Por Fernando Gonzalez, Director Periodístico/El Cronista.-
Todo tiene un final. Todo termina. Ayer, a las seis de la tarde, el ministro Alfonso Prat-Gay anunció el fin del cepo cambiario con su dólar múltiple. Y la Argentina no se derrumbó. El país siguió funcionando. Es cierto que lo que viene no será fácil. Establecer un tipo de cambio único estable y saludable para el funcionamiento de la economía. Pero, por sobre todas las cosas, el gobierno de Mauricio Macri deberá sortear la trampa del impacto inflacionario de la devaluación. Allá por abril del año próximo, cuando se negocien las paritarias, se sabrá si la salida del cerco que duró cuatro años termina con éxito. En caso contrario, el destino se volverá muy inquietante.
Ahora el cepo es historia. El 28 de octubre de 2011 lo anunció Amado Boudou, entonces ministro pero ya vicepresidente electo junto a Cristina Kirchner con el 54% de los votos. Sin embargo, el estratega fue el viceministro en ascenso, Axel Kicillof, el joven que ya deslumbraba a la Presidenta del vamos por todo. El país era una fiesta y el Banco Central parecía desbordar pero ya se habían fugado 9.000 millones de aquellos 52.000 millones de dólares que sumaban las reservas monetarias apenas unos meses antes.
El cepo jamás pudo cortar la sangría de la fuga de dólares, causada por el mal manejo de las cuentas externas, la inexperiencia y la coerción sobre las fuerzas productivas. La inflación trepó a más del 30% anual, el déficit fiscal se multiplicó y la Argentina entró en una recesión que dura hasta hoy.
Tan mal terminó todo que el Gobierno debió interrumpir la publicación de las cifras de la pobreza. Los pobres eran demasiados. El país adolescente vivió las fiebres del dólar ahorro, el PURE, el dólar contado con liqui y la más reciente de los contratos a dólar futuro. La brecha entre el dólar oficial y el blue llegó a superar el 70% y la utopía de la pesificación cultural a la brasileña quedó en eso: en una utopía.
El cepo al dólar se terminó sin gloria y con enorme pena. No van a desaparecer mágicamente los males de la Argentina. Pero es un paso vital para caminar hacia la sinceridad de una economía más sensata. Cristina ya ha dejado de ser la Presidenta. Kicillof es un diputado más que deberá soportar la carga del daño consumado y Boudou está viendo la manera más elegante de evitar ir a prisión. La historia les reserva a los tres un lugar en el museo de las calamidades económicas con final grotesco. Una galería donde los dirigentes argentinos ya son muchedumbre.
