Por Diario HOY.-
El 80% de las piezas de los autos “nacionales” son importadas, generando una grave dependencia en el sector automotriz. La construcción de un mito y el problema del dólar. La isla de los K
El mito de la industria nacional, sustentado en numerosas plantas automotrices que dan rienda suelta al consumo de una pasión bien argentina, los fierros, sirve para entender las mentiras y limitaciones del mentado “modelo” y la construcción de un relato que, a la larga, termina por caerse.
En los últimos días, el gobierno se desmintió a sí mismo, sin quererlo, pues tras afirmar que la participación de las autopartistas locales en los vehículos que se fabrican en la Argentina es del “40% o más”, el ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva publicó un informe donde deja entrever que la integración de las piezas locales es bastante menor. “Actualmente, la participación de partes y piezas de origen nacional en los vehículos que se producen localmente ronda entre el 20% y 30%”, señaló el organismo al pasar. No fue su intención, claramente, desnudar la mentira, sino vender nuevos espejitos de colores y prometer mayor participación de la industria local.
Nacional, popular y caro
Y así se van sumando datos falsos y promesas incumplidas. Lejos están ya los planes del polémico Guillermo Moreno, quien había lanzado el objetivo estratégico de construir un auto “100 por ciento argentino”, nacional y popular. Pero de popular, en tanto acceso de los sectores más desfavorecidos a estos bienes de consumo o medios de transporte, poco y nada. Los trabajadores quedan relegados a viajar como ganado en los trenes, tragedias y peripecias mediante, ya que el precio de los automóviles está imposible, y buena parte de ello se debe al componente importado de sus partes.
Las fábricas de El Palomar, Pacheco o las plantas cordobesas producen unidades casi tan caras como los autos que vienen de Europa, Brasil o Estados Unidos, y si a esto se le suman las restricciones a la importación, las empresas se ven asfixiadas y traducen sus aprietos al precio final, es decir, al consumidor argentino. La cadena concluye, pues, en un serio déficit de la balanza comercial, que llega en la industria automotriz a los 9 mil millones de dólares, agravando la escases de la divisa norteamericana. Paradójico resulta, pues, que a medida que aumente la compra venta de autos, el déficit irá creciendo y el problema, también.
La isla del kirchnerismo
El gobierno K pretendió hacer de Tierra del Fuego un polo industrial tecnológico de donde salieran televisores, celulares y electrodomésticos para el resto del país. Pero el plan fracasó. Hoy, el parque asentado en la isla consiste en una cadena de montaje refinada que se encarga de unir las partes que bajan de los barcos chinos y coreanos. De producción, poco y nada. Más bien nada.
Así, el discurso de la sustitución de importaciones resulta una remake berreta de la política del primer peronismo. El polo tecnológico, de hecho, genera un rojo de más de US$ 7.000 millones en la balanza comercial y un costo fiscal de 18 mil millones de pesos en el presupuesto 2014. Todo eso para generar poco más de 13 mil puestos de trabajo en la isla, es decir, menos del 0,6% del empleo industrial.
Por las políticas del gobierno nacional, Argentina ha perdido demasiadas oportunidades. Ya no es la potencia agroalimentaria que supo ser, y sus campos se reducen a la soja. Tampoco es la nación industrialista que marcaba el camino en América Latina. Nada de eso, hoy es el país del ensamble que sigue vendiendo espejitos de colores, pero hechos en China o Taiwán.
Los números en rojo
A pesar de las restricciones a las compras del exterior, el déficit comercial de la industria no para de crecer y ya suma más de 20.000 millones de dólares en los 9 primeros meses de este año. Y este es el mejor escenario posible, dado que la información es suministrada por el Indec, es decir, para ser más rigurosos habría que agregar varios puntos a ese número y pintarlo de rojo.
Siempre teniendo en cuenta al organismo K, las exportaciones de origen industrial sumaron entre enero y setiembre US$ 20.237 millones, en tanto las importaciones de repuestos, insumos industriales y bienes terminados totalizaron US$ 40.567 millones. El número es bastante redondo, pero a ese déficit habría que sumarle también el de combustibles, en medio de la grave crisis energética. Sumándose, el desequilibrio supera los US$ 25.000 millones.
El único respiro que le queda a las cuentas nacionales es el superávit fiscal generado por la exportaciób de soja, aunque la tendencia marque que queda cada vez menos aire. De hecho, en los primeros siete meses del año, se redujo más del 30% y se espera que a fin de año la situación sea mucho peor. Por eso, en el corto plazo, de no mediar la intervención de la Casa Rosada con políticas proactivas (algo que difícilmente ocurra), podría generar serios problemas a la economía local. A cruzar los dedos, esperar el cambio de gobierno dentro de dos años o, claro, exigir las medidas adecuadas para evitar el colapso.