DICTADURA FINANCIERA TERRORISMO ECONÓMICO
Europa es hoy un descontrolado bólido que se precipita vertiginosamente hacia su mayor desastre económico. Los temores y las preocupaciones de las últimas semanas han dado lugar a un escalofriante pavor generalizado que crece por minutos y que ha sumido a todo el continente en un caos absoluto.
La Unión Europea, como institución, se encuentra en estado comatoso. Sus países grandes, las legendarias locomotoras del éxito, Alemania, Francia, Inglaterra, solo miran hacia dentro de sus fronteras, tratando de amortiguar, por cualquier medio, el daño económico que provocan los terribles golpes terroristas-financieros dirigidos desde el oscuro y todopoderoso mercado internacional.
Lo de “Unión Europea” suena a burla. La solidaridad entre estados es nula, abunda egoísmo y faltan estadistas. El sentimiento patriótico europeo es una quimera pretenciosa. Europa es, hoy más que nunca, una tribu de tribus que desnuda su historia vernácula. Una trayectoria de 25 siglos de imperios construidos a sangre, fuego y crueldad. Hoy, cuando la crisis aprieta y se demanda generosidad, afloran oscuras historias de odios raciales, resentimientos históricos y traiciones imperdonables.
Los estados europeos vendieron, hace 25 años, su alma al diablo. Renunciaron a su soberanía económica, debilitaron la fortaleza de sus democracias a favor de los intereses del sistema, destruyeron su capacidad productiva al dictado del mercado, dieron a la banca más autoridad y potestad que al propio estado. Los gobiernos optaron alegremente por no dictar ni dirigir las políticas económicas y se conformaron con la administración del “Estado del Bienestar” cuyo financiamiento y estabilidad pasó a depender, en exclusiva, de los excedentes del sistema capitalista.
El matrimonio tuvo su luna de miel. Aumentó el confort, se dictaron modernas leyes sociales, mejoró el ocio y la diversión, abundaron las jubilaciones anticipadas, se cerraron fábricas y minas, se subsidiaron a agricultores para que abandonaran sus campos, hubo reducción de horas laborables. Dinero fácil, crédito libre, lujos inmobiliarios, nuevas tecnologías, grandes viajes. El concepto “trabajo” sufrió una fuerte devaluación.
Ser europeo era genial. Los pueblos del resto del mundo eran simplemente “atrasados”. Para remediarlo se lanzó una nueva colonización económica y cultural. Las empresas entraron a saco en los países del tercer mundo y al ritmo de las privatizaciones se quedaron con todos sus servicios estratégicos. Por otra parte, de la mano amiga de la burguesía local, “tan europeísta ella”, la intelectualidad europea, mediante la concentración mediática, se impuso en aquellas lejanías para despecho de las culturas locales.
Al nuevo Dios se le llamó “Mercado”. La doctrina pregonada fue La Globalización. La Bolsa se transformó en la Catedral, donde se celebraban los ritos fundamentalistas. Cada gerente o director bancario era el sacerdote que evangelizaba a la sociedad. Los periodistas, sin fisuras, fueron los generosos apóstoles que difundieron universalmente el nuevo credo salvador. A los fieles se les prometió su salvación si se encomendaban a la tarea de cumplir con la ciega y compulsiva devoción al consumo.
Así fue como ese gran Dios Mercado se cebó de tanta orgía y creció hasta la desmesura. Se transformó en un monstruo insaciable y descontrolado. Con patente de corzo, tal pirata en el Caribe, abordó y devoró todas las economías del mundo desarrollado. Al final se comió sus propias bases y la burbuja reventó. Hubo quienes, hace 3 o 4 años, vaticinaron esta tragedia, pero nadie acertó en la envergadura de la explosión. La burbuja, hoy, sigue chorreando porquería y contaminando al mundo.
