Por Diario HOY.-
En momentos en que se escondían los últimos rayos de sol y caía la noche, a muchos argentinos se les atragantó el mate al encontrarse con una nueva cadena nacional de la presidenta Cristina Kirchner que sirvió para hacer una catarata de anuncios que en nada modificarán la complicada realidad que se vive en el país. Moratorias impositivas, subsidios para adquirir garrafas, supuestas obras eléctricas y descuentos para realizar compras en comercios, formaron parte de un combo de mentiras e inexactitudes que generó muchas más dudas que certezas.
Lo más grave no fue lo que dijo Cristina, sino más bien lo que mostró con una puesta en escena montada desde la Casa Rosada que incluyó una troupe de obsecuentes y aplaudidores que se hicieron presentes para festejar como si fuesen autómatas cada afirmación de la primera mandataria. El mensaje simbólico de impunidad estuvo bien marcado: en la misma jornada en que la Cámara Federal de Apelaciones dispuso que no se debe abrir una investigación penal sobre la denuncia del fallecido fiscal Alberto Nisman contra CFK, las cámaras de TV que transmitieron la cadena nacional enfocaron reiteradamente a personajes que, durante la mal llamada década ganada, protagonizaron y sigue protagonizando distintos escándalos de corrupción.
Por ejemplo, durante su discurso, CFK le dio un rol protagónico y hasta entabló un diálogo con Hebe de Bonafini, la inefable presidenta de la Asociación Madres de Plaza de Mayo a quien puso como un ejemplo a seguir.
En lugar de estar en el banquillo de los acusados, por la millonaria estafa que se cometió en su fundación con fondos públicos (es decir, dinero que aportamos todos los ciudadanos con nuestros impuestos), la impunidad que le otorga el gobierno le permite a Bonafini darse el lujo de sentarse en primera fila.
En este punto hay que reconocer que los K fueron eficientes: llenaron los juzgados de operadores políticos y de militantes rentados que, en muchos casos, hasta cumplen funciones de jueces y fiscales. Por eso el ex hijo putativo de Bonafini, el parricida Sergio Schoklender, acusado de enriquecerse con millonarios fondos que deberían haberse destinado a construir viviendas sociales, hoy puede caminar por la calle como si fuese cualquier vecino. Se hace evidente que existe un pacto que le garantiza a Schoklender no estar tras las rejas a cambio de no prender el ventilador. Recordemos que, poco tiempo después de ir preso (apenas estuvo un par de semanas en la sombra en la causa por estafa), Schoklender reveló que La Cámpora estaba reclutando integrantes para sus fuerzas de choque en las cárceles.
La existencia del denominado Vatallón Militante generó un escándalo que trascendió las fronteras del país, y puso de manifiesto que si el parricida cuenta todo lo que realmente sabe, muchos funcionarios –incluida la propia presidenta- estarían muy complicados.
A pocos metros de Bonafini estaba otro personaje de oscuros antecedentes como es el jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, quien fue denunciado en reiteradas oportunidades por la diputada Elisa Carrió por sus vínculos con el narcotráfico. Mas precisamente, por la relación que habría tenido con los hermanos Zacarías, integrantes de la mafia de la efedrina. Cabe recordar que Aníbal, ante llegar a la Casa Rosada, no arrastraba los mejores antecedentes ya que cuando era intendente de Quilmes, según crónicas periodísticas del año 1994, se habría tenido que escapar en el baúl de un auto para no caer preso en una causa por la contratación de un estudio jurídico para negociar la deuda de ese municipio con la empresa Aguas Argentinas. Fernández fue acusado en aquel momento de falsificación de documento público.
Otro que se hizo presente es el platense Carlos Castagneto, un exarquero de Gimnasia que estuvo imputado por aberrantes prácticas de clientelismo político al haber repartido electrodomésticos pagados con fondos del Estado para comprar votos en las zonas más humildes de La Plata.
Este mismo personaje sigue manejando la millonaria caja del Ministerio de Desarrollo Social, gracias a la estrecha relación que mantiene con Alicia Kirchner. Eso sí: los millones no le sirvieron para salir de perdedor al punto que ni siquiera tuvo la capacidad de imponerse en las elecciones de Gimnasia.
Ante semejante proliferación personajes vinculados con la corrupción, no podía faltar Amado Boudou, que cuando deje el poder el próximo 10 de diciembre sólo será recordado por ser el primer vicepresidente en la historia democrática de nuestro país que fue procesado por haberse querido quedar, testaferros mediante, con la única imprenta privada que tenía capacidad para producir papel moneda en la Argentina. En ese contexto, haber utilizado la cadena nacional para presentar un nuevo billete de 100 pesos en homenaje a la asociación que preside Bonafini, fue otro gesto simbólico de impunidad: la presidenta unió -en un mismo acto- dos de los hechos más emblemáticos de la década robada.
En la recta final de su gestión gubernamental, el kirchnerismo desprende cada vez más olor a podrido. Pero como muchos de los que hoy detentan el poder político han dejado los dedos marcados por todos lados no faltará oportunidad para que, en caso de que exitista voluntad política, el nuevo gobierno que asuma a partir del 10 de diciembre haga que los responsables de la década robada paguen por todo el daño que le han hecho al país. Que así sea.