EL PANORAMA HA CAMBIADO
Cristina Fernández, ¿será candidata? El oficialismo, como en el refrán, parece, por estas horas, andar alardeando de lo que en verdad carece. Las sombras sobre el verdadero estado de salud de la presidenta han vuelto a cubrir las frentes de todos ellos. Carlos Kunkel, que mereció un fenomenal reto a distancia por parte de la viuda tan sólo por dar por sentado una postulación que cree sellada a fuego, y otros hombres del gobierno, como Florencio Randazzo, Aníbal Fernández, Julio Piumato y el infaltable Hugo Moyano, proclamaron esa candidatura. Una perla en ese alarde de carencias la entregó Hebe de Bonafini: "Yo le exijo a Cristina que sea candidata", se desbocó, el jueves, en Plaza de Mayo.
Por si faltase un botón de muestra, otra vez se dejó correr en la Casa Rosada el nombre de Alicia Kirchner como un muletto de urgencia que debería entrar a la pista para reponer el apellido en la cima del poder, en caso de que Cristina decida no presentarse. Y hasta se ha llegado a decir, en corrillos gubernamentales y parlamentarios, que la precariedad física de la jefa de Estado le permitiría apenas encarar la candidatura y, tras una eventual victoria, asumir su segundo mandato en diciembre. Pero que no más allá de marzo se vería obligada a pedir licencia, razón por la cual, en el gobierno, se habría convertido en una verdadera cuestión de Estado la elección del nombre de quien debería acompañarla en la fórmula.
¿De qué hablan, si no, en absoluta reserva, importantísimos secretarios del gabinete, cuando dicen que el elegido debe tener un perfil de "gestión probada y de una fidelidad a prueba de cañonazos"? Hay quienes aseguran que ese plan existe y que, una vez consumado, Cristina Fernández ejercería una suerte de poder en las sombras, como el que desplegó con ella misma su esposo, hasta que lo sorprendió la muerte. Aquellas voces se parecen, antes que a ninguna otra cosa, a un clamor nervioso que se repite en la medida en que las señales desde Olivos siguen sin llegar, o llegan, en algunos casos, confusas. Como acaba de ocurrir con el escándalo de la corrupción en la Fundación de las Madres de Plaza de Mayo por el manejo irregular de cientos de millones de pesos en manos de Sergio Schoklender, en el que el kirchnerismo prefirió barrer bajo la alfombra, durante más de un año, gravísimas irregularidades que, al menos dos ministros, como Julio de Vido y Amado Boudou, no podían desconocer, también en el tema de la salud presidencial ha habido un absurdo intento por tapar el sol con la mano. Primero, fueron los problemas físicos que padeció durante su paso por México, donde debió suspender actividades al aire libre para resguardarse del intenso calor del Distrito Federal. La Casa Rosada minimizó hasta la irritación esas señales. Pero todo se agigantó cuando, ya en tierra italiana, la presidenta pegó el faltazo al desfile militar al que debía asistir junto a otros cuarenta jefes de gobierno del mundo, y se recluyó durante horas en su suite del hotel Edén. Su vocero se enojó con el periodismo, al que trató de "mentiroso", y dijo, sin ruborizarse, que "nunca estuvo previsto" que ella asistiera a esa ceremonia central de un nuevo aniversario de la República. ¿Cómo se puede aceptar que la presidenta no haya tenido previsto asistir al principal evento para el que viajó a Roma? El operativo clamor que ha recrudecido en estos días estaría reconociendo otros motivos más cercanos a las herejías de la política que a la pasión que pueda despertar aquella candidatura. La dulce placidez de un tránsito sin sobresaltos hacia una victoria cómoda en octubre no sería tan así para el kirchnerismo.
