HANNAH ARENDT

En 1951, Hannah Arendt escribió: "El sujeto ideal de un régimen totalitario no es el nazi convencido o el comunista comprometido, son las personas para quienes la distinción entre los hechos y la ficción, lo verdadero y lo falso ha dejado de existir".

lunes, 21 de enero de 2019

DEL LIBERALISMO EFECTISTA AL PRODUCTIVISTA.

 La discusión central en torno a los
procesos de liberalización económica

Por Rafael Eduardo Micheletti/Tribuna de Periodistas.- Parece haber dos grandes tendencias dentro del liberalismo económico: la efectista y la productivista. No se trata de hacer una división tajante ni maniquea. El liberalismo es uno solo. Y estas dos tendencias que menciono se superponen, a veces se combinan y presentan una base importante en común.
Sin embargo, la diferencia radica en la importancia relativa que se le da a las diversas medidas liberales, en el resultante orden de prioridades, así como en el tipo de mirada que se tiene sobre la sociedad. Quien escribe no es economista y pido disculpas de antemano por posibles imprecisiones técnicas, pero el artículo está enfocado primordialmente hacia un análisis filosófico y social del liberalismo económico. Se puede decir que, a grandes rasgos y en promedio, el liberalismo económico ha demostrado mejores resultados a mediano y largo plazo que cualquier tipo de abordaje estatista. Los países más desarrollados son, en efecto, los que presentan mejores índices de libertad económica, y esa libertad económica no impide el desarrollo de políticas públicas orientadas a la inclusión social o la igualdad de oportunidades. Al contrario, lo facilita, ya que en un marco de libertad económica tienden a ser menos los que necesitan ayuda y el Estado tiene mayor facilidad para obtener recursos. Incluso los países nórdicos, presentados muchas veces como supuesto ejemplo de “éxito socialista”, tienen marcas record de libertad económica. Es cierto, podrán cobrar impuestos comparativamente elevados en relación con otros países (aunque no tanto como se cree), pero en todo lo demás (comercio exterior, seguridad jurídica, simplicidad impositiva, burocracia, institucionalidad democrática, legalidad, transparencia, etc.) son ultra-liberales. 


 Para llevarlo a datos concretos, en el Índice de Libertad Económica 2018 de Heritage, Suecia está en el puesto 15, con un promedio de 76,3 sobre 100, incluso por encima de Estados Unidos, supuesta meca del capitalismo. Suecia tiene un puntaje de 43,9 en carga fiscal, de 23,2 en gasto público y de 53,7 en libertad laboral. Sin embargo, en otros 9 indicadores de libertad económica tiene puntajes elevadísimos. En derechos de propiedad tiene 92,6, en libertad empresarial 89,3, en libertad monetaria 83,8, en salud fiscal 96,1, en libertad de comercio 86,9, en libertad de inversión 85,0, en libertad financiera 80,0, en integridad gubernamental 92,9 y en efectividad del Poder Judicial 88,2. Todo esto lo hace uno de los países más libres económicamente hablando, a pesar de su gasto público. Los demás países nórdicos presentan puntajes similares: Noruega 74,3 y Finlandia 74,1. Desde luego, la libertad económica no es el único factor de desarrollo de un país. Más aún, creo que ni siquiera es el más importante. La libertad política y la calidad democrática, aunque muy entrelazadas con la libertad económica, creo que son más gravitantes. De hecho, reducir impuestos difícilmente tuviera un impacto positivo significativo en la economía de un país si todavía no se hubiera consolidado el Estado de Derecho. Pues, en ese caso, el capitalismo de amigos, la impunidad y la corrupción no harían sino establecer fuertes exacciones indirectas a los ciudadanos que no figurarían en el índice formal de “carga tributaria”. 

