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Rodeada de militantes, Bonafini logró escapar y no fue detenida (Télam) |
Por Julio Bárbaro/infobae.-
Entre las desventuras de un juez y una secta agoniza una parte de nuestra dignidad. Hebe alguna vez representó eso, la dignidad; ahora, y entre todos -ella incluida- degradamos otro de nuestros símbolos que ocupan el lugar de un bien escaso. Las Madres enfrentaron a la Dictadura, fueron pocos en esos tiempos -los Kirchner no eran de la partida, ni los Zaffaroni. Sí estaban Gullo y Kunkel pero los otros se subieron a una noble causa que nada tenía que ver con sus pasados. Contra la Dictadura, los resistentes no fueron precisamente una mayoría, y las Madres demostraron que el heroísmo era posible, aun cuando ni siquiera entendieran o participaran de la causa de sus hijos.
Alguno inventó la supuesta y pretenciosa "teoría de los dos demonios", según la cual, como la Dictadura había sido genocida, la guerrilla no merecía ser revisada. Luego siguieron con la victimización ilimitada, como si la guerrilla no hubiera elegido nunca el camino de la violencia; como -por ejemplo- si haber asesinado a Rucci en plena democracia no exigiera una profunda autocritica. Y llegamos a injusticias flagrantes, como indemnizar a los familiares de los guerrilleros que atacaban el cuartel y negarse a hacerlo con los soldados que murieron cumpliendo su deber. Así, de a poco, los Derechos Humanos terminaron siendo una pantalla para reivindicar a la guerrilla como si en ella hubiera estado el único camino hacia la verdad. La consecuencia lógica fue que aquello que nació con la dignidad de los que jugaron su vida buscando justicia terminara en manos de gente que los utilizaba en su propio beneficio.
Se impuso entonces una concepción de la justicia que le negaba al genocida esos alardeados Derechos Humanos e inventamos una imposición al enemigo que nos acercaba al riesgo de asemejarnos a sus nefastas concepciones. Conocí el exilio, el secuestro y la tortura; jamás hubiera imaginado resolverlo por el camino de imponerle al enemigo una justicia con posibilidades de parecerse a una venganza.
Los Derechos Humanos llegaron a ser un bien compartido por todos, uno de los pocos que logró ocupar ese lugar imposible que limita con nuestra impotencia para la grandeza y las coincidencias. Y terminó usurpado por un gobierno (no hace falta aclarar cuál) que, como carecía de virtudes en su propio pasado, exageró su abrazo a la dignidad ajena hasta terminar lastimándola y devaluándola a la altura de su propio oportunismo. Otra vez nuestra mediocridad pervirtió uno de los pocos ejemplos que gestaron los escasos casos de rebeldía al poder de turno que la vida nos regala. Hasta el Santo Padre, admirado por el mundo, no logra hacer pie en la convulsión de nuestras fracturadas conciencias. Hebe había logrado ser un ejemplo para todos, muy pocos se hubieran atrevido a cuestionarla. Fue tanto un ejemplo de dignidad como un herido de guerra. Las Madres fueron muchas y su ejemplo era trascendente como uno de los pocos límites que el amor filial le imponía a la demencia genocida. El kirchnerismo fue un grupo con pasado dudoso y pragmatismo sobreactuado. Ahora, muestra que esa estructura forjada con las prebendas y las caricias del poder no soporta la intemperie de la oposición. El kirchnerismo agonizaba y mientras tanto, huían los primeros oportunistas, mayoritarios como siempre; ahora, ya toman distancia los que no pueden ignorar la verdadera raíz de esa causa, los negociados de sus más encumbrados seguidores.
Hebe de Bonafini es mucho más que esa mujer rodeada de personajes menores, de esos que imaginan que arrimarse al digno los alivia en algo de sus propias culpas. Hebe es un símbolo de una etapa donde lo peor y más perverso de nuestra sociedad se dedicó a asesinar en nombre de la supuesta "defensa de Occidente". El problema no es ella, somos nosotros, todos los que nunca damos el paso a salir de la consigna para ingresar al debate de las ideas. La guerrilla tuvo miles de desaparecidos pero pocos, muy pocos y contados sobrevivientes capaces de hacer una autocrítica. Y esa es la otra parte de nuestros hoy devaluados Derechos Humanos. Necesitamos asumir el enorme error de haber elegido el camino de la violencia en democracia. Hasta que no logremos dar ese paso, el pasado va a ser tan sólo un espacio confuso donde los dignos fueron pocos, pero los que asumieron sus propios errores, esos fueron muchos menos. De lo contrario, no estaríamos transitando tanto dolor al sentir que el oportunismo del poder de turno arrasó hasta con lo más rescatable de nuestra dignidad. Falta una autocrítica, y esa nos obliga a todos. Si los militantes sobrevivientes hubieran estado a la altura de sus obligaciones gestando una revisión de sus errores, no habría sido tan desmesurado el papel de los deudos. Las Madres son justamente esos deudos que debieron ocupar el lugar que la dirigencia sobreviviente dejó libre. La política de los 70 tiene un compromismo que saldar y los heridos de aquella guerra deben tener nuestro respeto, incluida la señora Bonafini, más allá de su desmesurado presente. Los gobiernos pueden convocar a lo mejor o a lo peor de una sociedad. El kirchnerismo fue un llamado a lo peor de nosotros, el resentimiento para ocultar la ambición desmedida. De esa enfermedad tenemos que salir todos. También la señora Bonafini.