A Europa, tamaño desastre, le ha pegado de lleno en su línea de flotación. Sin embargo la situación que hoy sufre no es consecuencia directa de la burbuja sino, más bien, de su inoperante e irresponsable respuesta dada desde que se desató la crisis, hace ya dos años. Desde entonces, en lugar de enmendar el camino, sus dirigentes, timoratos, egoístas y cobardes, optaron por profundizar su dependencia de los mercados, dilapidar sus reservas en ayudar a bancos corruptos y mantener la impunidad a todo el libertinaje financiero.
Es decir, siguen alimentando a la bestia que les tortura, y que les hace sentir toda la fuerza de su dictadura. Las bolsas caen y rebotan, países enteros se hunden por el peso oscilante de su deuda, el continente está paralizado, los gobiernos amordazados, la población atemorizada.
Ante la fragilidad de su víctima, al terrorismo financiero no le tiembla el pulso e inicia un ataque virulento con su artillería más potente: los medios de comunicación. Antiguamente, éstos eran solo cómplices del crimen, hoy ya son parte activa del sistema y a través de ellos, el Mercado avisa al mundo que todo el problema de la crisis son los gastos sociales y el déficit público. Consecuente con su misión, la prensa impone a la opinión pública que es necesario y obligatorio que la sociedad se haga cargo de pagar el coste de la crisis. “El problema es el Estado del Bienestar” –es la nueva doctrina-
De repente la prensa se muestra unánimemente coincidente con la solución milagrosa: hay que congelar jubilaciones, abaratar despidos, rebajar sueldos, vaciar hospitales, reducir inversiones públicas, quitar ayudas sociales. Repite el Mercado: “es necesario que los estados ahorren para lograr liquidez, y que ésta se destine, en exclusiva, a atender las necesidades de los bancos y el sistema financiero”.
Las agencias de calificaciones (auténticas centrales de inteligencia de la dictadura financiera) entran en acción y salen de patrulla para hacer cumplir la nueva orden. Lanzan rumores de desconfianza para generalizar la debacle, dan calificación negativa a un estado y éste entra en caída libre, alertan sobre los riesgos de la deuda de aquel país y el pánico se generaliza. El Euro se devalúa brutalmente frente al dólar y con ello Europa se va haciendo cargo del déficit de EEUU. El viejo continente, su soberanía, sus recursos, su futuro, todo ha sido secuestrado por los agentes del terrorismo económico.
Los siempre frágiles y divididos gobiernos europeos, se han puesto de rodillas ante sus verdugos y les ha sobrado tiempo para aplicar la terrible medicina, Con una crueldad espantosa, sin anestesia, han metido bisturí y tocado hueso en el cuerpo equivocado, el de la gente. Mientras el maldito cáncer financiero, que tanto crimen ha cometido, es el vencedor y sigue, impunemente victorioso, con más hambre que nunca. Su voracidad es infinita y seguirá pidiendo sangre hasta la última gota. Será demasiado tarde cuando Europa aprenda que ceder al chantaje de los extorsionadores es la manera más ignominiosa de transformarse en sus esclavos.
Cualquier profano sabe que con estos recortes no se saldrá de la crisis ni se logrará crecimiento económico alguno. Por el contrario, es evidente que Grecia no podrá pagar su plan de rescate, que España llegará a los 5 0 6 millones de desocupados en un año, que Portugal agudizará su miserable recesión. Y también lo saben los mercados que desconfían hasta de si mismos, y por ello, las bolsas se hunden día sí, día no, siguiendo el ritmo de la ruleta rusa.
Por supuesto que existe otra alternativa pero no hay voluntad ni coraje para asumirla. Tantos años de claudicaciones, mentiras y esnobismo han hecho de la clase dirigente europea una elite vacua, sin ideologías ni principios. El momento histórico reclama que se aplique un nuevo modelo económico que implique un fuerte ahorro del gasto público y una contención salarial, pero que a su vez, el dinero que se da al los bancos y al circuito financiero, se destine al crédito, a la inversión pública y a la creación de fuentes de trabajo.