El nuevo escenario que ha plantado la oposición esta semana, con la confirmación de fórmulas y aprestos a futuro de lo que debería ocurrir en una de ningún modo descartada segunda vuelta electoral, provocó más de un respingo en observadores y estrategas del gobierno. "Frente al nuevo panorama, no tenemos otra candidata que no sea Cristina, es la única que puede ganar en primera vuelta y evitar un balotaje", confidenció un hombre que frecuenta esos laboratorios. Veamos. Algunas señales de alarma que habían sonado hace diez días, cuando una encuesta insospechada para el peronismo todo, y eso incluye al kirchnerismo, otorgaba a Eduardo Duhalde el segundo lugar en intención de voto, detrás de Cristina, se potenciaron sobre el cierre de la semana con dos datos: la ratificación, por si hacía falta, de esos números por parte de otras dos consultoras, y el anuncio del ex presidente de llevar como compañero de fórmula al gobernador del Chubut, Mario Das Neves. Al mismo tiempo, se produjo la definición en el seno del radicalismo, con la confirmación de la estratégica alianza con el peronista disidente Francisco de Narváez en la provincia de Buenos Aires, y la nominación del economista Javier González Fraga para acompañar a Ricardo Alfonsín como su candidato a vice. De entre todas esas novedades, se produjo una que resultaría clave hasta para entender la atención que, en el oficialismo, se ha prestado a esos movimientos: Duhalde reconoció que no dudaría en apoyar a Alfonsín, si el radical lograse alcanzar una segunda vuelta para enfrentar a Cristina o al candidato de la Casa Rosada, si no fuese ella. Voces duhaldistas decían, horas después de esa definición, que no hubo ninguna inocencia en las palabras del caudillo. Buscó plantar de antemano la posibilidad de un escenario electoral en el que, de ocurrir al revés las cosas y fuese él mismo el depositario del pase a la siguiente ronda, recibiese en las urnas el apoyo de los radicales y sus aliados. Al menos dos fuentes de la UCR que conocen el pensamiento alfonsinista dijeron que de ningún modo podía cerrarse posibilidad alguna de cara a los apoyos que deberían gestarse en esas circunstancias; hablando claro: en el caso de que el bendecido en las urnas fuese el ex presidente interino. Se reconoce, asimismo, en uno y otro cuarteles, que las dos fórmulas lanzadas al ruedo, sin importar todavía lo que resuelva el socialismo de Hermes Binner, a quien sus socios de la centroizquierda empujan para que asuma una candidatura presidencial con Margarita Stolbizer como eventual compañera de fórmula, reconocen, a priori, el apoyo de cerca del sesenta por ciento del electorado que nunca votaría por el oficialismo. Y eso incluye a radicales, peronistas disidentes, al peronismo federal residual, a la centroderecha de Mauricio Macri, con quien Duhalde de ningún modo ha roto puentes, y, de hecho, la importante porción de ciudadanos independientes que, por caso, apoyan al denarvaísmo en la provincia de Buenos Aires. La otra gran piedra en el zapato del gobierno y del kirchnerismo, durante la semana que terminó, y que, se cuchichea en los pasillos, provocó más de un soponcio a Cristina Fernández, durante su accidentada gira por México e Italia (rumores de prensa, en Roma, hablaron hasta de un desmayo, el jueves, por la mañana) fue el estallido del escándalo por las irregularidades en el manejo de los cuantiosos fondos que los ministerios de Economía y Planificación transfirieron a las Madres, y fueron despilfarrados, en el mejor de los casos, por Schoklender. La Casa Rosada decidió montar una ficción para tapar una gruesa realidad: habló rápido como el rayo de una "campaña mediática" para perjudicar a Bonafini y a los organismos de derechos humanos, cuando hace más de un año que tenía cajoneada en la justicia la denuncia de la Coalición Cívica contra el ex apoderado de las Madres por presunto lavado de dinero. Acostumbrado a correr detrás de los acontecimientos y a salir con denuncias al voleo, cuando se queda sin argumentos, el gobierno, finalmente, terminó aceptando que Schoklender "puede haber defraudado la confianza" de Bonafini, como debió reconocer, resignado, el ministro Randazzo. En verdad, el estado de intocabilidad en el que se han desenvuelto los organismos de derechos humanos durante la era Kirchner (en especial, la fundación que encabeza Bonafini), hizo que, durante todos estos años, se les transfirieran millones de pesos casi sin control, con el argumento de que "con ellas, es mejor no meterse", como reconoció, cierta vez, un ministro que ya no está.