Por Federico Mc Dougall/iProfesional.- El Ejecutivo está dispuesto a pagar altos costos políticos para sostener un tributo que, según señala, sólo afecta al 10% de los trabajadores. Hasta llama la atención que lo haga incluso en un año electoral. Pero hay razones económicas que justifican su empecinamiento.
El reclamo por el Impuesto a las Ganancias le está costando al Gobierno de Cristina Kirchner mucho más que soportar un paro que, por su adhesión, se ha convertido casi en una huelga nacional.
Lo que realmente queda en evidencia son las posturas encontradas en el seno del kirchnerismo respecto de cómo tratar este tema de tan alta sensibilidad social.
Hoy quedó a las claras las fisuras internas que plantea: mientras el ala más sensible a una caja estatal que flaquea se muestra inflexible (y enarbola el argumento de que el impuesto sólo afecta al 10% de los empleados), la facción más preocupada por el humor político analiza cómo puede repercutir sobre la opinión pública y en las urnas.
Por lo pronto, el ministro de Economía, Axel Kicillof, asegura que el tributo "está muy bien en el nivel en el que está" y que en la Argentina "se ha armado una especie de fetiche" en relación con este tema.
El funcionario trató de minimizar la protesta de este martes: "No parece un reclamo universal de los trabajadores, afecta a una porción reducida, que son los que más ganan".
Sin embargo, el propio jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, había reconocido que el Gobierno debía subir el mínimo no imponible, sin bien aclaró que por ahora no era posible.
"Ni la Presidenta ni los ministros están de acuerdo con no subirlo. Todos estamos queremos eso, pero la realidad es que hay que ajustarse a las posibilidades del momento", expresó.
La dura realidad de la caja
Los números de la recaudación impositiva no hacen más que confirmar lo que todos los analistas sospechan y de lo que ya diera cuenta iProfesional.
Ganancias se ha transformado en un pilar fundamental de los ingresos públicos.
Más aun: en un contexto recesivo, su importancia aumenta frente a la de los demás impuestos.
Los números son de una expresividad que exime de mayores comentarios: mientras que la recaudación total de la AFIP creció en 2014 a un ritmo del 36%, Ganancias subió un impactante 45 por ciento.
De esta manera, se ha transformado en el único gran tributo -junto con las retenciones a la exportación, pero que es menos importante en volumen- que trepa a una velocidad incluso mayor que la inflación, sin importar si la actividad económica está fría o caliente.
En este contexto debe entenderse la obstinación de Cristina Kirchner por sostenerlo y por estar dispuesta a pagar un fuerte costo político.
Este tributo ya dejó muy atrás a otros grandes rubros, como el IVA o la Seguridad Social, cuya performance estuvo muy por debajo del índice inflacionario, con crecimientos del orden del 30 por ciento.
Lo que en definitiva dicen estos números, es que el impuesto al salario no sólo crece a un ritmo fuerte, sino que lo hace por encima de la suba general de precios.
No sólo eso, es el único cuyo ingreso real no disminuye aun en un contexto recesivo, ya que no depende de tanto de la actividad en empresas e industrias sino, más bien, de la indexación de las remuneraciones.
En términos de peso relativo respecto de la recaudación total, ya pasó a representar uno de cada cuatro pesos que recauda el Estado.
De hecho, su mayor protagonismo no ha cesado en los últimos seis años. Si se miran las variaciones porcentuales podría acaso parecer que las mismas son menores.
Pero no es así: cada punto en el ingreso total representa un plus a la caja de $12.000 millones anuales.
Queda entonces más claro el empecinamiento oficial por sostener este impopular impuesto a la renta.
La propia Presidenta afirma que, sin Ganancias, ocurriría un verdadero colapso en el financiamiento de varios rubros del gasto del Estado, incluyendo los programas de asistencia social.
A contramano de los empleados
Un informe elaborado por la consultora Economía & Regiones destaca que representa la tercera parte de la mejora que se observó en la recaudación.
Y es uno de los argumentos fundamentales para explicar el repunte en los ingresos que se ha venido observando en estos últimos meses.
