Por Héctor M. Guyot/La Nación.- Desde cierta perspectiva, el kirchnerismo es más un fenómeno psicológico que político. Esto se verifica en el tipo de fidelidad que despierta, que se impone a cualquier constatación de los sentidos. No importan los hechos, sino las creencias. ¿Cómo explicar si no que una ex presidenta que devastó las instituciones y la economía del país al frente de un gobierno cleptocrático quizá pueda obtener, en las elecciones de mañana, el apoyo que le adjudican las encuestas? Hay dos razones que estimo fundamentales: un pasado lleno de heridas abiertas que la Justicia no saldó en su momento y una sacerdotisa de mil rostros capaz de manipular ese pasado para edificar un culto milenarista que suscita la sumisión de sus fieles.
Cristina es una artista consumada que maneja como nadie los hilos de la representación. Imposible acceder a su verdadero rostro. Acaso carezca de él, como esos actores que acaban consumidos por el personaje al que se entregan. Lo que sabemos, lo que hemos visto, es que puede ser lobo y cordero. Siempre según le convenga. ¿Le convenga para qué? En otras palabras, ¿qué es lo que mueve a este personaje siempre oculto tras una máscara? Es una pregunta clave. Allí, en esa pulsión, se esconde el corazón del drama. Puedo estar errado, pero creo que fue ella misma quien dio la respuesta cuando en la cima de su poder, sin advertirlo, se quitó por una vez las máscaras y confesó su intención de ir por todo. Ese deseo sin fondo acaso sea su peor condena. Ahora es cordero y en sus salidas a escena tiene completo control sobre la decoración, el vestuario, los actores de reparto y el guión. En Merlo afirmó que el país atraviesa una etapa "predemocrática" por la falta de trabajo, de comida y de remedios. "Yo vengo a ser la voz de todos ustedes, un vehículo para poner límite a todo esto."
"La capacidad fabuladora de la ex presidenta mantiene vivos, ante sus fieles, el sortilegio y la fascinación"
Cristina es, ante todo, una voz. Para ella vale lo que dice, no lo que hace. Para sus fieles, también.
Y es esa voz, además del aparato clientelístico montado en los sectores más pobres del conurbano, lo que fideliza votos en este operativo retorno. Su capacidad fabuladora mantiene vivos el sortilegio y la fascinación. Incluso entre los intelectuales que la acompañan, que esta semana dieron otra muestra de apoyo incondicional. No hay en el documento de Carta Abierta nada que se parezca a una admisión de la corrupción kirchnerista. Mérito de Cristina. De vuelta: el origen de esta ceguera quizá se explique menos en términos ideológicos que existenciales. Con su discurso y dos o tres gestos calculados, Cristina les dio a muchos intelectuales setentistas la posibilidad de justificar retrospectivamente una vida. Me refiero a la militancia y los ideales de su juventud, a los que han permanecido fieles. Cristina vino a decirles que no habían militado -vivido- en vano, que la revolución por la que habían entregado sus afanes estaba a la vuelta de la esquina. Más todavía, ellos serían héroes en esta nueva encarnación triunfante del sueño revolucionario que ella personificaba. Les ofrecía, en suma, la posibilidad de volver a nacer. Recuperaron así la épica de sus años dorados. Y también el discurso, que ahora sirve de cortina de humo para ocultar el verdadero rostro de la falsa izquierda kirchnerista.
En "Intelectuales, inteligencia y libertad", un artículo incluido en su libro Utopía y desencanto, Claudio Magris dice que los intelectuales no son a priori dueños de una mayor autonomía de juicio y humanidad que un comerciante o un dentista.
Y señala, además, "los vínculos perversos que pueden establecerse a veces entre un excitado lirismo totalizante y el totalitarismo político". Habla también de "la patética tentación de sentirse al unísono con la marcha de la historia". Pero advierte que nadie está exento, pues "cualquiera, si baja la guardia, está expuesto a caer en las redes del mecanismo del mal y del error". No digo que esto sea aplicable a la realidad de nuestro país en forma automática, pero sin duda proyecta una luz que ayuda a entenderla.
En su documento, los intelectuales de Carta Abierta acusan al Gobierno de una supuesta "adulteración de las pasiones públicas democráticas". El concepto, así expresado, sirve para describir de manera inmejorable lo que ocurrió durante el gobierno de Cristina Kirchner. En especial, la forma en que la ex presidenta exacerbó los antagonismos hasta crear una grieta que fortaleció su poder a costa de dividir al país. Puede que ahora ella se muestre como cordero, pero sabemos con qué facilidad cambia de máscara. Lo que vale es lo que hizo. Cuando fue gobierno, buscó quebrar el sistema y sus reglas. Buscó quedarse con todo. Ahora se propone regresar. ¿Para qué? A mí sobre eso no me quedan dudas.