Por Pablo Sirvén/La Nación.-
En el ADN de la relación Iglesia-peronismo hay históricos cortocircuitos que al papa Francisco, como argentino, no se le escapan y procura morigerar. La jerarquía eclesiástica local que había sugerido votar por esa fuerza política en 1946 vio arder sus templos en 1954 y fue el faro espiritual del golpe militar que derrocó a Perón al año siguiente.
Aquellos ominosos fantasmas del pasado remoto reaparecieron asordinados durante la presidencia de Néstor Kirchner y le tocó al entonces cardenal Jorge Bergoglio alternar su crítica voz en las homilías (de las que pronto puso distancia el matrimonio presidencial) con sugerentes silencios.
Muchas cosas cambiaron desde entonces: el obispo adusto, ninguneado desde la Casa Rosada, ahora radiante y alegre pontífice, tendrá el próximo domingo, Día del Periodista, una tarde bolivariana y nac & pop a pleno. En efecto, a las 16, recibirá al presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, y una hora más tarde, a Cristina Kirchner.
Será, en el caso de la jefa del Estado argentina, la cuarta vez que lo haga, algo que llena de regocijo a sus seguidores que denostaban a Bergoglio cuando desarrollaba su actividad y vivía a menos de cien metros del despacho de Cristina Kirchner y que, al mismo tiempo, desorienta a aquella otra amplia porción de la feligresía que no comparte el ideario del actual gobierno.
Para desentrañar algunas de estas aparentes contradicciones, este columnista entrevistó en el ciclo Conversaciones a José María Poirier, director de la revista católica Criterio (ver http://tinyurl.com/nudnzvk), quien rápidamente no sólo aclara que "es muy difícil usarlo a Francisco", sino que además pretende "corregir amablemente algunas herejías del kirchnerismo". Poirier apunta que "la Iglesia Católica, para bien o para mal, acompañó hasta desmedidamente" al peronismo en distintas épocas y que esa relación, por momentos, se pareció a "un matrimonio acostumbrado a los golpes" (sic).
Teniendo en cuenta todos esos graves antecedentes objetivos, y su propia experiencia en la materia, Bergoglio, ya investido como Francisco, a partir de su ascenso al trono de Pedro el 13 de marzo de 2013, se propuso colaborar con diplomacia para que el cierre de esta etapa política en la Argentina no sea traumática y se extinga naturalmente por las vías constitucionales previstas.
También el periodista vaticanista Andrés Beltramo, autor del libro ¡Quiero lío!, que presentará pasado mañana en la Cámara de Diputados, asegura que Francisco se da cuenta de que hay lecturas interesadas "de un lado y del otro" de las periódicas cumbres pedidas por la presidenta argentina. Coincide con Poirier en que "es una obsesión" de Bergoglio que Cristina Kirchner llegue bien al 10 de diciembre. El Papa intenta salirse de la "contaminación bipolar" (K-anti K) pero, además, como estadista y líder espiritual necesita que "no se le queme la Argentina" para seguir siendo una voz ecuménica autorizada en temas mundiales como el deshielo en las relaciones EE.UU.-Cuba, sus próximos viajes a Ecuador, Bolivia y Paraguay, su atención permanente a Medio Oriente y su siguiente ambicioso objetivo: China.
"Es difícil que un papa se niegue a recibir a un jefe de Estado", puntualiza Beltramo, quien cubrió once viajes apostólicos internacionales de Benedicto XVI. Y con más razón si es de su propio país.
Luego, las lecturas pueden ser, y lo son, múltiples: puede haber algo de contención, casi en el papel del sacerdote que tiende la mano para una conversación que alivia y repara. Es inevitable que también se especule con un juego político de ambos lados que puede escalar por el "caos comunicacional" (Poirier dixit) que rodea al Pontífice y los muy contradictorios autoinvestidos voceros locales que lo "interpretan".
Sin olvidar el uso interesado que suelen darles a estos encuentros por su lado las usinas oficialistas, teniendo en cuenta los abusos de confianza que cometieron anteriormente con el Papa (afiche con Insaurralde, foto con la remera de La Cámpora, desfile de dirigentes, etcétera).
Al ser jesuita, Bergoglio ya era un peronista recargado hasta que el cónclave de cardenales hace dos años lo invistió de un poder mucho más gigantesco que lo reveló en una faceta desconocida: su absoluta versatilidad mediática para marcar agenda, desacartonar la institución papal y ser el potente altavoz rupturista de un mundo en crisis y en contradicción que apuesta, al mismo tiempo, al secularismo, a las guerras religiosas y a las creencias fast food.
Francisco aprovechó la carta abierta de Alfredo Leuco para explicitar lo bueno que es disentir en forma civilizada, pero sin dar curso al pedido del periodista de que también recibiera a los candidatos presidenciales.
Es notable la destreza intuitiva del papa argentino para manejarse en un mundo hipermediático que desconoce, ya que, como reveló, no ve TV desde 1990 por una promesa a la Virgen del Carmen y tampoco maneja Internet. Pero igual está al tanto de todo.
Beltramo califica de "resistencia viscosa" la que debe enfrentar Francisco puertas adentro del Vaticano. Las cíclicas visitas de Cristina Kirchner apenas constituyen una gota más en el mar de delicados desafíos que afronta su pontificado.