.El sistema bancario es un cártel que abusa de sus clientes, explota a sus empleados y que estafa a todos con condiciones leoninas al margen de la ley. Ante ello, los gobiernos deberían obligarlos a que restituyan, de forma inmediata, la concesión del crédito a las pequeñas empresas y a las familias, tan brutalmente cercenado en la hora cero de la crisis. Y si los bancos aducen que no tienen capacidad de hacerlo, debería ser el estado, con sus recursos y con los recursos de los bancos, quién ponga al servicio de la economía tan elemental herramienta productiva.
La única forma de lograr crecimiento genuino sería sumar inversión mas trabajo, generando riqueza que, por su parte, relanzaría el consumo. Todo ello repercutiría en impuestos, ahorro y bienestar social. Lo contrario a la especulación mafiosa de los mercados, al chantaje financiero y al abuso bancario. La urgencia es salvar al paciente y nunca la de sucumbir ante la voracidad de su verdugo.
Queda como consuelo o esperanza, el recordar que, históricamente, el capitalismo tiene un único talón de Aquiles. Nada lo desequilibra tanto como la palabra “pueblo”. El intocable sistema es alérgico a las reivindicaciones populares. El tramo que va desde una simple hoja de reclamaciones hasta la mayor de las movilizaciones callejeras, es la única y gran pesadilla que trastorna la estabilidad del poder capitalista.
Para El Capital, el pueblo es un ente amorfo, ingobernable, al que puede mentir pero nunca comprar. A sus dirigentes les puede poner precio, utilizar y finalmente sodomizar, pero con el pueblo en su conjunto se siente incómodo, impotente. El pueblo, cuando movilizado y motivado, es insobornable. El sistema tiene recursos para engañar y manipular temporalmente al pueblo, pero al final, éste, siempre se le vuelve en contra como su gran e indomable enemigo. Represión y ahogo económico es la única medicina que sabe aplicar.
En España, durante los últimos 25 años, el capitalismo tuvo cancha libre y vivió en el paraíso. El pueblo fue el gran ausente del paisaje. Ignorado y descalificado, se le condenó al ostracismo y al silencio. Ante ello, el sistema financiero solo tuvo que neutralizar a la justicia con leyes a su medida, comprar los medios de comunicación y desprestigiar al poder político. Nunca podrá, el ultraliberalismo, agradecer lo suficiente a la izquierda europea, por su gran tarea de desmovilizar al pueblo, ahogar sus reivindicaciones y silenciar su voz.
El movimiento progre, último residuo del marxismo totalitario del siglo XX, tuvo la genial idea de inventarse la palabra “popuplismo” para crear, alrededor de ella, toda una cultura denigrante contra las más respetables y honrosas esencias populares. Todos los vicios, excesos y delitos de la prensa, de los partidos políticos y del sistema financiero, se los endosaron al concepto Pueblo.
Así y de repente, “populismo o pueblo” es sinónimo de demagogia, sensiblería barata, corrupción, manipulación, promesas falsas, etc. Con el pueblo condenado, el capitalismo pagó su deuda a los “progres” comprando y dejando en sus manos todos los medidos de comunicación del sistema, sellando una alianza inquebrantable con lazos de acero atados en intereses económicos y convicciones ideológicas.
Hoy en España, gran difusor del intelectualismo imperial, la palabra “pueblo” está proscripta. Toda la prensa tiene prohibido su uso y ningún dirigente político se atreve a utilizarla. Solo se aplica como insulto u ofensa. Mientras tanto, en el mundo, cualquier dirigente que se atreva criticar al capitalismo, se lo margina del sistema llamándole “populista”.
Sin embargo, esta mentira publicada, nunca puede esconder una verdad monumental. El pueblo existe, acallado, atemorizado, desorientado, … pero existe y cada vez más el capitalismo le asfixia.
Ya no es una burbuja lo que puede reventar. Toda una gigantesca olla de presión social está en ebullición. Su estallido es una cuestión de tiempo.
Eduardo Bonugli
Madrid, 16 de Mayo de 2010
FUENTE: ENVIÓ RODOLFO JORGE BRIEBA
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