Por Claudia Peiró/infobae.- La década K estuvo ritmada por el malestar que causaban las homilías del hoy Papa Francisco. El Gobierno se asumió como único destinatario de un mensaje que, bien leído, interpelaba a toda la clase dirigente
Fue Néstor Kirchner quien eligió al entonces Arzobispo de Buenos Aires como su contradictor, casi desde el inicio de la gestión, hace 10 años. Ya el 25 de mayo de 2005, el Presidente decidió romper con una larga tradición y no asistir al Te Deum en la Catedral metropolitana en gratitud por la Revolución de 1810, para no escuchar en vivo la homilía de Jorge Bergoglio.
Durante toda la década, las punzantes palabras del entonces insospechado futuro Papa sonaron siempre a admonición y reproche. Es imposible no ver en algunos tramos de estos mensajes alusiones directas, no sólo a la política kirchnerista, sino al estilo y hasta a la personalidad de Néstor Kirchner y, más tarde, de su esposa: “La intemperancia y la violencia son inmediatistas, coyunturales, porque nacen de la inseguridad en sí mismo”; “la reivindicación rencorosa es cáscara de almas que llenan su vacío triste”; la referencia a quien, “como no se soporta a sí mismo necesita atemorizar a los demás, y llena de palabras contradicentes lo que los hechos evidencian”; y la crítica al “hábito de polarizar y excluir” y a las “pretensiones voraces de poder, la imposición de lo propio como absoluto y la denostación del que opina diferente”.
Todo ello sumado a la invocación a renunciar “a la mezquindad y el resentimiento de los internismos estériles, de los enfrentamientos sin fin”.
Aún así, no puede sostenerse que las homilías de Bergoglio tuvieran por destinatario exclusivo al Gobierno. Ni que los referentes opositores encarnasen verdaderamente su mensaje como para traducirlo a su práctica política concreta. También ellos fueron interpelados cuando el Cardenal dijo que Buenos Aires no había “llorado lo suficiente”, en referencia a la tragedia de Cromañón en la cual murieron 194 jóvenes. Y en la frase: “Se cierra el círculo entre los que usan y engañan a nuestra sociedad para esquilmarla, y los que supuestamente mantienen la pureza en su función crítica”, hay una clara alusión tanto a la oposición.
“Todos, desde nuestras responsabilidades, debemos ponernos la Patria al hombro, porque los tiempos se acortan -pedía por aquel entonces Bergoglio-. No tenemos que esperar todo de los que nos gobiernan”.
En otro orden, muchas de sus exhortaciones a la inclusión social eran afines, en la teoría la menos, al discurso oficial: “La inclusión o la exclusión del herido al costado del camino define todos los proyectos económicos, políticos, sociales y religioso”, había dicho Bergoglio en su homilía del 2003, cuando el país todavía se recuperaba de su caída del 2001.
También era usual que criticara posiciones extranjerizantes, algo que tendría que haber caído bien entre los adeptos al modelo: “En algunos es acendrado el vivir con la mirada puesta hacia fuera de nuestra realidad, anhelando siempre las características de otras sociedades”.
Hasta los medios de comunicación estuvieron en la mira, en sus referencias al “discurso mediático de denigración de todo lo que no responda a la ideología de la moda”, a una “confusa cultura mediática mediocrizada” o cuando dijo: “Curiosamente tenemos más información que nunca y, sin embargo, no sabemos qué pasa. (Información) cercenada, deformada, reinterpretada”; frase ésta que los militantes de la Ley de Medios perfectamente podían haber suscripto.
Kirchner se ausenta de los Te Deum
Pero el presidente electo en 2003 encontró rápidamente en la construcción sucesiva de enemigos un mecanismo de fortalecimiento que se fue realimentando a sí mismo hasta convertirse en el estilo distintivo de su gestión. Bergoglio y Néstor Kirchner se habían reunido a poco de asumir la presidencia el santacruceño. Pero un año después, en el Te Deum de mayo de 2004, el Presidente debió escuchar en la catedral cuestionamientos al "exhibicionismo y los anuncios estridentes de los gobernantes”.
Al año siguiente, Bergoglio canceló el Te Deum, cuando Kirchner anunció que no asistiría. Y, meses después, el vocero del Arzobispo admitió: "No hay relación de la Iglesia con el Gobierno".
Uno de los motivos del enojo fue el aparente no reconocimiento de los méritos que el Gobierno creía tener en materia de lucha contra la pobreza. En efecto, poco antes del 25 de mayo de 2005, la Iglesia había criticado "el crecimiento escandaloso de la desigualdad" en un documento tildado como propio de un partido político por el Presidente. Los obispos aclararon que, cuando se pronunciaban, se dirigían a toda la sociedad.
