HANNAH ARENDT

En 1951, Hannah Arendt escribió: "El sujeto ideal de un régimen totalitario no es el nazi convencido o el comunista comprometido, son las personas para quienes la distinción entre los hechos y la ficción, lo verdadero y lo falso ha dejado de existir".

sábado, 26 de diciembre de 2015

DESACTIVAR MINAS EN UN TERRENO DEVASTADO.


     Por Héctor M. Guyot/La Nación.- Gobernaron con el revólver sobre la mesa, violando reglas y principios para aplastar sin piedad a sus enemigos, pero ahora, sin el bastón de mando, le exigen al nuevo gobierno los modales de una democracia suiza. Lo que menos le importó al kirchnerismo en el poder fue la ley. Desde el llano, claro, la perspectiva es otra. Hoy parecen los guardianes de las formas, espíritus delicados que claman por la calidad institucional y los valores republicanos. El divorcio entre la palabra y el acto, entre lo que se declama y la intención oculta, ha sido una de sus marcas de fábrica. Y lo sigue siendo. Pero ahora la hipocresía tiene otro fin: ayer se mentía para ir por todo, para consagrar a una Cristina eterna, y hoy se miente para dinamitar a un gobierno que intenta poner de pie a un país en medio de los escombros que dejó la década ganada. En los kirchneristas duros, este clamor por la división de poderes y por las formas ideales resulta simple caradurismo. En cambio, cuando la apelación por la república proviene de observadores bienintencionados la cosa es distinta y ha de ser tenida en cuenta, como parece haber hecho el Gobierno. De todos modos, aquí el riesgo de los opinadores es caer en un principismo imprudente y acaso ingenuo. A todos nos hubiera gustado que Macri se ahorrara el decreto con el que buscó ampliar los miembros de la Corte Suprema. También, que Sabbatella presentara su renuncia al nuevo presidente. No está mal aspirar a una democracia ideal. Pero lo que no debemos olvidar es que este país, con todos los argentinos adentro, no es Suiza. Y que, si queremos llegar a serlo, hay que cuidar cada pasito que se da en esa dirección. Recordemos de dónde venimos. Con la remoción de Sabbatella, Macri ha querido desactivar una de las tantas trampas que dejó instaladas el kirchnerismo para impedirle gobernar. Es difícil que podamos poner en marcha una democracia más plena y equitativa si antes no se las desactiva a todas. Esas minas han sido dejadas en un terreno ya devastado precisamente para evitarlo, porque el éxito de este gobierno dejaría en evidencia el uso clientelar de la pobreza por parte de Cristina Kirchner y, lo que es peor, le cerraría las puertas a su regreso triunfal y definitivo. Es mucho lo que se juega el kirchnerismo. Y se lo jugará apoyándose en el fanatismo que supo sembrar en estos años. El fanatismo de sus soldados es el arma que le queda a la ex presidenta tras haber vaciado en la retirada cuanta caja oficial había y tras el festival de nombramientos de última hora, regalo de bienvenida con objetivo doble: infiltrar tropa y hacer inviable el Estado.

Hay fanáticos e incondicionales adentro, como hasta ahora Sabbatella o como Gils Carbó, aferrada al cargo de procuradora general que en verdad nunca asumió, pues desde el principio su misión allí fue servir a los intereses de su jefa (especialmente aquellos incompatibles con la ley), o como los jueces de Justicia Legítima, magistrados militantes consagrados al mismo fin. Si a esto se le suma el ramillete de jueces federales sensibles a las presiones o el dinero, se tendrá una idea del estado de la Justicia argentina con la que el nuevo presidente busca cumplir su promesa de acabar con la corrupción. A ese fanatismo de intramuros se suma el de la calle. 


Interrumpida la revolución, los jóvenes militantes sueñan ahora el sueño de la resistencia, como si el 10 de diciembre un dictador cruel y malévolo le hubiera arrebatado el poder al Robin Hood de los descamisados. Esta psicosis colectiva, que profundiza una grieta absurda, es el mayor daño inmaterial que ha dejado el kirchnerismo en el país y será el combustible con el que se intentará mantener inflado el relato. Pero no sólo los kirchneristas son un problema para el nuevo gobierno. En casi todos los frentes, Macri enfrenta intereses sectoriales acostumbrados a negociar con el poder la conservación de sus privilegios. Hemos sido el país del sálvese quien pueda. Aquí el que cede pierde y perece. Nadie mira para el costado. A fin de cuentas, el kirchnerismo no inventó nada. Sólo supo sacar ventaja de las zonas más oscuras de nuestra idiosincrasia mientras eclipsaba los aspectos más luminosos, que quizá aún estemos a tiempo de recuperar. En las dos semanas que lleva en el poder, el gobierno de Cambiemos ha demostrado que tiene la misma capacidad de trabajo que el que lo precedió. Pero la despliega, al menos hasta ahora, y para bien del país, con otro signo muy distinto.

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