Por Eduardo van der Kooy/Clarín.-
El macrismo ha tenido una dosis de pericia y otra de mucha fortuna para la aprobación en Diputados del dictamen que abre la puerta a la posibilidad de un acuerdo con los fondos buitre. Como paso previo deberán derogarse la Ley Cerrojo y de Pago Soberano Aquella dosis de pericia radicó en la negociación que el ministro del Interior, Rogelio Frigerio, y el titular de la Cámara de Diputados, Emilio Monzó, llevaron adelante con Sergio Massa, del Frente Renovador, y Diego Bossio, cara visible de la ruptura en el Frente Para la Victoria (FpV). La suerte corrió casi con exclusividad por cuenta del protagonismo que adquirió en los debates Axel Kicillof, el ex ministro de Economía de Cristina Fernández. Detrás suyo, apenas como una sombra, asomó el ex secretario de Política Económica, Roberto Feletti. El hombre que después de diciembre obtuvo un conchabo como funcionario en La Matanza, prohijado por el ex intendente Fernando Espinoza.
Kicillof disfrutó con aquel estrellato aunque en varios cruces cuerpo a cuerpo asemejó al boxeador que amortigua los golpes con su cara. El primero de ellos fue lanzado por Alfonso Prat-Gay quien, ante las objeciones contra el acuerdo, le recordó el dineral que había desembolsado la Argentina para una transa inútil con el Club de París y la indemnización –con cláusula secreta incluida– pagada a Repsol por la expropiación de YPF. Ambos durante su gestión como ministro. Extraña aquella reacción vehemente del ahora titular de Hacienda, poco afecto en general a las controversias públicas. Pudo haberlo tomado a lo mejor como un gusto que muchos –en la política y fuera de ella– quisieran darse.
Kicillof demostró, pese a todo, buena preparación. Y temple. No se calló frente a casi ninguno de los invitados que expusieron sobre el posible acuerdo en el plenario de Comisiones en Diputados. Pero cobró. El economista Nicolás Dujovne lo mandó a estudiar. Mario Bléjer lo ignoró. El presidente de la Bolsa de Comercio, Adelmo Gabbi, le retrucó con explicaciones que le endilgó al propio ex ministro. Entre tantas y enjundiosas intervenciones llamó la atención la abstinencia de Kicillof cuando el expositor fue Juan Carlos Fábrega, el ex jefe del Banco Central.
El veterano canoso no dijo nada en el recinto muy distinto a quienes, aún con algún reparo, respaldaron la chance del acuerdo con los buitres. Cualquier pregunta un poco audaz podría haber causado, en ese momento, el nocaut de Kicillof.
Fábrega se comportó como un caballero. Todo lo que se privó de ventilar en Diputados lo contó en un reportaje en el portal de Infobae. ¿Cuál es esa historia? La negociación secreta encarada por él mismo en 2014, instruido por el entonces jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, para que un aporte de bancos privados nacionales comprara la deuda con los buitres que poseía el aval de un fallo a favor de la Corte Suprema de EE.UU. La suma ascendía a UU$ 1.650 millones.
Fábrega reveló que la irrupción de Kicillof hizo naufragar todo. Le dijo a los banqueros que el Gobierno reconocería a los holdouts sólo el monto de la deuda al valor del 2005. En la óptica del ex jefe del Central, esa maniobra derivó en el endurecimiento del cepo cambiario y la definitiva retracción de las inversiones. La economía, al bombo.
La suerte política para el macrismo que representa Kicillof como principal contendor en los debates públicos sería proporcional a la desgracia que ese comportamiento tendría para el peronismo. El PJ aspira a ordenarse como una oposición racional. Le costará mientras el ex ministro de Economía o Guillermo Moreno sigan ocupando la primera plana. Son el par de kirchneristas sindicados como principales responsables, amén de Cristina, de la desastrosa herencia que le toca administrar ahora a Mauricio Macri.
El problema podría extenderse también hacia Héctor Recalde.
El jefe del bloque de diputados del FpV, bendecido por Cristina, comunicó que su bancada no dará quórum la semana que viene cuando se trate el dictamen para intentar cerrar el conflicto con los buitres. En las últimas horas Recalde recibió el llamado de tres gobernadores del PJ –todos de provincias del Norte, una de ellas con un presidenciable– quienes le advirtieron que sus legisladores estarían dispuestos a asistir al debate. No para votar a favor. Pero sí para participar y transmitir a la opinión pública la idea de que habría en ciernes, tal vez, una oposición constructiva. El liderazgo de Recalde correría así riesgo de convertirse en flecos.
Los peronistas y los kirchneristas están en un proceso que intenta la designación de autoridades partidarias. La fecha fijada para las elecciones es el 8 de mayo. Los gobernadores pretenderían una lista de unidad detrás de la figura del sanjuanino José Luis Gioja. Pero la intransigencia de los ultra K estaría malezando ese camino. Una confrontación derivaría en la posterior e inevitable ruptura.
Los peronistas observan atemorizados, además, cómo el espacio de la oposición moderada lo va ocupando paulatinamente Massa. El ex intendente de Tigre terminó trazando una estrategia común con el bloque de 17 diputados rupturistas del FpV para imponer condiciones al macrismo en la búsqueda del acuerdo con los buitres. El pejotismo careció en estos días de esa flexibilidad y pareció quedar rehén de las ínfulas de Axel.
El macrismo corcovéo frente a las exigencia de Massa y sus aliados.
Estos solicitaron dos cosas: que el futuro endeudamiento sólo aplique al pago del acuerdo con los buitres; que cualquier excedente sea destinado a las realización de obras de infraestructura. Nunca a la utilización de los gastos corrientes. Un proyecto noble pero de dudoso cumplimiento para un Gobierno que exhibe agujeros financieros en todas sus áreas. Que arrancó la gestión con un déficit fiscal de 7% del PBI. Herencia también de la década ganada. Sólo en la provincia de Buenos Aires, María Eugenia Vidal contabilizó 98 obras públicas paradas y con más de seis meses de retraso en los pagos. El arreglo docente insumirá otro aporte extra de remesas del Gobierno nacional. Y se vienen paritarias que no bajarán del 35%. En ese panorama se inscribe el principal desafío presidencial: el combate contra la inflación. No habría razones para sonreír.
Macri y Prat-Gay fueron conscientes de que, más allá de las exigencias opositoras, ningún trámite de normalización será factible sin sacar del medio el conflicto con los fondos buitre. De allí la transacción cerrada por Frigerio y por Monzó para que Diputados pueda dar el paso inicial. Ese éxito tendría un valor simbólico para encarar la aprobación definitiva en el Senado.
Allí no les aguardaría ningún jardín de rosas. Cambiemos es mas débil que en Diputados, pero el ultrakirchnerismo también. Una compensación. Entre los senadores predomina nítidamente el peronismo clásico. Los gobernadores podrían tener una influencia que en la Cámara baja les complicó Kicillof. Es el capítulo a resolver por el Gobierno antes del 14 de abril, plazo estipulado para saciar el apetito de los buitres. Tampoco será una ganga.