 Ahora bien, la historia y las estadísticas demuestran que la libertad económica es un factor de suma importancia para el desarrollo económico y social. Y en las últimas décadas parecen haberse consolidado dos principales tendencias de pensamiento dentro del liberalismo económico en relación con la forma de hacer avanzar la libertad económica. Una es la visión efectista y la otra la productivista. La visión efectista es más cómoda para la dirigencia política, ya que es más fácil de implementar. Parte de una visión top-down, de arriba hacia abajo, centrándose en el efecto psicológico, de confianza y expectativas, de las reformas liberales. De manera simplificada, prioriza el equilibrio fiscal, la coherencia del programa económico y la credibilidad y reputación de los operadores políticos para crear un “buen clima”, una especie de efecto contagio de previsibilidad, optimismo y confianza. Le da mayor importancia a la captación de inversiones externas que a la gestación de un proceso de ahorro e inversión interna. La visión productivista, por el contrario, es más difícil de llevar a cabo, y requiere de mayor cintura política y consenso social. Parte de una visión bottom-up, de abajo hacia arriba, visualizando al ciudadano individual y centrándose en lo micro, sin abandonar lo sistémico. Se enfoca en crear las condiciones para que el ciudadano común cuente con herramientas para aumentar su capacidad de ahorro, inversión y emprendimiento.

 De manera sencilla, prioriza la seguridad jurídica (lo cual la emparenta más con el institucionalismo), la estabilidad y la simplificación y reducción de la carga impositiva. Todo esto generaría ciudadanos más apoderados, con mayor capacidad de acción, que tenderían a desarrollar con mayor eficacia sus respectivos proyectos de vida y planes económicos, movilizando y estimulando un crecimiento endógeno y sustentable de la economía. De nuevo, un auténtico plan de reforma económica liberal abarca todos estos aspectos, de un modo u otro. Pero parece haber dos estrategias o visiones fundamentales sobre cómo encarar una liberalización económica. Y todo indica que, de estas dos estrategias o visiones, la productivista es la que ha dado mejores resultados históricamente. En algunos casos el camino efectista puede ser la herramienta a mano para iniciar un proceso de reformas en un contexto de bajo consenso político y social, que no admite reformas muy profundas. Pero este camino tiende a elevar las cargas sobre el ciudadano para reducir el déficit, lo que enfría la economía, y tiende a crear un empujón macro que se diluye en escaso tiempo. La estrategia productivista es más sólida y crea un mejoramiento más rápido de la economía, lo que aumenta el consenso social en torno a las reformas y reduce el impacto social inmediato negativo de la reducción del gasto público (que ciertamente deberá ser mayor que en el efectismo). 

 Más aún, la estrategia efectista puede desencadenar procesos sociales y psicológicos tortuosos para la población, con una prolongación excesiva en el tiempo de una situación de recortes, incertidumbre y recesión. En el caso de la última crisis de Grecia, por ejemplo, la recesión y el deterioro paulatino y constante de la calidad de vida de la población fueron tan duraderos que, finalmente, el pueblo optó por una opción populista de extrema izquierda (aunque fuertemente contenida por la pertenencia a la Unión Europea). Un caso de éxito resonante de la estrategia productivista es el de Estonia, que apostó por una fuerte reducción del gasto público (de hasta un 10% del PBI), bajos impuestos y una fuerte flexibilización laboral. Sorteó la crisis de 2008 en tiempo record y su economía sigue creciendo ininterrumpidamente desde 2010. Chile también podría pensarse como un caso de liberalización productivista exitosa. Aunque las reformas se inician en la dictadura de Pinochet, se sostienen y profundizan en democracia, sistema bajo el cual se produce la mayor parte de su reciente desarrollo sostenido, que lo ha llevado a superar a Argentina en PBI per cápita y en exportaciones totales (a pesar de tener menos de la mitad de la población). 

Al año 2016, el gasto público chileno representaba tan sólo el 25% del PBI, mientras que el argentino el 41%. Argentina empezó en 2016, con la asunción de Mauricio Macri a fines de 2015, una serie de reformas de liberalización aparentemente de corte efectista, mirando mucho al exterior, subestimando la importancia de reducir impuestos y depositando una confianza excesiva en el “golpe de efecto” que supuestamente atraería cuantiosas inversiones externas. En 2018, ante cierto vaivén de la economía mundial, el proceso se demostró inconsistente, lo que llevó al gobierno a optar por una fuerte devaluación que, bien o mal, es una de las formas (acaso no la ideal) de acelerar la reducción del gasto público, lo cual tiene más que ver con la estrategia de liberalización productivista. En este contexto, es deseable que la opción por el productivismo se profundice de aquí en adelante y que el cambio se haya llevado a cabo a tiempo.

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