Cuando se analiza la evolución de su composición interna, se llega a otra conclusión más inquietante: la proporción que corresponde a los asalariados está creciendo en importancia respecto de la que pagan las empresas.
En 2007, cuando Cristina Kirchner asumió la presidencia, el rubro de la cuarta categoría -es decir, la parte abonada por personas físicas- representaba un 30% del total de este impuesto. Hoy esa cifra subió hasta significar un 45 por ciento.
"Liberados" versus "alcanzados"
Luego del decreto 1242, el Gobierno estableció tres grupos de dependientes a los que les asignó una situación diferente frente al impuesto, en base a los sueldos brutos recibidos entre enero y agosto del 2013.
En concreto, el escenario quedó definido de la siguiente manera:
1. Empleados con ingresos inferiores a $15.000 brutos entre enero y agosto de 2013: quedaron liberados del pago.
2. Dependientes con sueldos brutos de entre $15.000 y $25.000 en el período mencionado: aumento del 20% en las deducciones y cargas de familia.
3. Asalariados con remuneraciones superiores a los $25.000 brutos: no sufrieron cambio alguno.
Con esta reforma, aquellos que quedaron en el primer grupo se encontraron con que, sin importar su situación laboral de los años posteriores, quedaron eximidos del impuesto.
Es decir que, independientemente de si hoy día cobran un sueldo que fue ajustándose por inflación o por encima de este indicador, igualmente siguen sin pagar Ganancias.
Por el contrario, los que están en el segundo grupo mantuvieron sus mínimos en $8.326 (empleados solteros) y $11.516 (dependientes casados con dos hijos).
En cambio, los pisos del tercer conjunto quedaron en $6.939 (soltero) y $9.597 (casado con dos hijos).
Estos asalariados sólo fueron beneficiados con la eximición de la segunda cuota del sueldo anual complementario (SAC) a fines del año pasado (a través del decreto 2354). Sin embargo, implicó apenas un pequeño alivio para su bolsillo.
En definitiva, salvo aquellos que fueron beneficiados con el decreto 1242, el resto de los trabajadores ha visto aumentar los mínimos y deducciones aplicables en un porcentaje significativamente inferior al de la inflación del período.
Un impuesto que se lleva bien con la inflación
En todo caso, lo que aparece como consecuencia de esta situación es que cada vez son más los asalariados de ingresos medios que están alcanzados por un impuesto originalmente pensado sólo para una élite de altos ingresos.
Un estudio de la Fundación Mediterránea detalla cómo este fenómeno se agravó en el tiempo.
"Los empleados solteros que obtienen ingresos brutos por $21.000 mensuales vuelcan casi 10% de sus ingresos a pagar Ganancias, cuando en 2006 destinaban un 5,3% y un 0,8% en 1998", señala.
En el caso de un dependiente con sueldo mensual bruto de $16.000 en 2013 -y que recibiera un incremento del 30% en 2014- la erosión de su poder de compra, luego del pago del tributo, sería del 9,6%.
Tres cuartas partes de esa pérdida se explica por la inflación y el resto por Ganancias, señalan los investigadores de Iaraf.
El monto adicional anual que deberían recibir los trabajadores para mantener el poder adquisitivo de ese salario de 2013, va:
• Desde los $19.500 en el caso del tramo de menor ingreso (con un incremento remunerativo del 32%)
• Hasta casi $42.000 en la situación de la remuneración más elevada (con una suba del 28% en 2014).
Con estos números, se hace difícil sostener el argumento oficial respecto de que los sueldos muy altos son los que sufren la mayor carga de este tributo.
En palabras de Nadin Argañaraz, director del Iaraf, lo que se está constatando es una pérdida de progresividad: "Más cambio de peso relativo para los que menos ganan".
Sin embargo, el discurso político lo sigue justificando en esos términos. Lo que queda en evidencia, a esta altura, es que Ganancias tiene una importancia vital para el Gobierno en esta etapa de recesión con alta inflación.
No solamente crece cuando los demás bajan, sino que es el que mejor performance muestra en estas aguas turbulentas.
La expectativa es que, a mayor índice inflacionario, más elevada sea su recaudación, porque depende de los ingresos nominales y no de los reales.