Por Sergio Crivelli/La Prensa.-
No acierta a salir de la cuarentena y la economía cae fuerte. Va por la tercera manifestación espontánea de repudio. Polariza y aumenta la conflictividad al acusar de odio a la oposición
La celebración del 9 de Julio fue atípica. Por la mañana el presidente dio un discurso que tenía la presunta intención de promover la convivencia pacífica; por la tarde se multiplicaron en el país las marchas de repudio a su gestión.
Fue la tercera protesta popular en su contra sin mediación de burocracia partidaria alguna y la primera en la que hubo un acto de violencia que recorrió los medios: echaron a golpes al móvil de un canal de TV de Cristóbal López. No pasó a mayores, pero la situación podía haberse desbordado. Un llamado de atención para todos, porque el responsable del orden público es el gobierno.
Más allá de los discursos, la conflictividad va a empeorar si Alberto Fernández no sale del callejón en el que se ha metido. Desde que asumió, la economía aceleró su deterioro, las medidas asistencialistas agravaron el cuadro y en el momento en que aumentan los contagios de coronavirus no encuentra la manera de terminar con un encierro que liquida decenas de miles de puestos de trabajo por mes. Es el responsable de la economía, pero se dedica a pontificar sobre el futuro del capitalismo planetario, mientras empresas y comercios cierran aquí y ahora.
Para peor sus problemas no son exclusivamente económicos. Los políticos se están haciendo cada vez más notorios. Por ejemplo, la salida de la cárcel de presos por corrupción, que dejan en claro que tiene un poder prestado.
Uno de los acicates para que los manifestantes ganaran la calle fue la liberación del símbolo de la década “ganada”: Lázaro Báez. No hay solución a la vista para la economía, pero sí para los empresarios “K”. A Báez le tomó menos tiempo salir de Ezeiza que a Martín Guzmán cerrar un acuerdo con los acreedores.
En la fecha patria se produjo además otro hecho elocuente. Fernández invitó a Olivos a varios empresarios y los ubicó a su alrededor como una suerte de guardia de corps, rústico y dudoso símbolo de adhesión del poder económico a su gestión.
La intención era contrapesar la imagen que había dejado un encuentro secreto de Máximo Kirchner con la cúpula del “establishment”. De esa reunión había participado Sergio Massa como escudero del hijo de CFK. El presidente, no. El kirchnerismo no avanza sólo en la suelta de presos. Va un paso por delante.
Otro indicio de que el tablero cambia rápido fue la reaparición de Mauricio Macri. El ex presidente guardaba silencio desde que abandonó la Casa Rosada, pero la dinámica de los acontecimientos le allanó el regreso.
Habló en un tono institucionalista, en la línea que quiere oir su electorado. La palabra clave es república. El discurso frontal está a cargo de Patricia Bullrich y provocó la queja de quienes pretenden, como en su momento Sergio Massa, jugar a una tercera posición.
Esa variante se está agotando, por eso Massa se kirchnerizó. Volvió la grieta o, si se prefiere, la polarización. Eso es lo que muestra la gente en la calle que repudia tanto al gobierno como desconfía de los políticos siempre dispuestos a la “rosca”. A los acuerdos de cúpula que resuelven los problemas de la dirigencia mientras dejan intactos o empeoran los de los ciudadanos de a pie que no disfrutan del presupuesto público.
Por ejemplo, en medio del actual festival del gasto Fernández le recortó la jubilación a los que no cobran la mínima, pero no se oye a la dirigencia opositora hacer de la cuestión un tema de debate. Andan detrás de más recursos para sus provincias y municipios y se fotografían con Fernández como hicieron Jorge Macri o Néstor Grindetti el miércoles en Olivos justo antes de la reaparición del ex presidente.
La grieta entre los ciudadanos comunes y la clase política es mayor que entre opositores y oficialistas y tuvo el 9 de julio su manifestación más elocuente. En Avellaneda, ciudad santafecina epicentro del conflicto por Vicentin, hubo dos marchas. Una multitudinaria contra el gobierno y otra, más modesta en número, pero no en recursos, organizada por sindicalistas, empleados públicos, el Movimiento Evita, etcétera, etcétera. El elenco estable de la “militancia” profesional.
Es por esta grieta que cobra relevancia la reaparición de Macri, el único presidente que llegó al poder por fuera de las corporaciones partidarias tradicionales. Pero su éxito electoral generó inevitablemente una burocracia propia que ahora pretende heredarlo (Rodríguez Larreta, Vidal). Esa dirigencia se encuentra, sin embargo, con que su electorado afín, más del 40% del padrón, repudia cualquier arreglo con el peronismo.
Ese 40% es un hecho con el que los que buscaron en algún momento acuerdos con el “albertismo” deberán enfrentarse. En particular en distritos como la ciudad de Buenos Aires, Córdoba, Mendoza o Santa Fe, en los que el voto a favor de Macri hace menos de un año fue muy alto, a pesar del mal desempeño económico con que finalizó su mandato.