Por Diario HOY.-
Hijaputez: argentinismo, incorporado a nuestro vocabulario, que se utiliza para describir un acto o un conjunto de acciones sumamente vil.
Difícilmente algún ciudadano no se haya conmovido ayer cuando se enteró que seis menores y dos adultos (un hombre y una mujer) murieron calcinados en una miserable vivienda de Merlo, una de las zonas más pobres del Conurbano bonaerense. Obviamente, ante semejante atrocidad, que fue intencional e involucraría a una expareja de la mujer, en un primer momento la atención se centró en encontrar al supuesto asesino. El presunto culpable tiene antecedentes por abuso de drogas, alcoholismo y violencia de género.
Si una situación similar se hubiese planteado hace décadas, cuando en la Argentina existía pleno empleo y todos los compatriotas tenían posibilidades de acceder a un trabajo digno, seguramente la familia seguiría viva ya que los anticuerpos de la sociedad hubiesen actuado a tiempo para que un sujeto tan execrable fuese puesto tras las rejas o en una institución psiquiátrica antes de llegar a cometer semejante acto criminal. Ahora bien, lo que pocos se preguntaron es como, en pleno siglo XXI, en un país con capacidad para alimentar a 300 millones de personas, y que tiene en su suelo y en el mar riquezas de valores incalculables, pueda haber compatriotas que sobrevivan en condiciones tan infrahumanas.
Un drama que se multiplica
Esta humilde familia, que vivía a sólo 34 kilómetros de la Casa Rosada, encontró su peor final producto de que había ocho personas durmiendo en una sola habitación, sin ventanas, en un estado hacinamiento total, como si nuestro país fuese la India o alguna de las naciones de la Africa subsahariana que arrastran siglos de hambrunas, escasez y sometimientos. La forma en la que vivía la pareja y los seis chicos no es un caso aislado. Situaciones similares, o incluso peores, se repiten por cientos de miles a lo largo y ancho del país. Todos los días, a cada hora, hay bebés que pierden la vida por causas evitables; hay niños que pasan hambre o están deshidratados al no tener ni siquiera acceso a fuentes de agua potable.
La muerte de estos chiquitos representa la gran mentira del relato oficial. Desde 2003 a esta parte, nunca existió una década ganada. La pérdida de la cultura de trabajo, que trajo consigo la política económica destructiva que puso en marcha Martínez de Hoz en 1976, que siguió Menem y profundizó el kirchnerismo, es la matriz de la decadencia que se vive en la Argentina.
Cinco de los seis chiquitos que ayer perdieron la vida nacieron cuando los Kirchner ya habían llegado al poder, y jamás el gobierno hizo absolutamente nada para garantizarles condiciones para que pudiera vivir con un mínimo de dignidad. En este punto radica, precisamente, la hijaputez del gobierno: Néstor y Cristina Kirchner contaron con condiciones externas inmejorables, que generaron abundantes recursos a partir de la exportación de commodities como la soja, pero lo arruinaron todo. Despilfarraron recursos como nunca antes en clientelismo y corrupción, y como resultado dejaron un país destruido socialmente.
Los K persiguieron y castigaron a todo aquel sector con capacidad para producir y generar empleo genuino. Su voracidad fiscal, la necesidad de financiar su aparato político a cualquier costo, le ha quitado el futuro a cientos de miles de familias que dependen de las dádivas discrecionales que reparte el Estado. El clientelismo berreta, como es la tan mentada Asignación Universal por Hijo, lo único que hace es llevar a que el pobre sea cada vez más pobre y, producto de la inflación que afecta principalmente a los sectores de más bajos recursos, muchos pasan a engrosar las filas de la indigencia. Es decir, ni siquiera están en condiciones de cubrir sus necesidades alimentarias básicas.
Vivir peor que los antepasados
Una parte importante de los argentinos hoy vive peor que sus abuelos o bisabuelos, que en muchos casos habían huido de las guerras, las hambrunas y la miseria que sacudieron a Europa a principios del siglo XX. Otros antepasados, en cambio, habían tenido que migrar de una provincia a otra en búsqueda de un futuro mejor.
En el último tiempo, ante una situación social que se vuelve insostenible, el gobierno optó por la estrategia del avestruz. Por ello se niega a difundir los datos oficiales de la pobreza, pretendiendo hacer creer que aquello de lo que no se habla, no existe. La realidad es que ya la Iglesia, desde hace tiempo, viene alertando del creciente deterioro. A partir de la impronta de Francisco, y mientras gran parte de la clase política y empresarial mira para otro lado, al igual que un sector muy importante del movimiento obrero, los soldados de nuestro Papa Gaucho han empezado a poner blanco sobre negro. Por eso no solamente han realizado estudios de campo que demuestran que la pobreza es por lo menos cinco veces superior a la última medición del Indec, sino que también han alertado sobre la penetración del flagelo del narcotráfico en todos los estamentos de la sociedad.
Difícilmente, el oficialismo tome nota de lo que diga la Iglesia. La soberbia y la ineptitud les impide ver más allá de sus propias narices. Pero también el pronunciamiento de la Iglesia es un llamado de atención para la dirigencia gremial y empresaria, y para la oposición, que hoy se encuentra dispersa e incapaz de estructurar un plan alternativo de gobierno.