Por Federico Andahazi/infobae.-
¿Existe relación entre las estructuras políticas y los abusos sexuales? Es una respuesta que ningún político se atreve a contestar con franqueza a causa de un nuevo tipo de agorafobia: el terror a ser lapidado en la flamante plaza pública que constituye el ágora de las redes sociales.
Sería necio negar la existencia del estrecho vínculo entre la política y los delitos sexuales.
Hasta tal punto es así que la primera política de Estado que impuso la Conquista en nuestro territorio fue, precisamente, la violación sistemática de las aborígenes a manos de los adelantados. Esa política se llamó mestizaje y tenía el propósito de expandir la sangre ibérica, propagar los apellidos europeos y diluir la identidad de la población originaria.
La sífilis fue el arma biológica más letal que emplearon los conquistadores. Desde el Caribe hasta el Plata, pasando por Mesoamérica y el Altiplano, el treponema pallidum fue mucho más eficaz que la espada. El mismísimo fundador de Buenos Aires, Pedro de Mendoza, fue el primer sifilítico que pisó las orillas del Plata. Sifilización y barbarie, podría parafrasearse a Domingo Sarmiento.
¿Qué relación tiene todo esto con Juan Darthés, el suicidio de Agustín Muñoz en Bariloche, los escraches adolescentes, la furia a favor y en contra de Julián Serrano y las violaciones masivas a las que asistimos por estos días con estupor?
Los argentinos solemos tener la falsa percepción de que todo lo que nos ocurre es novedoso e inaugural. La lógica del escrache anida en el pasado más arcaico de nuestra memoria. El pueblo guaraní practicaba la poligamia; al llegar los conquistadores, aniquilaron a los líderes, tomaron sus lugares y obligaron a sus mujeres a servirlos en harenes. De hecho, a la zona del actual Paraguay le decían el "paraíso de Mahoma". Bastaba con que el jefe del harén denunciara por infiel a una mujer y propalara la noticia para que el resto de los hombres la lapidara, tal como sucede hasta hoy en ciertas sociedades muy estimadas por cierto progresismo.
El derecho era la palabra del varón. ¿De verdad queremos volver a establecer un sistema de lapidación pública en sentido inverso?
Fue precisamente ese fallo inapelable lo que condujo al suicidio a Agustín Muñoz. Pero han existido casos anteriores que, extrañamente, han sido silenciados. De uno de ellos me ocupé hace muy poco. En noviembre encontraron ahorcado al director de teatro Omar Pacheco, colgado de la parrilla de luces del escenario de su propio teatro. Horas antes de haber tomado la decisión de suicidarse, Pacheco había sido escrachado en las redes acusado de abuso sexual y explotación laboral. Sin embargo, cuando se supo que Pacheco tenía vínculos económicos con hijos de desaparecidos durante la dictadura y estaba relacionado con ciertos personajes muy próximos al gobierno anterior, el tema fue rápidamente archivado. Existen abusos de los que no se puede hablar.
Por otra parte, semanas antes de la muerte de Muñoz, se conoció el caso de Luis María Rodríguez, secretario de Deportes de San Pedro, quien, igual que Pacheco, apareció ahorcado luego de que lo escracharan en las redes. A diferencia de estos dos casos, el suicidio de Agustín Muñoz tuvo una repercusión enorme y un efecto retroactivo sobre las denuncias anteriores: la joven acusadora reconoció que su denuncia era completamente falsa. Pero la piedra ya había sido lanzada cuando se supo la verdad.
El jueves último, el joven actor y youtuber Julián Serrano fue denunciado en las redes por violencia de género. Quien lo inculpó fue la cantante Dakillah Warapp. Este episodio tuvo una enorme trascendencia en la franja etaria que más se disputan los políticos. Serrano, idolatrado por las adolescentes, muchas de las cuales adhieren con fervor al feminismo, por primera vez se resistieron a creer en la palabra de otra mujer: "Mi moral feminista me dice que le tengo que creer a Dakillah, pero mi corazón le cree a Julián", decía una adolescente atribulada.
Otra vez, el peso de la historia: la Justicia no puede ser reemplazada por cuestiones de fe, como en épocas de la Inquisición. Pero muchos adultos parecen menos sensatos que algunos púberes y se resisten a dejar las piedras.
Muchos lapidadores vociferantes parecen haberse quedado súbitamente sin voz al conocerse las denuncias de abusos dentro de La Cámpora. Máximo Kirchner había dicho: "Tenemos que ponernos al frente de las demandas del colectivo de mujeres", toda una confesión del modo en que el kirchnerismo se apropia de las banderas de causas en las que tradicionalmente se mantuvo en la retaguardia. Pero cuando la bomba estalló en sus propias manos, dejó en claro cuál es su verdadero pensamiento: "Que los que mercantilizaron a la mujer no nos vengan a correr con la vaina de la moralina y la ética".
¿Quiénes mercantilizaron a la mujer? Es una pregunta cuya respuesta Máximo conoce mejor que nadie. Veamos qué nos dice la historia reciente. "Las Casitas" era una red de prostitución que funcionaba en Santa Cruz cuando Néstor Kirchner era gobernador y brindaba una importante recaudación para la política. En estos antros ejercían la prostitución mujeres que habían llegado al sur engañadas con promesas de trabajo. ¿Quién hizo esta denuncia hace ya muchos años? Gustavo Vera, uno de los actuales nexos papales de las organizaciones sociales y el kirchnerismo.
La Cámpora rinde un curioso culto a Juan Manuel de Rosas.
¿Cuál era la relación del rosismo con los abusos sexuales? El teniente Castro, hombre viudo, antes de morir, dejó al cuidado de Rosas a su hija María Eugenia. Rosas ejerció una extraña paternidad: encerró a esta hija adoptiva en su finca y la sometió a una vida de servidumbre y violaciones. Producto de los abusos, la mujer tuvo seis hijos que Rosas nunca reconoció, y ella y su progenie murieron en absoluta pobreza. La lógica del abuso que regía dentro la finca de Rosas era reproducida en la sociedad a través de los abusos de la terrorífica Mazorca.
El abuso político y el abuso sexual siempre fue una pareja inseparable. Pocos conocen la relación de Juan Domingo Perón con una chica de 15 años a la que llamaba "la Piraña". A veces la presentaba como su hija y otras, como una sobrina. Pero lo cierto es que la trataba como a una sirvienta, era una suerte de esclava traída del campo y Perón hacía uso de ella en todo sentido. Más conocidas fueron las andanzas de Perón con las adolescentes de la UES, especialmente con la pequeña Nelly Rivas. Las fotos del general retozando en el césped de Olivos con la adolescente fueron un verdadero escándalo. Hasta donde se sabe, el general nunca fue instado a deconstruirse por la rama femenina.
Cuanto más piramidal y verticalista es una agrupación política, cuanto menos democrática, mucho más frecuente es el abuso sexual que, finalmente, es una de las formas del abuso propio de la política: el abuso de poder.