No obstante, Néstor Kirchner calificó desde entonces a Jorge Mario Bergoglio como "jefe espiritual de la oposición política". Para él, el Cardenal no sólo era el referente sino el articulador de la oposición. Es cierto que por la sede del Arzobispado, a metros de la Casa de Gobierno, desfilaban muchos referentes opositores. En realidad, Bergoglio recibía a prácticamente a todo aquel que le solicitara audiencia: dirigente político, social, empresarial o lo que fuese. Pero debido a la lógica confrontativa en la cual el Presidente se instaló desde un principio, ninguno de sus colaboradores se hubiese animado a un acercamiento. “Una patria donde la reconciliación nos deje vivir” no podía ser, en ese escenario de polarización, una frase bienvenida.
La homilía del año 2006 fue una de las que más irritó al Gobierno. Y la última a la cual asistió el matrimonio Kirchner. Desde que asumió, en 2007, Cristina no pisó la Catedral ningún 25 de mayo; optó por trasladar los Te Deum a diferentes ciudades del Interior –Salta, Mendoza, Resistencia- pese a que la Revolución de Mayo tuvo un escenario porteño.
“Felices si nos oponemos al odio y al permanente enfrentamiento, porque no queremos el caos y el desorden que nos deja rehenes de los imperios”, fue una frase de la homilía que encrespó especialmente a los convencidos de estar viviendo una gesta antiimperialista; recordemos el “épico” rechazo al ALCA en Mar del Plata, poco antes, en 2005.
“Nuestro Dios es de todos, pero cuidado: el diablo también llega a todos, a los que usamos pantalones y a los que usan sotanas", fue una de las réplicas más fuertes de Kirchner, en octubre de 2006, enojado porque el vocero del Arzobispado lo había acusado de alentar el odio. "¿Por qué ese secretario del señor arzobispo de Buenos Aires (en referencia a Guillermo Marcó) dice que yo soy un presidente de la discordia?", se preguntó. "¿Porque peleo por la Patria, por la justicia, por la equidad, por el trabajo, para terminar con la indigencia? Entonces sí soy un presidente de la discordia", dijo, marcando la que sería una constante del discurso kirchnerista: las críticas que recibían eran sólo por las cosas buenas que estaban haciendo.
Pero la lucha contra la pobreza no fue la única bandera kirchnerista que Bergoglio se atrevió a relativizar. "Los derechos humanos se violan no sólo por el terrorismo, la represión y los asesinatos, sino también por estructuras económicas injustas que originan grandes desigualdades", dijo una vez.
Tiro al corazón del modelo K
En 2007, tras la mala experiencia del año anterior, Bergoglio decidió no hacer el Te Deum en la Catedral, pero no por ello se privó, unos días antes, de exponer, ante obispos latinoamericanos reunidos en Brasil, un durísimo cuadro de la situación social argentina: "Persiste la injusta distribución de los bienes lo cual configura una situación de pecado social", dijo, en un tiro al corazón del modelo K. A lo que siguió un reclamo por la promoción de “los derechos de los pobres", terreno en el cual el oficialismo ya se consideraba campeón. Para el Cardenal, en cambio, existía en la Argentina de 2007, al igual que en el resto de la región, una "escandalosa inequidad que lesiona la dignidad personal y la justicia social".
Bergoglio también denunció en esa ocasión que América Latina era la “región aparentemente más desigual del mundo, la que más creció y menos redujo la pobreza". Sin embargo, no se estaba limitando en su informe a lo hecho por la administración kirchnerista; también se refirió a la globalización de "perfil neoliberal" que había “afectado negativamente a nuestros sectores más pobres". Pero era tarde para el diálogo.
Al inicio de su gestión, en 2007, Cristina Fernández de Kirchner recibió a toda la cúpula del Episcopado. Pero el mensaje de Corpus Christi de Bergoglio, en mayo de 2008, coincidió con el conflicto entre el Gobierno y las entidades agropecuarias por los cambios que el oficialismo quiso introducir en el régimen de retenciones. Bergoglio le pidió a la Presidente "un gesto de grandeza" que destrabara el conflicto, recibió a los referentes de la Mesa de Enlace de la dirigencia rural e hizo un llamado a la unidad nacional: “El desafío de esta hora es que permanezcamos unidos como pueblo, sin disgregarnos ni despreciarnos entre hermanos". Cristina decidió celebrar el Te Deum de ese año en Salta. Y Bergoglio se reunió con el vicepresidente Julio Cobos, después de que su “voto no positivo” obligara al Gobierno a anular la Resolución 125.
"El peor riesgo, la peor enfermedad es homogeneizar el pensamiento”, dijo el Cardenal al año siguiente, en septiembre de 2009, y llamó a terminar con la "crispación social". “Sin diálogo, vamos a terminar diciendo ‘se nos murió la Patria’. Y es muy triste ser huérfanos de Patria, luego nos vamos a dar cuenta, y será tarde".
En 2010, en medio de los festejos por el Bicentenario, Cristina Kirchner optó por ir a la Basílica de Luján junto a Néstor. Y en 2011, la Presidente presenció la homilía del arzobispo Fabriciano Sigampa, en Resistencia.
