se lo registra. Al final Fernández reconoció la peligrosidad de las usurpaciones y resolvió convocar a la Gendarmería, en lugar de repartir bolsas de comidas o dinero. Un paso en la dirección correcta, porque no se trata simplemente de gente desesperada. Los que antes organizaban saqueos, ampliaron el rubro. La cosa viene de arriba, no de abajo.
El cambio de enfoque es importante porque muestra que Fernández detecta la causa del fenómeno: las tomas forman parte de una trama que enfrenta a por lo menos tres sectores del oficialismo: los expiqueteros (hoy, organizaciones sociales), la burocracia gubernamental (funcionarios) y la estructura municipal (intendentes, punteros et al). Por eso Sergio Berni, funcionario, acusó a los expiqueteros por las usurpaciones y se peleó en forma pública con el “Chino”. Este último es binorma: funcionario y miembros de una organización simultáneamente. Hay un negocio de venta terrenos usurpados, pero ese es el lubricante. La puja por el control territorial es la cuestión de fondo; y es una cuestión política, una pulseada de poder. Por eso hasta el gobernador Axel Kicillof también denunció como delito lo que no pocos oficialistas suelen justificar como una “necesidad”. El problema de la inseguridad no había generado una reacción tan fuerte del gobierno hasta ahora. Hubo episodios graves como la suelta de presos y el aumento de la criminalidad relegados por la pandemia. Pero el panorama cambió con las peleas entre sectores que escapan a la autoridad del gobernador y del presidente. A la falta de rumbo o al zigzagueo, se suma la ausencia de liderazgo. La que tiene el poder político real del conurbano, es decir los votos, es Cristina Kirchner, pero no se la ha oído. Está concentrada en remover a los jueces que deben juzgarla. En este marco conflictivo fue hallado el cadáver de Facundo Astudillo. Llamativamente Estela de Carlotto calificó su caso como una “desaparición en democracia”, lo equiparó a Santiago Maldonado y responsabilizó a la bonaerense. Una monumental toma de distancia y otro problema para Fernández, Berni y Kicillof. Al parecer el alineamiento de los “organismos” es con la vice, no con el presidente. Entretanto el esperado jubileo económico por el acuerdo con los bonistas debió esperar.
Predominan la incertidumbre y la desconfianza. El presidente dice que no piensa devaluar, pero las ventas a razón de 200 dólares por cabeza escalaron más que la inseguridad y sacudieron las reservas del Central. Esperar inversiones privadas en este ambiente es utópico. Como si con eso no alcanzara agregó incertidumbre al cuadro una confrontación institucional que comenzó con el operativo de copamiento de la justicia federal y que el martes pasado se extendió a la Cámara de Diputados. Por primera vez hubo dos Congresos funcionando en simultáneo. Uno, presente en el recinto que paradójicamente no existió para el presidente de la Cámara, Sergio Massa, y otro, en el ciberespacio que terminó aprobando dos leyes como. La cuestión presenta por lo menos tres aspectos polémicos. El primero es el nivel de conflictividad entre el gobierno y la oposición que el oficialismo intenta resolver por la fuerza. El segundo, la escasa importancia que el presidente le da a la cuestión institucional. Pareció ignorar los hechos, ya que sostuvo que la sesión de Diputados había fracasado (¿?). Y el tercero, la causa real del desbarajuste: la prioridad del gobierno es resolver los problemas penales de la vicepresidenta. Tanto Massa como el presidente se alinearon detrás de la estrategia confrontativa y pusieron a funcionar Diputados como Cristina kirchner hace funcionar el Senado: como una topadora, que no atiende razones reglamentarias e ignora a la oposición. Parece que es la única que tiene en claro el rumbo, no zigzaguea y es obedecida. Pero su agenda por ahora no contiene los problemas del resto de la sociedad como la toma de tierras. Su eficacia, de todas maneras es impecable: doblegó al Congreso y ahora hay que ver cómo le va con la Corte.
El cambio de enfoque es importante porque muestra que Fernández detecta la causa del fenómeno: las tomas forman parte de una trama que enfrenta a por lo menos tres sectores del oficialismo: los expiqueteros (hoy, organizaciones sociales), la burocracia gubernamental (funcionarios) y la estructura municipal (intendentes, punteros et al). Por eso Sergio Berni, funcionario, acusó a los expiqueteros por las usurpaciones y se peleó en forma pública con el “Chino”. Este último es binorma: funcionario y miembros de una organización simultáneamente. Hay un negocio de venta terrenos usurpados, pero ese es el lubricante. La puja por el control territorial es la cuestión de fondo; y es una cuestión política, una pulseada de poder. Por eso hasta el gobernador Axel Kicillof también denunció como delito lo que no pocos oficialistas suelen justificar como una “necesidad”. El problema de la inseguridad no había generado una reacción tan fuerte del gobierno hasta ahora. Hubo episodios graves como la suelta de presos y el aumento de la criminalidad relegados por la pandemia. Pero el panorama cambió con las peleas entre sectores que escapan a la autoridad del gobernador y del presidente. A la falta de rumbo o al zigzagueo, se suma la ausencia de liderazgo. La que tiene el poder político real del conurbano, es decir los votos, es Cristina Kirchner, pero no se la ha oído. Está concentrada en remover a los jueces que deben juzgarla. En este marco conflictivo fue hallado el cadáver de Facundo Astudillo. Llamativamente Estela de Carlotto calificó su caso como una “desaparición en democracia”, lo equiparó a Santiago Maldonado y responsabilizó a la bonaerense. Una monumental toma de distancia y otro problema para Fernández, Berni y Kicillof. Al parecer el alineamiento de los “organismos” es con la vice, no con el presidente. Entretanto el esperado jubileo económico por el acuerdo con los bonistas debió esperar.
Predominan la incertidumbre y la desconfianza. El presidente dice que no piensa devaluar, pero las ventas a razón de 200 dólares por cabeza escalaron más que la inseguridad y sacudieron las reservas del Central. Esperar inversiones privadas en este ambiente es utópico. Como si con eso no alcanzara agregó incertidumbre al cuadro una confrontación institucional que comenzó con el operativo de copamiento de la justicia federal y que el martes pasado se extendió a la Cámara de Diputados. Por primera vez hubo dos Congresos funcionando en simultáneo. Uno, presente en el recinto que paradójicamente no existió para el presidente de la Cámara, Sergio Massa, y otro, en el ciberespacio que terminó aprobando dos leyes como. La cuestión presenta por lo menos tres aspectos polémicos. El primero es el nivel de conflictividad entre el gobierno y la oposición que el oficialismo intenta resolver por la fuerza. El segundo, la escasa importancia que el presidente le da a la cuestión institucional. Pareció ignorar los hechos, ya que sostuvo que la sesión de Diputados había fracasado (¿?). Y el tercero, la causa real del desbarajuste: la prioridad del gobierno es resolver los problemas penales de la vicepresidenta. Tanto Massa como el presidente se alinearon detrás de la estrategia confrontativa y pusieron a funcionar Diputados como Cristina kirchner hace funcionar el Senado: como una topadora, que no atiende razones reglamentarias e ignora a la oposición. Parece que es la única que tiene en claro el rumbo, no zigzaguea y es obedecida. Pero su agenda por ahora no contiene los problemas del resto de la sociedad como la toma de tierras. Su eficacia, de todas maneras es impecable: doblegó al Congreso y ahora hay que ver cómo le va con la Corte.