Por Daniel Muchnik, Periodista/El Cronista.-
En tiempos de transiciones políticas, como el estos días, hay expectativas, cambios de aire, buena disposición, esperanzas de que esta vez termine un ciclo enfermo y viciado. ¿Podrá el nuevo gobierno vencer todos los obstáculos que le ha dejado el cristinismo y si no puede, lo dirá sin vueltas a la población? No es fácil encarar soluciones y dar todo vuelta en escasos meses.
2015 fue un año difícil. Hubo dificultades de todo tipo. La seguidilla de elecciones hasta llegar al final que cortó con las prepotencias y las mentiras electorales se sumó la publicidad partidaria constante y a los ataques alevosos del gobierno, utilizando sus medios de comunicación y Fútbol para Todos. Y una condición de sometimiento verticalista de funcionarios y empleados y parlamentarios a las decisiones de una Presidenta que llevó su discurso al grado más importante y triste del odio y la exasperación. Hasta el final , que se pareció a un esperpento de los de Valle Inclán, no a un drama. Eran tan locos que llevaban a la risa.
En esa neblina, en medio de una inflación del 25% y de un déficit fiscal imponente más la caída precipitada de reservas y escasez de dólares, sofocados por las frases huecas de algunos políticos y especialmente del gobierno, acosados por las cadenas nacionales abusadas desde el poder, patentizaron un fuerte cansancio de gran parte de los habitantes. Estaban con la lengua afuera Fue un año impregnado de política todos los días, a cualquier momento y de guerra de trincheras entre los que alababan a la Presidente y otros que la cuestionaban.
La grieta se impuso, separó aun más a amigos y familiares. Y esa grieta no se irá tan fácilmente, muy por el contrario. Persistirá o irá en aumento. Porque fueron increíbles sus lemas y consignas. Creían y siguen creyendo que representaban los intereses del pueblo, que todo lo que se conseguía hacer desde Olivos, o Calafate o en Plaza de Mayo eran obras palpables o futuras. Que Cristina era una líder que buscaba, con teatralidad, parecerse a Evita, en medio de una crisis económica y social de envergadura. Al mismo tiempo que aseguraba que su gestión terminó con la pobreza, los estudios de la Universidad Católica confirmaban un 27% de pobres de absoluta pobreza. Todos sus simpatizantes fueron alimentados con preceptos elementales. Todos los países del hemisferio norte oficiaban de enemigos, todos nos querían dañar, todos sus enemigos internos eran manejados por los fondos buitres, todo lo hecho era la esencia de lo nacional y popular, de reivindicación de los que adoran el grito hasta la victoria final (sin importar las víctimas, por supuesto).
El futuro de éstos que se quedaron con emociones de los años setenta, va a depender de la interna del peronismo donde están arriba del ring pretendiento la jefatura del partido personajes fuertes como Massa, o Urtubey o Scioli y la mismísima Cristina Fernández, que no querrá hacerse cargo de la derrota electoral vergonzosa para el peronismo.
Ella hablará de traidores ( viejos y nuevos), de la irresponsabilidad de otros, no permitirá que la llamen perdedora. Seguirá bravuconeando desde el sur o desde Buenos Aires. Querrá operar desde el liderazgo de la oposición.
Mientras tanto Scioli, Massa y Urtubey se pusieron los pantalones largos y se comportaron con civilización política y gran altura. Los tres se reunieron con Mauricio Macri. Massa ofreció colaboración y aceptó un acuerdo siempre y cuando la nueva administración tome en cuenta sus proyectos partidarios. Scioli no escatimó sentarse en la mismo mesa con Macri y hablar como los tiempos modernos exigen : sensata, civilizadamente, adultamente.
Mientras cristinistas verticalistas no asistieron a la ceremonia histórica e importante de la jura ante la Asamblea Legislativa (un papelón más) Urtubey se hizo presente y ofreció toda la colaboración al PRO para el arranque de estos días y para perfeccionar el federalismo.
Viendo fotografías de estos protagonistas hablando mano a mano fue un analgésico potente que permite mejorar el humor de una sociedad, un volcán en ebullición. Cristina, narcisista y con una visión paranoica no admitió o no quiso admitir el extenso cansancio de la sociedad. Ella suponía que los grupos numerosos que la rodeaban en los actos estaban comprometidos con el vamos por todo, que la inauguración de algunas obras que llevaban años todo sería fácil para su candidato.
Scioli siguió la euforia vaciada . Hasta que tomó conciencia de que era probable que perdiera el sillón de Rivadavia, pero ya era demasiado tarde.
Macri actuó con prudencia, no contestó agresiones a su persona a distancia y hasta se rió de ser, para el oficialismo, un señor de Barrio Parque. Una mirada despectiva igualando fortunas infinitas a un barrio de Buenos Aires y olvidando de manera sospechosa todas las investigaciones judiciales sobre los delitos de enriquecimiento que cayeron y seguirán cayendo sobre la gente más cercana a Cristina y a Cristina y su familia también. La sociedad pidió sacarse el enojo verbal de encima. Así votaron a la única opción posible para sacar a la Presidenta de encima.
Nunca se va a saber quienes apoyaron a Macri en la marcha final. Lo cierto es que algunos partidos de la oposición, especialmente de centro izquierda embanderados en prejuicios de clase o ideológicos, se alejaron de darle apoyo. Pero lo hizo la mayoría de los radicales más Lilita (que tiraron los prejuicios a la basura) y otras alianzas que formuló Macri en el interior del país. Ganó por eso, porque convenció. Pero un factor tan decisivo como los otros fue la necesidad de que Cristina Fernández se aleje del todo y no contamine más de odio el escenario presente y futuro del país.