Desde la catedral metropolitana seguían resonando las críticas. “El poder como ideología única es otra mentira, (…) acentúa el foco persecutorio y prejuicioso de que ‘todas las posturas son esquemas de poder’ y ‘todos buscan dominar sobre los otros’. De esta manera se erosiona la confianza social que, como señalé, es raíz y fruto del amor”.
Cuando la oposición dejó solo a Bergoglio
Otro pico de tensión se produjo al aprobarse en 2010 la ley que habilitó el matrimonio entre personas del mismo sexo. Bergoglio criticó duramente la iniciativa en una carta pastoral: "Aquí también está la envidia del Demonio, (que) arteramente pretende destruir la imagen de Dios: hombre y mujer que reciben el mandato de crecer, multiplicarse y dominar la tierra. No seamos ingenuos: no se trata de una simple lucha política; es la pretensión destructiva al plan de Dios. No se trata de un mero proyecto legislativo (éste es sólo el instrumento) sino de una 'movida' del padre de la mentira que pretende confundir y engañar a los hijos de Dios". El Cardenal encabezó la marcha contra el casamiento gay y envió una carta a los sacerdotes, pidiendo que se hablara en todas las misas sobre "el bien inalterable del matrimonio y la familia".
Hubo sin embargo un tema en el cual Bergoglio y la Presidente coincidieron, aunque de forma tácita: Cristina Kirchner se opone a la legalización del aborto.
Entre tanto, la prensa destacaba la buena relación que tanto Gabriela Michetti, vicejefa de gobierno y luego diputada, como Mauricio Macri, jefe de Gobierno porteño desde 2007, mantenían con el cardenal Bergoglio, al que llamaban su “guía espiritual e intelectual”. Michetti decía que acudía a Bergoglio en busca de consejo cada vez que tenía que tomar una decisión importante y que se reunía regularmente con él.
Suficiente como para que el Gobierno nacional viese en la Catedral metropolitana el centro de una conspiración destituyente.
Ahora bien, en el momento más álgido de la discusión entre la Iglesia y el Gobierno por la agenda pública, esos referentes opositores supuestamente coordinados por Jorge Bergoglio lo dejaron solo. Paradójicamente fue la diputada evangélica Cynthia Hotton quien tomó la bandera de los reclamos de la Iglesia en materia de legislación de matrimonio y quien padeció junto al hoy Papa Francisco las feroces descalificaciones y críticas de que fueron blanco entonces la postura y la persona del Arzobispo. Fue el momento de mayor soledad de Bergoglio a quien prácticamente se le negó entonces el derecho a expresarse. “Felices si defendemos la verdad en la que creemos, aunque nos calumnien”, había dicho una vez.
Para la antología de la confusión quedará el discurso con el cual Elisa Carrió –otra presunta discípula de Bergoglio- intentó justificar su abstención en el voto de la llamada Ley de Matrimonio Igualitario: “Yo hubiera podido votar en contra y quedar bien con la Iglesia; hubiera podido votar a favor y quedar bien con la comunidad. Pero yo no quiero quedar bien con nadie. Yo sólo quiero explicar la tensión y solicitar permiso para mi abstención, que favorece absolutamente a que la norma sea sancionada”.
Y vale recordar que fue el propio Mauricio Macri quien abrió la puerta al debate sobre el tema cuando ordenó al procurador porteño no apelar la decisión de un juez de casar a Alex Freyre y José María di Bello. El primero se jactó incluso de haber sepultado para siempre la candidatura de Bergoglio al papado al contraer nupcias…
Su elección como Papa tomó por sorpresa a casi todos, oficialistas y opositores.
Luego de una felicitación algo fría, demasiado formal, que revelaba el impacto que la designación le había causado, Cristina Kirchner pareció dar vuelta la página y viajó de inmediato a Roma para reunirse con el flamante Papa y asistir a su entronización. Bergoglio correspondió el gesto invitándola a almorzar a solas.
Francisco saludó también a Mauricio Macri en el Vaticano. Sin embargo, éste, en mayo de 2012, menos de un año antes de la elevación de Bergoglio al Papado, decidió desertar también él de los Te Deum del futuro Francisco. Distraído y poco oportuno, envió en su lugar a la vicejefa de gobierno porteño, María Eugenia Vidal.
En aquella homilía, Bergoglio criticó “el relativismo que, con la excusa del respeto de las diferencias, homogeniza en la transgresión y en la demagogia; todo lo permite para no asumir la contrariedad que exige el coraje maduro de sostener valores y principios”. Y agregó: “El relativismo es, curiosamente, absolutista y totalitario, en nada difiere del ‘cállese’ o ‘no te metas’”. Un sayo que no le cabe sólo al Gobierno.
HANNAH ARENDT
En 1951, Hannah Arendt escribió: "El sujeto ideal de un régimen totalitario no es el nazi convencido o el comunista comprometido, son las personas para quienes la distinción entre los hechos y la ficción, lo verdadero y lo falso ha dejado de existir".
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