Por Roman Lejtman/el Cronista.-
El poder no puede contra el tiempo. CFK debería aprender este concepto básico de la política, cuando se gobierna bajo normas democráticas. La sociedad vota por períodos presidenciales y ese mandato tiene una fecha de inicio y un final irremediable. El 10 de diciembre de 2015, Cristina Fernández termina su Presidencia. Y no hay poder sobre la tierra que cambie esta decisión impuesta por la ley y la voluntad popular.
Frente a la pérdida de poder, reyes, faraones, caudillos y conquistadores reaccionan de diferente manera.
Eligen a su sucesor, construyen pirámides, sueñan con una muerte digna o exigen una estatua de tamaño natural, enclavada en la plaza principal de la ciudad. Son reacciones lógicas, empujadas por un ejercicio de la voluntad sin control e infinita desmesura.
En un sistema democrático, el jefe de Estado planifica la sucesión institucional para evitar que la sociedad sufra los efectos de la cocina política. No es posible determinar al sucesor, pero sí es necesario establecer una agenda de temas que escaparán a la voluntad del presidente que concluye su mandato constitucional.
CFK cree que está en su primera semana como jefe de Estado. Modificó la ley de Hidrocarburos, propone cambios en el código de Procedimientos en lo Penal, pretende una nueva ley para regular la transmisión de contenidos (Argentina Digital), desea nombrar al quinto juez de la Corte Suprema y diseña una peculiar estrategia para cerrar la disputa con los Buitres.
Se trata de una agenda de fondo, sin consenso con la oposición, que pretende ocultar los problemas que no puede resolver. Es necesario tener cinco miembros en la Corte y terminar con los efectos políticos y jurídicos del fallo Griesa, pero Cristina primero debe controlar la inflación, achicar el déficit fiscal, levantar el cepo cambiario y sacar la economía de la recesión. Esas son sus prioridades, y no hay tiempo que perder.
CFK somatiza su final en la Casa Rosada.
Cree que recién llegó y ordena acciones que exceden su mandato presidencial. Inició una cruzada contra Obama que implica una nueva relación bilateral con Estados Unidos. Optó por enfrentar a Washington y aún no explicó los beneficios de alardear contra la potencia regional. Cristina sufre la pérdida de poder real y su ausencia no se reemplaza con una catarata de tuits destinados al Salón Oval.
CFK debería meditar en soledad y resolver el dilema que confunde sus decisiones políticas. No puede debatirse entre El Estado soy Yo y la continuidad jurídica de los actos del Estado. Cristina debe recordar lo que aprendió en la facultad de Derecho y entender que todos sus actos presidenciales dejan una marca social y causan efectos jurídicos. Por eso, es mejor limitar las decisiones programáticas y resolver los temas de coyuntura.
La presidente tiene que derrotar su somatización personal causada por el paso del tiempo y la inexorable despedida del poder. Terminará su mandato en 2015 y completará un proyecto político que estuvo trece años ocupando la quinta de Olivos y Balcarce 50. No es poco: ni siquiera Carlos Menem llegó a tanto.
Se continúa gobernando con los temas cotidianos y se aguarda el cambio de guardia, ordenado por la sociedad en elecciones libres y transparentes.